El mejor venezolano posible

El mejor venezolano posible - Sebastián de la Nuez

SEBASTIÁN DE LA NUEZ –

Veo que se anuncia en Actualy.es el estreno en Madrid de una vieja propuesta teatral de Ibrahím Guerra: A dos cincuenta la cuba libre. Será para algunos el reencuentro, en la capital del Reino, con el ambiente de un bar de ficheras donde el ron corre a raudales y las putas enfundadas en sus lycras cuentan sus desgracias utilizando una jerga familiar, entrañable.

Un bar de ficheras en Caracas es algo inestimable en la formación intelectual de un caballero. Había uno que se llamaba Doral, entre las avenidas Francisco Solano López y Libertador, con su hotel al lado. Un sitio lleno de colombianas donde la vida nocturna era eso, estímulo vivificante, caldo de cultivo para todas las fantasías de este mundo.

Hay otros lugares en Caracas que no necesariamente son de ficheras sino cervecerías o simplemente se anuncian como bar−restaurant. En el Olímpico, en el centro de la ciudad, se reunían boxeadores retirados, intelectuales de la izquierda borbónica, reporteros del área de deportes, personas sin profesión definida. Era regentado por Mauricetta, una francesa, y por un emprendedor que usaba sombrero Panamá, un caballero elegante de apellido Febres-Cordero.

Se dicen muchas cosas del venezolano, quien tiene la autoestima algo baja en estos días pues sufre la emigración, la diáspora, el escarnio de un gobierno inepto y estúpido. En su propia tierra sufre hambre, padecimientos de todo tipo impensables en un país tan rico. Sufre, además, pues se autoflagela pensando en su culpabilidad por haber votado o apoyado en algún momento la defenestración de CAP, las pintas “golpe ya” en los muros de Caracas, el ascenso de un golpista al poder en 1998… En fin. Quizás sea hora de poner las cosas en una balanza.

Suele hablarse de su inclinación al bochinche, de cierta tendencia a tomarse las cosas a guasa, irresponsablemente. Esa confianza hueca en que todo se resolverá porque Dios está de parte de los venezolanos y la renta petrolera engrasa cualquier desperfecto. Se parlotea sobre el espíritu festivo de Juan Bimba, de su tendencia a consagrar mediocridades, de su facilidad para burlarse de cosas serias. Hay teorías sobre su innata capacidad para apropiarse de lo fácil, tomar el atajo, colearse, dárselas de vivo. Pero académicos, sociólogos y sicólogos sociales desdeñan poner eso en una balanza junto al desenfado con que el criollo acepta el sacrificio y se ofrece sin pedir nada a cambio cuando se requiere su concurso, su esfuerzo en tareas altruistas. Nada se habla de su extraordinaria vitalidad, de su desprendimiento.

La vitalidad que uno encontraba justamente en el Doral o en el Olímpico. Al menos hasta que llegó Chávez al poder. Después, no sé.

Quienes asistían al Olímpico representaban exactamente eso: el bochinche, la vía rápida, el facilismo, el atajo. Pedían whisky 18 años y cuando Mauricetta traía la cuenta se hacían los locos, nadie asumía responsabilidades. Habían estado toda la tarde despotricando del sistema capitalista, del puntofijismo, de la corrupción de copeyanos y adecos en el poder. “Verga, ahí tienes los manejos que está haciendo la CTV…”. Reían a carcajadas, echaban chistes subidos de tono aun cuando una dama los escuchara, metían sus dedos grasientos en el vaso para extraer el hielo que les molestaba. Al final chupaban el cubito que no se hubiese derretido.

En el Olímpico, así como en El Gato Pescador o en el Tic Tac, hacia el este, cerca de Plaza Venezuela, comenzaron a citarse militantes políticos, profesores universitarios, gremialistas que deseaban tumbar al gobierno —proponiendo cada quien sus propios métodos. Algunos creían que conspirar era convencer a los trabajadores del calzado, por poner un caso, de que su futuro dependía de echar por tierra la industria que les daba de comer, y con ella, el sistema capitalista, causante de todas las opresiones de este mundo.

El  Gato era un lugar regentado por un húngaro pendenciero rabiosamente anticomunista. La dueña del Tic Tac, la belga Sussy (Susan Van den Braden), llamaba a un taxi cuando un tertuliano borracho ya no podía ni con su alma, lo empujaba dentro del carro y le daba instrucciones al chofer. Había un cliente que le debía 35 mil bolívares en tragos (una fortuna para la época) y tenía el tupé de decirle, a manera de excusa: “Yo no te pago, porque el día que te pague, Sussy, te mueres, y yo no quiero que te mueras”.

Se animaba el cotarro cuando se reunían “cuadros” del MIR o del PCV, adecos y copeyanos aliados de los gobiernos de turno… y la sangre nunca llegaba al río. El mejor venezolano posible era ese, con todo y sus carencias, sus babosadas, sus altanerías, sus contradicciones y limitaciones. El que se reunía en esos bares y tragaba whisky de buena calidad, o ron a dos cincuenta la cuba libre, sin pararse a pensar en quién podría, al final, pagar la cuenta.

Sebastián de la Nuez dirige el blog Hable conmigo

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