“Cambié la censura por mi miedo a los terremotos, y no soy infeliz”

ELIZABETH ARAUJO
Residente desde hace 5 años en un México que le recibió “con los brazos abiertos”, Rubén Machaen cambia de pronto su oficio de periodista -“buscando reconstruirnos entre el país nuevo y el país extrañado”- y se cuelga en la nostalgia de la Caracas que dejó para probar suerte en literatura con Soundtracks (Rocolas que no existen), su primer libro de relatos

 

Frenético de Fito Páez y Gustavo Cerati, pero aún más de Cayayo Troconis -a su juicio “nuestro Kurt Cobain”- cuya muerte quedó silenciada porque ese día se aprobó la Constitución de Chávez, Rubén Machaen hizo lo posible por hacer reporterismo para diarios, portales web y revistas, hasta que sus ambiciones profesionales le exigieron cambiar de lugar. De padre mexicano, probó suerte en el país donde tiembla cada minuto, pero donde también asegura que hay posibilidades y riesgos para sobrellevar la vida. Aprovechando la experiencia en ViceVersa Magazine, este periodista venezolano le hace guiños a la literatura, con Soundtracks (Rocolas que no existen), de la editorial Igneo, libro que según el prologuista Armando Coll, «no se trata solo de sexo, drogas y rock and roll, esa utopía desvencijada… sino relatos da vueltas como el mundo y se retroalimenta como la cultura, para acabar siempre en el mismo lugar”. Una advertencia de que no siempre la nostalgia surge del pasado, sino del presente que se quedó en construcción

«Los venezolanos somos hoy un florero roto, con pedazos desperdigados por el mundo, buscando reconstruirnos entre el país nuevo y el país extrañado»

—¿Qué le impulsó salir de Venezuela y radicarse en México, y cómo se siente en este país?
—México es mi segunda patria —soy hijo de padre mexicano— y salir de Venezuela fue algo que postergué hasta la saciedad: me fui en el mejor momento profesional de mi carrera que, tristemente, era directamente proporcional a lo mal que estaba el país. México me recibió de brazos abiertos, pude continuar ejerciendo la docencia y viajar por todo el país en miras de ese sentimiento de pertenencia, tan necesario para todo migrante de cualquier generación.

—Sorprende que desde muy joven se haya metido entre ceja y ceja ser escritor ¿Por qué? ¿Por adquirir fama, por ajuste de cuentas con su pasado o en verdad hay a diario historias que deben ser contadas?
—Es una pregunta curiosa. La inquietud de la escritura nunca tuvo —ni tendrá— que ver con la fama. Pienso que, más que ajuste de cuentas con el pasado, se trata de una reconciliación de un cúmulo de inquietudes que disfruto exteriorizar en clave de ficción. A diario hay historias que contar, sí; pero a diario también busco cómo y en qué clave contarlas. La reconciliación, más que con la página en blanco, es con mi propia consciencia.

—¿El hecho de ser periodista le ha impulsado a incursionar en la literatura, o lo de la periodista no fue más que una coartada?
—Por allá en 2005, cuando llegó la hora de elegir carrera, quise estudiar Letras. El encerrarse en un salón y clavarse de lleno en la literatura me atraía, claro. Pero más me atraía la acción del reportero; vivir el conflicto, documentarlo; debatirlo, refutarlo. Mi generación creció y se formó en un mismo gobierno, cuya debacle vivimos, desde nuestros espacios cotidianos e individualidades. El periodismo pone a esa cotidianidad, si se quiere, egoísta, en segundo plano y pasas a ser, como dice Juan Villoro, espía del mundo. En mi caso, de la política venezolana, que poco a poco se lo ha ido tragando todo. En el camino, la literatura siempre fue una constante que me nutrió como periodista y ciudadano. Esa sensación de búsqueda perenne es lo que me mueve ¿y qué mejor búsqueda —además de la lectura— que hacer periodismo en un país como Venezuela?

«Hay un tema con la nostalgia con el que nunca he estado de acuerdo: que se refiera solo a tiempos pasados. Hay nostalgias del pasado, sí; pero también del presente».

Sus cuentos parecen inspirados por el rock, particularmente al argentino. ¿Hay una historia personal detrás de cada tema musical que necesita ser narrada?
—La idea de Soundtracks (Rocolas que no existen) nació de una analogía extrañísima que creé en mi cabeza entre una canción de Warren Zevon, Roland the headless Thompson gunner y un cuento de Jorge Luis Borges, Tema de traidor y del héroe. En ambos hay anti heroicidad, belicismo, aires de leyenda y una franca traición. Con ese coctel músico/literario en la cabeza, tuve que sincerar el leitmotiv de las historias siguientes: la música como pilar fundamental de cada trama y no solo de rock argentino. Por ejemplo, uno de los músicos citados —quien además es personaje en varios cuentos— es Cayayo Troconis, nuestro Kurt Cobain, cuya muerte en 1999 pasó por debajo de la mesa por (cómo no) la famosa Constituyente de Chávez y el deslave de Vargas. Situaciones ambas obligadas a ser primera plana y con los años, la figura de Cayayo se fue diluyendo entre nuevas bandas, la política, la corrupción, la debacle, la precariedad y la inmediatez del cotidiano que —sin querer— nos ha hecho parricidas de nuestras raíces políticas, intelectuales, artísticas, musicales: Sentimiento muerto, Zapato 3, Dermis Tatú, sobreviven como bandas de culto, como si fuesen de hace 30, 40 años cuando en realidad son menos. Por eso insisto en nadar a contracorriente de la inmediatez. Volver, más que un acto de nostalgia, es una necesidad.

—Es su primer libro por lo que obviamente le ha puesto toda la adrenalina para ser reconocido ¿Le obsesiona el éxito o el fracaso al punto que no le deje dormir?
—Recuerdo un cuento de Virgilio Piñera, En el insomnio, en el que el narrador sufre de un insomnio tan hiperbólico y exacerbado, que termina volándose los sesos y ni siquiera así logra dormir. En resumidas cuentas, mejor evitar esa desesperación dedicándole las noches a la escritura y ya. Sobre el éxito o fracaso del libro, pues, tengo muy claro que desde el momento en que salió de imprenta, está fuera de mi control el que guste o no.

—¿Soundtracks es una suerte de incursión a la nostalgia al estilo venezolano de “cuando éramos felices y no lo sabíamos”?
—Hay un tema con la nostalgia con el que nunca he estado de acuerdo: que se refiera solo a tiempos pasados. Hay nostalgias del pasado, sí; pero también del presente —fugaz, inmediato— y para mi generación, de futuro, al no saber con certeza si ese futuro en construcción llegará a ser, de verdad, presente. La nostalgia es también tener consciencia de vivir cuestionándolo todo permanentemente. Soundtracks no es más que la banda sonora de esa película de nostalgias sin tiempo verbal.

—¿Cuál ha sido su condición de inmigrante?
—La mejor de todas. México es un país enorme —literalmente— y por fortuna, trabajo con personas hermosas que se han hecho hermanos de vida quienes, además, no son de Ciudad de México, sino de distintas partes del país. Entonces, cada uno trae su propia historia ajena a la capital, y eso es maravilloso, porque nos nutrimos mucho y confirma esa máxima de que quien migra lleva y recibe identidad.

—Como venezolano, cuyo único susto se los daban los atracos y los anuncios de expropiación de Chávez y ahora Maduro ¿Cómo ha sido para usted la experiencia de los terremotos en México?
—Toda elección implica una renuncia. Yo cambié el cotidiano de censura, malandros y expropiaciones, por narcos, smog y terremotos, y no soy infeliz al respecto. A raíz del terremoto del 19S confirmé que cada nación tiene sus miedos: el mexicano está acostumbrado a la zozobra de vivir en un país propenso a temblar; así como el venezolano a brincar cuando escucha el sonido de una moto en la calle. El miedo tiene sus formas; de uno depende ajustarlas.

—¿En cuál escritor se ve usted reflejado cuando escribe?
—Más que verme reflejado, a la hora de escribir, hay estéticas que me mueven más que otras. Conozco músicos tan disímiles como Vinicius de Moraes, Warren Zevon y Gustavo Cerati, con líricas que bien podrían ser narrativa y poesía; así como escritores y poetas como Rafael Cadenas, Eugenio Montejo, Rubem Fonseca, Fernando Pessoa, Rabelais, Paul Auster, Chuck Palahniuk y Foster Wallace, cuyas voces son tan rítmicas y armónicas, que podrían hacerse canción. Es un tema de estéticas.

«Dentro y fuera del país hay una generación que narrará los años del chavismo tanto en periodismo como en literatura, y que leo con entusiasmo»

—En Venezuela hay una generación de jóvenes atrapados entre las protestas y la frustración que dejan las penurias económicas impuestas por el chavismo ¿Será posible que esos jóvenes alguna vez puedan convertir en literatura los años negros que les tocó vivir?
—En literatura, historia, documental y hasta en el mismísimo pensum escolar. Es posible y es lo que, creo, esperamos todos los venezolanos, dentro y fuera del país: una generación de escritores que narren los años del chavismo; la reescritura de los textos de Historia Contemporánea de Venezuela; futuros periodistas que sepan distinguir entre la historia y la historiografía —esa que el chavismo se empeña en meternos entre ceja y ceja, aupando un revanchismo resentido, una heroicidad sin épica y una pantomima mesiánica cursi y ridícula— y podamos volver a encausarnos desde el luto de un pasado nefasto y una nueva armonía. Hay muchas plumas jóvenes en Venezuela, tanto en periodismo como en literatura, que ya están en eso y que leo con entusiasmo. Ahora, también mucho oportunista al que le glorifican aforismos sonsos; escritores que pontifican si eres o no un buen lector y hasta a quién sí deberías leer, etcétera. En fin. El aire está muy contaminado, entre la polarización, la propaganda oficialista y la crisis que no deja respiro para casi nada más.

—Más temprano que tarde Venezuela pondrá fin a la pesadilla del chavismo. ¿Cree que los millones de compatriotas que se vieron obligados a abandonar el país regresarán para ayudar a reconstruirlo?
—No soy quién para adivinar el futuro y afirmar si los que nos fuimos, regresaremos o no. Estoy seguro, sí, de que una cosa es irse y otra saber irse. Los venezolanos somos hoy un florero roto, con los pedazos desperdigados por el mundo, buscando reconstruirnos entre el país nuevo y el país extrañado. Eventualmente terminaremos siendo algo quizás más triste, pero más entero, que nos permita, desde nuestra trinchera —sea o no en Venezuela— reconstruir el país que nos robaron.

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