Alberto Rosales, el oficio de pensar

El oficio de pensar - Alberto Rosales
ATANASIO ALEGRE –

Dice la verdad quien dice la sombra.
Paul Celan

En 2001, Hans Georg Gadamer, aquel roble centenario del pensamiento alemán, ofreció en Hamburgo una conferencia para la que fue necesario habilitar un par de salas más en circuito cerrado, ya que el local previsto se llenó dos horas antes. Lo que vino a decir ese día fue algo así como su testamento filosófico, tal como había aparecido en su obra Mis años de aprendizaje, publicada en castellano por la editorial Herder.

Sorpresivamente, hojeando a raíz de aquella conferencia las obras completas de Gadamer, di con una nota en el tomo diez en la cual hacía referencia a un artículo “muy importante” de Alberto Rosales en una ponencia presentada en el programa Bad Godesberg en 1989. Decía Gadmer: “En este texto, Rosales ha expuesto trabajos iluminadores sobre el tema del giro (die Kehre); yo puedo admitir por entero los resultados de este ensayo de Rosales”.

Debo confesar que valoré en todo su sentido que alguien como Gadamer, que pasaba, sin duda, por el discípulo más cercano de Heidegger, destacara el trabajo de Rosales, de modo que hice una fotocopia del texto y se lo envié a la Universidad Simón Bolívar en la que era profesor. Rosales conocía ya ese texto de Gadamer, pero agradeció el gesto. Al regreso, hablamos y, como en el caso de Gadamer, esa circunstancia me acercó a la exquisita obra de este pensador venezolano.

Con la mudanza de los días, sucedió que en la segunda convocatoria para el Premio Nacional de Humanidades en 2007 formé parte del jurado que debía otorgar el premio aquel año. El día anterior a la reunión del jurado llamé a Rosales para que me enviara un currículo, ya que el conocimiento de su obra me autorizada para proponerle como el candidato más idóneo para el premio. Con el currículo, me envió una copia del manuscrito Sein und Subjectivität in Kant, de la obra de la que sabía que venía trabajando desde hacía cuarenta años, aprobada ya para su publicación en la editorial Walter de Gruyter en la colección Kant Studies con el número 135. Era la primera vez -todo sea dicho- que una obra escrita por un hispanoparlante iba ser publicado en esta exclusiva colección.

El oficio de pensarCon arreglo a tales credenciales, el jurado no necesitó más de una ronda de intervenciones para acordar por unanimidad el otorgamiento del premio a Alberto Rosales.

Algún tiempo después, apareció publicada esa obra, escrita originariamente en alemán, en la traducción castellana que hizo el mismo Rosales, editada por la editorial Biblos de Buenos Aires. La entrevista que hice a Rosales con tal motivo, publicada en uno de los suplementos literarios venezolanos, dio la vuelta a una buena parte del mundo del pensamiento, sobre todo en Latinoamérica.

Cuando publicó más tarde su obra Unidad en la dispersión como aproximación a la idea de la filosofía, tuve el honor de presentarla al gran público. Se trata de diez ensayos que aglutinan como abarcadores tres grandes temas: en primer lugar, la filosofía como saber que lucha por su unidad a través de la dispersión en teorías y corrientes divergentes; en segundo lugar, la crítica de la teoría de la verdad de Heidegger, deducida del vocablo aletheia, y en tercer lugar, una nueva teoría de la conciencia. Se advierte aquí, además y de soslayo, la sorprendente capacidad de Rosales como filólogo y helenista.

En una de las pocas salidas que Heidegger hizo fuera de Alemania para participar en un congreso en la ciudad de Cerisy-la Salle (Normandía, Francia), Heidegger abordó el tema de la filosofía en los siguientes términos: “Supongamos que son las cinco de la tarde y me encuentro en el bosque y comienza a preocuparme la idea de cómo orientarme en el momento en que sea de noche. ¿Dónde está la noche a las cinco de la tarde, objeto de mi preocupación? Yo la estoy adelantando para saber a qué atenerme llegado el momento en que necesite orientarme. Pues bien, desde Platón esta necesidad de saber a qué atenerme es una de las tareas más importantes de la filosofía”. Añade, además, que huir de la ignorancia –ten agnoian feugein– en sus palabras es la acción que conduce a saber a qué atenernos.

Esta obra de Rosales a la que hago referencia de manera especial, es un texto escrito con la acuciosidad, la intensidad y la dedicación con la que los bordadores de oficio ponen el movimiento sus agujas para conseguir la filigrana final en busca del sentido de la filosofía.

Ortega y Gasset decía que la palabra es uno de los sacramentos de más delicada administración. Y esta parece ser la manera de proceder de Rosales: hilvanar y repasar una y otra vez los conceptos que componen cada uno de los diez ensayos de este libro sobre ese vocablo que reflotó Heidegger: la aletheia, en cuya interpretación Rosales ahonda aún más de lo que el filosofo alemán hiciera.

La aletheia viene de dos palabras: lethos que, sin la a privativa significa oculto, pasar desapercibido, ocultar. Por tanto, alethes es ese algo que está libre de ocultamiento. La deducción filosófica que inicia Rosales, partiendo de Hesíodo y Homero, alcanza un punto de exactitud en el que la filosofía y la filología se hermanan de manera tan sutil, pero al mismo tiempo tan contundentemente, que su trabajo como filólogo es el de un desenmarañador.

¿Qué otra cosa habría que hacer en una época y en una sociedad en la que nos sentimos tan agobiados por los sofismas de quienes tratan de enmascarar la verdad?

Ese es el área del filósofo que actúa como un reloj que se da cuerda a sí mismo. Y mientras a otros hombres los empujan las pasiones y los humanos entretenimientos (todo aquello que Nietzsche definió como el empeño de diluirse en lo dionisiaco), se hace necesario, como aconseja Heidegger, empuñar una antorcha que viene a ser la capacidad para saber a qué atenerse y que sirve a su vez de iluminación para emprender la ruta.

En 1992 apareció publicada en la revista Apuntes filosóficos, de la Universidad Central de Venezuela, la conferencia de Alberto Rosales titulada Vías y extravíos del pensamiento latinoamericano con un epílogo sobre el relativismo. En el fondo era una respuesta -se me ocurre- a la pregunta del filósofo peruano Augusto Salazar Bondy sobre la posibilidad de que Latinoamérica se convirtiera en un tema filosófico con características propias. Salazar Bondy andaba entonces entusiasmado con el tema de la exigencia estimativa, elaborada a partir de las teorías de George Edward Moore, el filósofo que tanto influyó sobre el pensamiento de John Maynard Keynes. Con esa doctrina y sobre la base de los postulados de la filosofía analítica, Salazar Bondy comenzó a colocar las bases de la que llamaba la filosofía nacionalista latinoamericana.

Los filósofos latinoamericanos se encuentran frente a dos disyuntivas: una es la de plantearse a Latinoamérica como tema filosófico en si; la otra, la de contribuir como pensadores con la tradición filosófica de Occidente. Estas posturas no son excluyentes, y a juicio de Rosales se trata de una guerra de almohadones entre los defensores de una y de otra postura que no llevan a ninguna parte porque las implicaciones que a partir del hecho de que la filosofía tiene como objeto el ser universal, ello implica que los entes particulares deben abordarse a través de concepciones concretas. La filosofía como saber universal, se ocupa de los fundamentos, es decir, su objeto es exactamente aquello que en todas las ciencias particulares se pone como fundamento de demostración, sin demostración. ¿Qué es entonces este saber acerca de todo? Es la capacidad de pensar en esas totalidades que concierne a todos de una manera o de otra. Se trata de los llamados por Rosales omniconcernientes.

Los latinoamericanos, es decir, quienes tratan de convertir a Latinoamérica en omniconcernientes, ¿están en el buen camino? ¿Es Latinoamérica un pensamiento omniconcerniente?

Esta es la respuesta de Rosales:

“Los latinoamericanos suelen interrogarse, primero, por su posición en la historia, la cual depende para ello de la respuesta a las cuestiones centrales acerca del mundo y del hombre. ¿Quiénes somos respecto a nuestra proveniencia histórica? ¿Es nuestro mundo el europeo, el indígena o acaso el africano o ninguno de ellos, o tal vez una confusa mezcolanza de todo? Y si hoy en día, a pesar de la respuesta a esta pregunta, somos occidentales, ¿en qué consiste nuestra problemática pertenencia occidental? ¿Cómo tiene que comportarse en consecuencia frente a nuestro pasado? ¿Pero cuál es nuestro pasado, cual es, querámoslo o no, nuestra tradición fáctica? ¿Comienza acaso nuestro pasado con la independencia o somos pueblos más viejos, que creen ser jóvenes sólo porque han perdido su pasado de una o de otra manera y se encuentran hoy en día en el aprieto de no saber qué son? Y si esto es así ¿cómo hemos de comportarnos con nuestra situación y frente al futuro? ¿Hemos de huir de este vacío de pasado, en alas de un desenfrenado futurismo que se contenta con imaginarse un mundo nuevo? ¿O hemos de reconocer más bien nuestra fáctica tradición occidental y asumir, a pesar de nuestra quebrada relación con ella, las posibilidades y tareas que ella implica? ¿No es necesario, como hemos mostrado aquí, al esbozar el origen de la filosofía nacionalista, preguntar a esa tradición para comprender nuestra situación actual presente?

Nadie podrá negar que estas preguntas son importantes para nosotros. Nadie puede negar el derecho que tiene cada latinoamericano a plantearse y responder estas cuestiones, pero no con filosofía, sino con la concepción del mundo.

De lo que se trata entonces es de cultivar esa concepción y explicarla en sus diversos componentes, preservándoles contra todo autoengaño. Y frente a todos los prejuicios reinantes entre nosotros, arraigados en una tradición de cerca de doscientos años, hay que afirmar: nada de esto es filosofía.”

¿Se puede explicar con mayor claridad lo que falta a América latina para llegar a mostrar al mundo su verdadera e inequívoca fisonomía?

No quisiera implicar Alberto Rosales en temas políticos, pero lo cierto es que antes de que ocurriera en Venezuela lo que ha ocurrido, de hecho, nadie habló tan claro sobre qué tipo de problemas debe resolver el latinoamericano en busca de su propia identidad que viene a ser el principio y fin de lo posible alcanzable.

Atanasio Alegre, narrador y académico hispano-venezolano. Escribe desde Madrid.

Ensayo originalmente publicado en el diario El Nacional, de Caracas, el 4 de febrero de 2018


 

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