La diáspora como problema político continental

La diáspora, problema político continental
ALONSO MOLEIRO –

En el entorno político subregional se debate ya, cada vez con menos desembozo y disimulo, en torno a la crisis política, social y económica venezolana, a la arremetida de Nicolás Maduro para consolidar la dictadura, y, sobre todo, al parto mismo, a las consecuencias inmediatas, del colapso venezolano.

Uno de los temas que comienza a preocupar en los corrillos diplomáticos latinoamericanos consiste en figurarse que el terremoto migratorio venezolano actual se expanda y se profundice, en virtud de la ausencia total de criterios del gabinete Maduro, y de la propia naturaleza fallida de su gobierno. Que la diáspora venezolana deje de ser una anécdota del debate, para transformarse, alimentada por el agravamiento de las cosas, como en alguna medida ya lo es, en un malestar generacional, y, a la larga, en todo un problema social en la región.

A estas alturas ya podemos distinguir la existencia de grandes núcleos de inmigrantes venezolanos, en Miami, en España, en Costa Rica, en Panamá, en Chile, en Colombia, en Perú, Australia, en Ecuador, en Canadá, en México y en Argentina. Los desprendimientos de los últimos años con frecuencia llevan consigo la carga de una situación impuesta: la de gente que en principio no se quería ir. Venezolanos que literalmente huyen del infierno chavista.

Dentro de las claves de la historia venezolana, la circunstancia que describimos, que ya cursa sus 20 años, había sido completamente inédita. Desde que fue fundada por los españoles, salvo en los períodos de la guerra de independencia, Venezuela lo único que hizo fue recibir extranjeros. Al principio, las proporciones no eran altas. Desde los años 30 hasta los años 80 del siglo anterior, los de la prosperidad petrolera, el país recibió un poderoso volumen de inmigrantes, europeos y latinoamericanos, judíos y árabes, que forjaron parte importante de su identidad actual.

En esta escala de la crisis, durante los años de Maduro, lo único que hace la diáspora venezolana es enraizarse y profundizarse. Por primera vez, ha traspasado las barreras de las clases alta y media, conociendo su réplica en sectores populares. Toca, en principio, a los millones de venezolanos de padres colombianos residentes en el país, que ahora corren a la patria de sus ancestros para salvaguardarse del chavismo. Cualquier lugar es lo suficientemente bueno, si con ello se está a salvo de la escasez de comida, la inflación, el desborde delictivo y la corrupción generalizada.

La emigración venezolana se va depurando y toca nuevos destinos, aproximadamente insólitos, jamás comentados en el pasado: la República Dominicana, Nicaragua, Puerto Rico, Curazao. Ya hay una apreciable comunidad de venezolanos retornados, hijos de viejos migrantes, a Italia y Portugal.

Es, sin embargo, el foco del entorno latinoamericano el que ofrece síntomas de preocupación política. Al único que el asunto parece no importante es al propio Nicolás Maduro. En los últimos días, la prensa local ha recogido un hecho insólito en los confines de la vida venezolana: ciudadanos que cruzan la deshabitada frontera con Brasil, y solicitan apuradamente permisos de residencias, o trabajan ilegales, a cambio de cualquier paga, en Manaos y Boa Vista.

A los venezolanos se les ha presentado un grave problema social, y existencial, frente al extranjero, ahora que su nación arde en llamas, en esta, la era del apogeo y el sobreaviso ante la migración y el desplazamiento. Deben ser estos parte de los temas que están intercambiando en este momento Almagro con Macri, Kuczynski, Santos y Donald Trump.

Publicado en Hispanopost.com

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