Uruguay, la inmigración venezolana llega hasta Mar de Plata

MAYTE DE LEÓN

Empujados por la crisis política, económica y de seguridad que vive su país, cada vez son más los venezolanos que arman la valija y hacen de Uruguay su hogar. El año pasado 2.220 de ellos legalizaron su residencia en este país

Inmigración
Víctor cambió su experiencia de vida al salir de Venezuela

Lo nuevos que eran los neumáticos de los autos. Los estantes abarrotados de productos en los supermercados. Los «ta» con los que los uruguayos terminaban muchas de sus frases y el frío que les hacía doler los huesos. Cuando Mariana Moreno y Freddy Gómez –venezolanos, 24 años, novios– pisaron por primera vez Montevideo, seis meses atrás, muchas cosas los sorprendieron.

Son de San Cristóbal, una ciudad en el estado de Táchira. Colombia está a una hora en auto. En Venezuela, estudiaban ingeniería y veían cómo el ansiado título universitario cada vez se volvía más difícil de alcanzar.

Venezuela está hundida en una crisis política y económica aguda. La caída en picada del precio del petróleo –casi el único producto que exporta– pegó fuerte en el país sudamericano. Los organismos internacionales sostienen que durante los años de fuertes ingresos de divisas por la colocación de hidrocarburos en el exterior, el gobierno no ahorró para cuando el viento soplara en otra dirección.

El desplome del crudo agarró al país bajo una conducción duramente cuestionada tanto dentro como fuera de sus fronteras, la de Nicolás Maduro, el sucesor de Hugo Chávez. Los medicamentos escasean, las personas hacen horas de fila para tratar de comprar alimentos (algo que no siempre se logra) y esto ya se nota en los cuerpos de los venezolanos, que en los últimos tiempos han enflaquecido. La inseguridad azota al país de 30 millones de habitantes. Su capital, Caracas, es la ciudad más violenta del mundo: en 2015 hubo 3,946 homicidios, casi 120 cada 100.000 residentes.

Venezuela, con costas sobre el Caribe alcanzó otro primer puesto nada envidiable: es el país con la mayor inflación del mundo. El Fondo Monetario Internacional proyectaba en octubre que terminaría 2016 en 720%. El gobierno –según las estadísticas oficiales, la inflación fue de 180% en 2015–, dice que el país enfrenta una «guerra económica» y que la inflación es «inducida».

Las historias de los venezolanos con los que habló El Observador suman detalles a estos datos macro: familias que compran cabras porque no consiguen productos para sus hijos intolerantes a la lactosa, ladrones que suben con POS a los ómnibus para robar de las tarjetas de débito de los pasajeros y un pueblo que, frente a las dificultades para conseguir lo que necesita, no tuvo más remedio que volver al trueque.

La travesía de Mariana y Freddy tiene puntos de contacto con las de otros compatriotas que también salieron de Venezuela. En los últimos tiempos, muchos tomaron la decisión de emigrar. Un país que tradicionalmente recibía gente –entre otros, exiliados uruguayos durante la dictadura– se convirtió en un expulsor de población. La pertenencia de Venezuela al Mercosur (más allá del sainete en que se convirtió este asunto en los últimos meses) hizo que muchos de los que buscaban un país al que viajar pusieran sus ojos en Uruguay por las facilidades para, entre otros, obtener la residencia.

En los últimos años la cantidad de venezolanos que obtuvo su documento de identidad uruguayo no hizo más que crecer. Mientras que en 2011 fueron 369 los nacidos en Venezuela que sacaron la cédula uruguaya, para entre enero y mediados de diciembre de 2016 esa cifra había trepado a 2.220, según datos de la Dirección Nacional de Identificación Civil del Ministerio del Interior.

También son más hoy que un tiempo atrás los que tramitan sus residencias temporarias: 35 en 2013, 27 en 2014, 43 en 2015 y 67 a noviembre de 2016, de acuerdo a la Dirección Nacional de Migración, también de Interior. Las residencias permanentes, en tanto, también treparon.

En 2015 fueron 667 los venezolanos que la tramitaron. Cuando no había terminado 2016, este número ya había llegado a 787. El grueso de este grupo (376) tiene entre 25 y 34 años. «Estamos frente a ciudadanos venezolanos que son población económicamente activa y un gran número de ellos ha manifestado tener estudios terciarios finalizados y/o prontos a finalizar», indica un informe de cancillería.

LA RECONSTRUCCIÓN

La inmigración es también un modo de prepararse para el futuro

Dimensionar el tamaño del fenómeno emigratorio en Venezuela no es tarea fácil. El gobierno no divulga cifras al respecto. Tampoco habla de él públicamente. Ante esta laguna de información oficial, algunos académicos comenzaron a estudiar el tema.

El sociólogo Tomás Páez es uno de ellos. Su libro La voz de la diáspora venezolana aborda la problemática. Según las investigaciones de este profesor de la Universidad Central de Venezuela, al día de hoy alrededor de dos millones de venezolanos están fuera del país. Nueve de cada 10 de los que se fueron lo hicieron en los últimos 17 años, «durante este gobierno», indica.

A la hora de explicar por qué tomó la decisión de salir de Venezuela, la mayoría menciona a la inseguridad como la causa número uno. «Además tenemos una inflación que es la más alta del mundo», agrega el sociólogo.

Páez entiende que el modelo que lleva adelante el chavismo –ahora con Maduro a la cabeza– «conduce a la penuria, la escasez, el hambre y la muerte, no hay otra opción». Mientras eso no cambie, añade, los que puedan seguirán saliendo del país. De todas maneras, el académico ya piensa en el mañana y dice que «reconstruir» Venezuela será una tarea cuesta arriba.

«LA GENTE EN VENEZUELA NO VIVE. SOBREVIVE»
Las primeras veces que Mariana y Freddy visitaron un supermercado en Uruguay se sacaban fotos con los paquetes de papel higiénico para mandar a sus familiares en Venezuela. También abrían las botellas de shampoo para olerlos. En los últimos tiempos en su país, cuenta Freddy, cuando se daba cuenta que el envase casi estaba vacío pensaba «¿y ahora cómo voy a conseguir?». En una tierra marcada por la escasez, conseguir los productos más básicos se había convertido en una odisea.

Esto lo vivieron en carne propia también con los medicamentos, cuando el padre de ella se enfermó del corazón y en el hospital pedían «desde una pastillita para el dolor de cabeza hasta algodón». Ahí tenían que cruzar a la colombiana Cúcuta para intentar conseguir lo que los médicos y enfermeras pedían o el producto «bachaqueado» (a alguien que le compra al precio fijado por el gobierno y lo revende a un tercero).

Aunque le faltaba solo un año para recibirse, Mariana decidió salir de Venezuela, una idea que le daba vueltas en la cabeza desde hacía años. En marzo, cuando cumplió 24, le dijo a su madre «esto no tiene cambio». Unos días antes de irse vendió su auto y así consiguió el dinero para los pasajes. En julio llegaron a Buenos Aires. Ahí se subieron un Buquebus para cruzar a Montevideo. Dejaron su casa con 40 grados y llegaron al sur del continente con una temperatura de dos.

Los primeros días los pasaron en la casa de una amiga venezolana que ya estaba instalada en Uruguay. Al primer apartamento que alquilaron –un monoambiente en el edificio Salvo, más chico que su dormitorio en San Cristóbal, cuenta Mariana– llegaron con una valija cada uno. Un colador de pasta, un vaso de los que dan en el cine y una sartén prestados completaban todas sus pertenencias. «No teníamos nada. Lo único eran ganas de estudiar y echar pa’ lante. Eso sí, ganas de comernos el mundo», recuerda.

Los dos consiguieron trabajos y poco a poco empezaron a equipar su nuevo hogar. Más allá de estos logros, a veces les pega la «depre», dice ella. «Hablas con tu familia y se te aguan los ojos».

La meta de los dos es terminar sus carreras: ingeniería informática ella y electrónica él. En marzo empiezan a cursar en la Universidad de la República. Todos los días Mariana pasa por la puerta de IBM, el gigante tecnológico estadounidense. «Y le digo a Freddy ‘yo voy a trabajar ahí'», dice con convicción.

Mariana ha escuchado cómo los uruguayos se quejan y dicen que «la cosa está salada», que no alcanza la plata y que hay delincuencia. «Para ustedes está mal, pero para nosotros esto es un paraíso», afirma. Freddy agrega que acá las personas se ven «tranquilas», algo que en su país no. «La gente en Venezuela no vive. Sobrevive», resume.

LA MUDANZA, LA LLAVE PARA GANAR OPORTUNIDADES

Uruguay se convierte ahora en un nuevo destino para la inmigración venezolana

Barquisimeto es la cuarta ciudad más poblada de Venezuela, y se ubica en el occidente del país. Ahí nació y se crió Víctor Lugo, un abogado de 24 años que en abril de 2016 llegó a Uruguay. Antes de mudarse, era empleado en un banco.

«Me fascinaba mi trabajo, pero poco a poco uno se va dando cuenta que no hay marcha atrás y cada vez se pone peor», explica sentado en un café en la Ciudad Vieja un rato antes de entrar a su trabajo en un correo privado. Por mes ganaba el equivalente a unos US$ 20. «Un día de trabajo acá en Uruguay», dice. Al momento de la entrevista, para comprar un dólar en Venezuela se necesitaban 3.500 bolívares. «Es como si tuvieras que gastar $3.500 para comprar un dólar, es una cosa absurda», lamenta. Dice que le da «mucha vergüenza» la administración que lleva las riendas de su país: «ellos son un disparate».

El venezolano describe cómo la escalada de violencia que padece su país se volvió «insoportable». «Cuando empecé la universidad, en 2010, era inseguro, pero no al grado que está ahorita». Para él no hay quien combata ni pueda controlar esto en Venezuela.

Lo que lo impulsó a elegir a Uruguay para vivir, relata, es que ya tenía a dos amigos instalados en el país y además la investigación a la distancia que había hecho lo llevó a concluir que era una buena alternativa.

Al otro día de pisar tierra uruguaya, fue a inscribir su pasaporte en el Banco de Previsión Social (BPS) para empezar a buscar trabajo. Sin cédula -que logró sacar un tiempo después, en agosto- no te toman en todos lados, precisa. Su primer empleo fue en la bacha de un restaurante en Pocitos.

Víctor vive con un grupo de amigos venezolanos -un abogado, un programador, un ingeniero biomédico y una comunicadora social y chef- en un apartamento en Pocitos.
«Todos vinimos preparados y en busca de revalidar las carreras y ejercerlas», afirma este joven que ya ha contactado a personas de la Universidad de la República para ver qué debería hacer para conseguir su título acá.

Cuando se le pregunta qué ganó al dejar su país, responde «oportunidades». Puede, agrega, hacer más rápido lo que allá hubiera rozado lo imposible. De todas maneras, no está tranquilo al saber que su familia -sus padres y sus abuelos, en especial- quedaron en Venezuela.

UN GOBIERNO QUE FOMENTÓ LA «DIVISIÓN» ENTRE LA POBLACIÓN
Primero fue su madre la que hizo un «viaje de investigación» para ver cómo era Uruguay como potencial lugar de residencia. Quedó contenta con lo que vio y así, a principios de 2015, Miguel Requena (29) y su novia Geraldine Cárdenas (25) armaron la valija y despegaron de Caracas rumbo al otro rincón del continente.

Unos meses atrás llegó el hermano de Miguel, Brandon Lee (18), que esperó a terminar el liceo para dejar su país. «Yo me vine a Uruguay más que nada por la tranquilidad de mi mamá», cuenta el joven hoy.

Su hermano mayor dice que salieron de su país por la situación que atraviesa. En su caso, la «violencia» e «intranquilidad» lo volvían «loco», relata. «La inseguridad (entre Uruguay y Venezuela) no tiene comparación, allá todos hemos sido víctimas, es horripilante la cantidad de muertos», señala.

Su novia continúa: «hay agentes externos en Venezuela que te mueven el alma, te inquietan, no te sientes tranquilo». Caminar de noche por la calle, grafican, es «impensable» en su país. «Y aún así hay que hacerlo, las personas que están allá están viviendo de esa forma», dice Geraldine.

La charla con los tres es en Hemp-T Café, un local gastronómico que abrieron dos meses atrás en Punta Carretas. Hablan con entusiasmo de su emprendimiento y de cómo quieren llevarlo a más lugares.

Los jóvenes comentan que dentro de su círculo de conocidos, el que tiene la oportunidad (es decir, puede conseguir dólares) ha emigrado. Tienen amigos distribuidos por todo el globo: España, Australia, Estados Unidos, Chile, Argentina, Panamá, Suiza.

Miguel señala a su hermano menor y dice que no conoció otro partido en el poder más que el actual. «Nació con Chávez y hasta ahora el mismo gobierno», comenta.

Para él, bajo las presidencias tanto del expresidente (muerto en marzo de 2013) como de Maduro se «fomentó» la violencia y la «división» entre compatriotas. Hay, además, una «debacle de los valores». Dice que ahora «el gobierno está llevando a la gente al límite, al límite absoluto». Con convicción, asegura que en su país no existe una democracia. «No confiamos ni en los resultados (electorales) ni en la oposición tampoco», sostiene.

Los tres hablan con cariño de su país. Geraldine dice que le gustaría recorrerlo más, que todavía le faltan muchos lugares por visitar dentro de Venezuela. Su novio, en tanto, afirma que allí se vive en el «paraíso». Los venezolanos «somos gente malcriada, tenemos todo, todas las cosas, no nos hace falta nada». El suyo, agrega, es el país «más bello del mundo».

Por eso, cuando se le pregunta si retornar está en sus planes, dice que sí. «Me encantaría volver a recuperarla».

Publicado en elobservador.com.uy

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