La victoria es de los abstencionistas

ROBERTO GIUSTI
Nadie en su sano juicio puede creer que sea posible mantener a la población bajo un régimen inhumano de privaciones y miseria y al mismo tiempo se arrase ganando 300 alcaldías, incluidas las más representativas, salvo que las elecciones se celebren en Cuba o, ahora, en Venezuela. Si eso fuera así, la venezolana sería una sociedad masoquista, que lejos de condenar a su verdugo, le reclama que continúe matándola progresivamente.

 

No hay que dejarse impresionar. Todo estaba previsto. Las elecciones de este domingo han sido un nuevo timo donde lo verdaderamente impresionante fueron unas cifras total y absolutamente alejadas de la verdadera realidad. Hay que tener la cara muy dura para proclamar, por ejemplo, una participación del 47 por ciento si, desde temprano y durante todo el día, lo que reinó en los centros de votación fue la ausencia casi total de sufragantes.

Lo mismo ocurre con los nueve 9 millones de participantes, otra cifra difícil de tragar, máxime cuando los resultados de las votaciones, en 335 municipios, se conocieron en un tiempo sospechosamente breve, si tomamos en cuenta los atrasos históricos a los cuales nos tenía acostumbrados el CNE.

PROTESTANDO DESDE LA CASA
Lo que sí deja claro el episodio de ayer es que lejos de lo dicho por Nicolás Maduro, quien se llena la boca diciendo que esta es la democracia con más elecciones en “la historia de la humanidad”, en realidad estamos ante la dictadura con más farsas electorales en “la historia de la humanidad”. Es decir, la que más ha castigado la voluntad de los electores con sus fraudes.

Ahora, si bien carecemos de un respaldo para proclamarlo con la fuerza de los números, creemos evidente que la oposición se anotó un buen punto al exhortar a la abstención a millones de venezolanos y no postular candidatos. No lo sabemos a ciencia cierta, pero más allá de la división que se vive en el campo del antichavismo, la furiosa celebración del oficialismo no coincide con la tragedia que vive el país, cuya mayoría (al contrario del 16 de julio que salió a votar como un solo bloque) se quedó en la casa, no votó y manifestó así el resentimiento hacia un gobierno que ofreció justicia social e inclusión y le dio exactamente todo lo contrario.

¿MASOQUISTA YO?
Nadie en su sano juicio puede creer que sea posible mantener a la población bajo un régimen inhumano de privaciones y miseria y al mismo tiempo se arrase ganando 300 alcaldías, incluidas las más representativas, salvo que las elecciones se celebren en Cuba o, ahora, en Venezuela. Si eso fuera así, la venezolana sería una sociedad masoquista, que lejos de condenar a su verdugo, le reclama que continúe matándola progresivamente.

Pero como los hechos demuestran que eso no es así debemos concluir que las elecciones del 10 de diciembre se convirtieron en una farsa de principio al fin, donde los supuestos candidatos de oposición fueron vilmente utilizados para disfrazar la engañifa y aparentar que los aspirantes del chavismo tenían unos adversarios temibles. Bajo esas condiciones era imposible, por ejemplo, que fracasara, en su objetivo de volver a la alcaldía de Sucre, un pretendiente tan desabrido y con un rabo de paja inocultable como el de José Vicente Rangel Avalos.

LOS ABSTENCIONISTAS TIENEN LA RAZÓN
Así planteadas las cosas, no votar es una decisión valedera porque ya sabemos qué pasa cuando la oposición gana. En este caso antes de conocer los resultados definitivos cabe preguntarse si los candidatos de oposición (hasta ahora solo sabemos de Gustavo Delgado, que ganó en San Cristóbal) tendrían la posibilidad de gobernar sin que el poder central los meta presos, los obligue salir del país, les deje sin atribuciones o les monte un organismo paralelo.

Está visto que en tales condiciones carece de sentido la salida electoral porque esta se ha convertido en el instrumento para perpetuar una dictadura. Pero ya sabemos, a la luz de los resultados, que los abstencionistas tienen razón. Ahora les corresponde a ellos indicarle a los millones de no votantes que creyeron en ellos a, ¿cuál es el siguiente paso? ¿Qué hacer luego de haber obtenido lo que, en el fondo, no lo parece, pero es, definitivamente, una victoria?

Roberto Giusti, periodista venezolano. Escribe desde Oklahoma (EEUU).

 

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