Dinapiera Di Donato – En su orilla del Hudson

Dinapiera Di Donato – En su orilla del Hudson
JOSÉ PULIDO –

Quien lee el poemario titulado La Sorda nunca más olvida a la monja Teresa de Cartagena. La genial castellana, infectada de siglo XV, acorralada en el silencio por una sordera implacable, que un día dijo estar enferma por la gracia de Dios.

Por consiguiente, tampoco es posible borrar de la memoria el nombre de Dinapiera Di Donato, la poeta que escribió ese libro, porque en sus palabras ha quedado nombrada y perfectamente interpretada toda la luz que emanaba de aquella mujer portentosa y libre de ignorancias, que padeció serenamente la clausura religiosa y la clausura de la sordera.

ALGUNOS DATOS

Sintetizo el currículo publicado por Viceversa Magazine, donde la poeta venezolana publica sus escritos:

Vive en Nueva York desde 1999. En esa ciudad ha enseñado español y francés y cursó estudios doctorales en CUNY. Obtuvo una licenciatura, maestría y DEA en literatura hispanoamericana en París (Francia). Ha enseñado literatura, escritura creativa y también fue co-fundadora del Grupo de Estudios de Culturas y Literaturas Caribeñas de la Universidad de Oriente en su país de origen, Venezuela. Autora de Noche con nieve y amantes (Caracas, Fundarte, 1991. Premio de Narrativa de la X Bienal Internacional “José Antonio Ramos Sucre” de 1990), La sonrisa de Bernardo Atxaga (Predios, 1995. Premio de Narrativa “Alfredo Armas Alfonzo” de 1994), Libro de Rachid avenida Paul Doumer (Cumaná, 1996. Premio de Poesía Bienal “Tomás Alfaro Calatrava” de 1996), La Sorda (Maturín, ICUM 2011), Colaterales/Collateral (USA, Akashic, 2013. Paz Poetry Prize del 2012), Contar Aristeguieta (USA, Sudaquia, 2013, relatos que recibieron una Beca del The Northern Manhattan Arts Alliance).

DOS LIBROS

Dinapiera Di Donato, poeta y narradora, mente encendida de creaciones, sabiduría sin vejez; cara de guayanesa enmarcada en la belleza fúrica de sus cabellos, vive actualmente en Nueva York haciendo su trabajo de escritora y de docente. Su fino oído, de persona intensamente sincera, ha sabido escuchar la verdad femenina en las palabras de la monja sorda. Y ha hecho la misma tarea interpretando y leyendo el transcurrir de este tiempo, en los sentimientos incesantes que genera la sempiterna realidad.

Dinapiera también ha escrito, con la contundente estética de su poesía, el libro Colaterales/Collateral (USA, Akashic, 2013) que obtuvo el Paz Poetry Prize del año 2012.

Su visión de poeta es como un punto de partida desde todas las orillas. Sus palabras contienen los sonidos y los sabores de las culturas que se desarrollan en las riberas; embarcaciones que pasan, la estética de los siglos yendo y viniendo. Dinapiera Di Donato ha vivido escuchando el rumor del Orinoco, del Sena, del Hudson. Es una de sus músicas.

Dinapiera escribe sobre Teresa de Cartagena y se percibe que no es solo la monja quien ha entrado a un claustro donde lo femenino se vuelve invisible: todas las mujeres quedan prisioneras de un silencio, de una limitación, cuando no cultivan el habla que las expresa:

“Pon en la bandeja todo lo tuyo deja las llaves abandona el perfume olvida tu nombre”

En Colaterales su poesía estremece, ejercita todos los ángulos de la sinceridad, sin que la belleza deje de serlo, aun sufriendo:

“Vino la muerte
y me encontró ocupada
en tus labios
y a ti en el dibujo de alheña de la piel
donde estaríamos
la muerte y yo
persiguiéndonos sin vernos en un bosque”

Dinapiera posee algo indefinible que podría denominarse “la gracia de la poesía”. Algo que solo la poesía regala a sus preferidos. Y que salta como una chispa sobre la pradera espiritual donde la poeta se refugia. La entrevista tuvo la siguiente secuencia.

ACROBACIAS EMOCIONALES

Dinapiera Di Donato – En su orilla del Hudson-Tú y la poesía ¿cómo es la relación entre las dos? ¿Quién guía, quién se somete?

-De la poesía toda torpeza ha sido mía porque no sé despejarle el camino, darle su lugar. Siempre dice la verdad, es diáfana y yo no. Por suerte ayuda a pinchar las burbujas eufóricas o melancólicas.

-En definitiva ¿qué marca tu búsqueda en la poesía? ¿En qué etapa encuentras la máxima satisfacción?

-Por un tiempo me marcó la creencia de que la buscaba sola. Luego agradecerle el no haberme dejado fuera de la vida de otros, desarticulada. Saltando de alienación en alienación.

La máxima satisfacción es cuando logro atender. Quiero devolverle a las palabras algo que no sé qué es, a cambio de la percepción de presente que me procuran.

¿Qué significa en ti, poeta, ser del país que hoy parece agonizar ?

-Acrobacias emocionales. Sortear la tensión entre la culpa por la pérdida y la belleza recuperada solamente en las memorias. Cuando mi amiga poeta de la adolescencia va con una bolsita pidiéndole un puñado de granos a los revendedores de comida y no pierde su humor para no mortificarme cuando hablamos de cuando en cuando, me avergüenza mi bloqueo rencoroso de la escritura porque sé que ella (que nadie ha publicado nunca) no suelta sus libros ni sus cuadernos. Si alguien la oye celebrando cómo amaneció la montaña, las peripecias cotidianas y el don de leer y escribir podría pensar que es una señora de un sector social con mejor suerte. Vive sola y a veces se desmaya de inanición (con qué dólares comprar gas, con qué fuerzas subir y bajar 17 pisos) pero los recuerdos de cada quien recomponen el país vivo, el particular y el de todos. Ella no me perdonaría por contar estas cosas. Tal vez deba borrarlo. Hay que esperar que cada crueldad que deforma los rostros amados vaya acompañada de la voluntad de hacer de la ruina un palacio de vida ordinaria, rutinaria, normal.

-¿Qué es lo que más amas en la vida?

-Poder oírla. Oír “la vida”. Poder leer y escribir para acercarme un poco más a vivos y muertos.

-Tu poesía es un arte elevado, esencia del lenguaje, ¿Hay ojos viendo eso? ¿Hay lectores sintiendo eso?

-Les debo a lectores generosos el intento de hacer circular mis textos desde mis comienzos. Dieron su voto en certámenes, recomendaron su publicación o los llevaron a sus clases; me invitaron a leerlos en eventos literarios, o a mostrarlos en sus páginas de las redes. Casi siempre se trataba de personas que no conocía personalmente. Que estaban lejos.

En mi adolescencia en Guayana escribía muchas cartas donde iban poemas. La poeta Teresa Coraspe me publicó poemas y dibujos en Ciudad Bolívar, en mi época de liceísta. Durante mis años de formación en Paris no me atreví a mostrar nada en mi entorno pues al primer intento, un cubano amigo de María Zambrano me tachó todas las líneas, y con la mejor delicadeza que pudo me dijo mis verdades: que era demasiado ignorante y pobre y fea, tanto que no parecía venezolana. Desde mi primer semestre había recibido felicitaciones aparentemente exageradas por mi manera particular de escribir. El cubano me bajó de la nube. A los 19 años era muy tarde para aprender, según él (lo autorizaba su amistad con Zambrano, su trato con Picasso, entre otros). De todas maneras me regaló el Grado cero de la Escritura, en español, a ver si así entendía mejor algo de Barthes, para ayudarme a desasnar. Tenía razón en todo. Cuando me invitó a su boda, porque yo iría con mi novio árabe (un erudito que lo deslumbraba pero que tenía la torpeza de contrariarlo, decía que yo escribía con sustancia) no tuvo más remedio que des-invitarme. Es que no había que incomodar al futuro suegro, un potentado franco-italiano; mi francés con acento, mi español remendado, mi italiano falso, mi apellido emigrante, sin plata para un traje digno, ni siquiera becada, novio incorrecto para las expectativas sociales (árabe, escritor sin libro publicado, y peor, sin fortuna), era una impresentable que fantaseaba con un lápiz. Ya no quise enseñarle manuscritos a nadie, hasta que llegaron Salvador Tenreiro y María Luisa Lázzaro, y volví a mostrar mis cuadernos. Ellos me creyeron.

Luego mi primera novia venezolana y sus brillantes amistades del campo literario de Caracas coincidieron con las impresiones del cubano. Así que aprendí a tiempo que siempre hay ojos empujándome a ser exigente conmigo misma o acompañándome.

-¿Qué haces cuando te desanimas?

-Trato de olvidarme. Busco quietud para desenredarla de la parálisis. Paisaje de gente, obras de arte, calles, río, todo está ahí como un frasquito con rótulos de “sigue”, avanzar pero en el ritmo justo. Como flotar en el mar de Quetepe al amanecer, el agua mansa, azul y verde, por las colinas y el cielo mezclados en la transparencia (lo que me ayudaba en Cumaná).

Como con la niña alucinada del cuento, con sus drogas para olvidarse de sí misma y transformarse, que marcaban “bébeme”, hay que soltar y saltar. Dejar el miedo a tener miedo.

El Facebook también me anima cuando descubro escrituras, como descubrí la tuya; las redes ofrecen imágenes, músicas, ideas conmovedoras, aunque vaya solamente por temporadas porque debo mantener a raya la ansiedad crónica que se me exacerba con la obsesión-país inevitable entre nosotros. A veces aparece la foto de un antiguo amigo escritor, esquelético por falta de nutrientes, o la noticia de otro, muerto joven, sometido al exterminio, y me digo que cerraré la cuenta.

Mi desánimo peor es el de los periodos en los que me vuelvo más sorda y no puedo leer y entonces no es quedarme quieta, es dejar de sentir, que es como morirse un poquito o mucho. Pero cuento con herramientas que uso cada día. Dibujar en fotos que tomo, meditar a mi manera, ver series, recorrer mi orilla del Hudson, escribir una crónica para Vice- Versa, hasta que pasa y logro concentrarme y leer de nuevo.

Apenas lo consigo la máquina de escribir se dispara. Se suspende el cansancio, el mutismo, el dolor. Cuando leo así, olvidada, algo se enciende y va escribiendo a la vez; las voces de lo que leo reconectan con otras. Si encajan las piezas y el ego deja de protagonizar, ayudada por el arte, ese ojo de mi cabeza que va reelaborando en paralelo sus propios diálogos, sus películas, su melodía, se activa con placer. Me toca evitar mis propios atropellos, disparates, colapsos. Si lo logro, mejor.

-¿Has avanzado con lentitud o con prisa? ¿Con dolor o alegremente?

-Avanzar, ahora que lo dices, es ir al compás. Pero de qué. El ritmo de perderme en el espacio y reencontrarme, con distintas velocidades. Aunque tenga mis molestias materiales mi naturaleza es de esas que se maravillan y desaparecen y vuelven a maravillarse. Pero tiendo a perder ritmo.

-¿En dónde vives ahora? ¿Cómo desarrollas tu poesía allí?

-Vivo en Manhattan, al noroeste. La vida literaria en español está siempre viva en esta ciudad. Pero camino “a mis aires”, mi trabajo de leer y escribir va conmigo, pero me distraigo demasiado si me acerco a grupos. Estar en los escenarios, aunque sea en un salón literario, requiere talentos sociales y energías físicas que no tengo. Admiro las figuras influyentes en sus comunidades, el activismo y el compromiso social o institucional, el poeta en la política, porque sabe comunicar en voz alta. Ser un poeta al que siguen likes y grupos porque llega al corazón de su comunidad literaria que hace que sus libros circulen, me fascina y aterra. Pero conozco mis limitaciones y la poesía siempre es generosa y cuida a los descuidados.

Cuando ando demasiado desubicada manda señales: llega un libro, como llegó una vez uno dedicado por José Watanabe poco antes de su muerte, bastó que me tratara como alguien de oficio y eso me ordenó la cabeza. Siempre algún escritor te recuerda e invita a participar en antologías. En momentos así no es validación sino cercanía lo que me re-sitúa. Un aliento para la ruptura de moldes (porque cada puñado de palabras llega buscando su forma), nunca falta. Como lo he sentido con tu poesía expandida y libre.

Dinapiera Di Donato – En su orilla del Hudson-¿Qué es lo que nombras con más insistencia en tu poesía?

-La necesidad de no mentirme. De aceptar visiones deformantes para reconducirlas.

-Este tiempo, ¿lo has visto bien? ¿lo has podido atrapar con tus palabras?

-Mis a-sintonías me complicaron un poco el sentimiento de lugar, de pertenencia, de tiempo presente. Ando como entre tiempos y espacios simultáneos, entonces veo y no veo.

Mis palabras van como rezagadas, pero ya a mi edad no me angustia. Creo que rompí la maldición que me echó una monja estudiosa y brillante en mi adolescencia. Un colegio me pidió que fuera a decorar un kinder (me gustaba mucho pintar). Llegaba con mi mejor intención de empezar pero me ponía a escuchar las historias de todas las monjas y maestras y de cualquiera que pasara a curiosear. Y así cada día hasta que llegamos a la víspera de arrancar las clases y no había nada en las paredes. Bosquejos raros. La monja supervisora (era una intelectual reconocida entre ellas) se acercó a decirme que nunca llegaría a ninguna parte, puro alarde de personalidad artística pero más nada. Yo no entendía su furia. Le dije que todo estaba en mi cabeza y no me creyó. En dos horas pinté todo. Subía y bajaba de la escalera como en un trance. Ya no era yo. Los mirones aplaudían y me pedían que agregara cosas y los complacía. Pero entre tanto motivo de magia y colores y animalitos y personajes de cuentos no resistí y pinté una brujita en su escoba verde de rabia. Al amanecer fui a limpiarlo todo. La supervisora me estaba esperando para decirme que quitara a la bruja que llevaba curiosamente toca monjil. Los niñitos no podían ver algo así. No le dije nada, pero sentí un nudo en el estómago. Los infantes solamente podrían constatar que la monja estaba volando, preciosa, en aquel jardín. Pero yo sentí miedo. Porque ella me dijo que lo que estaba en la cabeza se lo llevaba el viento. Yo entendí que el viento se llevaría mi cabeza. A veces pasa muy cerca y no hay escobas verdes de rabia transformada que valgan. Pero el tiempo de los que llegan trae la poesía de vuelta siempre.

José Pulido, poeta y periodista venezolano. Reside en Génova, ciudad de Italia.

 

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