Gustavo Löbig, 30 años de voluntariado social

Gustavo Löbig, 30 años de voluntariado social

 

JOSÉ PULIDO –

Las guacamayas son un emblema de belleza y de libertad. Ellas, además, intuyen la bondad de las personas, saben a quienes pueden visitar sin ningún temor.

Para que las guacamayas sobrevivan se necesita que haya alimentos suficientes en Caracas; y crezca la bondad que permita compartirlos; es perentorio que se callen las armas que disparan a diestra y siniestra y contra el cielo. También se requiere agua limpia fluyendo porque las guacamayas representan a los seres humanos en la aspiración de tener acceso a bebederos sin contaminación.

Son necesidades insoslayables y, sin embargo, esas hermosas aves han adoptado a Caracas como una ciudad suya, como un nicho de sobrevivencia. Significa que el emblema es optimista.

Ahora sé por qué, cuando veía el ir y venir de las guacamayas de Caracas, recordaba el poema Réquiem, de Anna Ajmátova:

“Ningún cielo extranjero me protegía,
ningún ala extraña escudaba mi rostro,
me erigí como testigo de un destino común,
superviviente de ese tiempo, de ese lugar”.

Gustavo Löbig, 30 años de voluntariado social
Las guacamayas en el apartamento de Löbig.

En cierta ocasión me mostraron un video que me llamó la atención. Varias guacamayas entraban por la ventana y un hombre sonriente les daba semillas y trozos de frutas, mientras hablaba con ellas y a cada una le había puesto un nombre. Luego supe que ese caballero de aspecto sólido, de talante deportivo, era uno de esos seres que se conocen en el papel y son difíciles de imaginar en persona. Era alguien a quien conocía a través de sus escrituras. Publicaba unos artículos muy sinceros sobre libros, música, filosofía. Cuando le pregunté a la amiga que me mostraba el video ¿quién es ese señor?, ella me respondió casi disgustada, pero también asombrada: ¿cómo no vas a saber quién es Gustavo Löbig?

EL MISMO QUE VISTE Y CALZA

Gustavo Löbig parece un monje sin religión, un filósofo del nuevo siglo que no está dispuesto a tener fe ciega en algo. Su pintura y su escritura son similares porque buscan un modo de expresar verdades sin necesidad de afiliarse a una creencia en especial. Él es un artista y un educador, que ha dedicado treinta años de su vida al voluntariado social, sin valerse de propagandas innobles.

Gustavo dice siempre que desde la infancia hasta hoy se ha mantenido vivo y activo gracias a tres recursos: su familia, sus pocos pero verdaderos amigos y la lectura diaria. Sobre ese trípode ha podido graduarse de ingeniero, especializarse en psicología y en coaching, “por aquello de saber de ciencias exactas y también de humanidades, y ser un poquito útil a los demás. Y nada más”.

Estudió primaria en la escuelita parroquial de Chacao, bachillerato becado con los maristas en el Instituto Champagnat, ingeniería mecánica en la USB, postgrado de psicología en la UCV, coaching ontológico en la UNESCO (cuando vivió en Houston), y trabajó como gerente durante un total de treinta años en Productos Efe, RCTV, Banco Mercantil y CANTV. Dio clases en la Escuela Nacional de Hacienda Pública ENAHP durante nueve años y fue allí director de Ética y Valores del Servidor Público, hasta que quedó desempleado.

Para definir a Gustavo Löbig sería necesario arriesgarse y decir que es una respuesta al caos: él es un ser dinámico que se enfrenta cotidianamente a la decepción, a lo negativo. Gustavo Löbig representa el resurgir de un ciudadano que desafía las tormentas y se resiste a que estos azarosos vientos lo conviertan en una brizna de paja.

Ahora que lo conozco, entiendo, en la práctica, que cada momento histórico engendra respuestas y Gustavo es una respuesta a la situación que convirtió a Caracas y a toda Venezuela en una dificultad constante, en una necesidad de solidaridad, de emprendimiento.

Gustavo es la solidaridad, la sensibilidad. Lo mismo se entrega al acto de ayudar a los seres humanos más desvalidos, que a la labor de proteger a los animales sin dolientes. Y por si fuera poco, él se hace presente, para repartir ánimo y entusiasmo, en cualquier manifestación cultural que atraiga su atención.

Pero su cualidad primordial es como un arcaísmo en estos tiempos: no quiere hablar de las obras que realiza en beneficio de personas necesitadas. Aunque no es religioso parece estar plenamente de acuerdo con dar y ayudar sin esperar ningún reconocimiento por eso.

Su sabiduría es también una respuesta a las angustias que se le plantean a los ciudadanos de hoy, en una Venezuela que además ha conocido la cuarentena del coronavirus, ha estado activo tratando de orientar o de darle la mano a quienes lo necesitan. Gustavo se ha convertido en un caraqueño ejemplar. Y esta entrevista ha sido realizada para hacer justicia a esa actitud.

LAS PREGUNTAS

Gustavo Löbig, 30 años de voluntariado social
Con el pintor Miguel von Dángel, uno de sus amigos más queridos.

-¿El cambio en Venezuela ha hecho más sabia a su población?

-Quienes hemos permanecido en el país, y conocido de primera mano la progresiva alteración de su clima socioeconómico, también hemos cambiado profundamente.

Unos han crecido en sabiduría, otros han hecho visible su parte sombría sumándola a la oscurana generada por la barbarie. Esta afecta a cada individuo según sus creencias y aprendizajes previos. Muchos elegimos ver esta situación como un largo curso intensivo para conocernos mejor y aprender a priorizar necesidades y apegos, enfrentar miedos, superar límites y desafíos, practicar la solidaridad, la organización, la resiliencia, el reenfoque, el aguante y la capacidad de prevenir riesgos y pérdidas con decisiones inéditas que van desde racionar las comidas hasta emigrar. Otros, por carecer de autoestima y de una sólida formación moral y cívica, han desarrollado una identidad de parásito, de víctima o de predador, aprovechándose de la credulidad, necesidad, indefensión o ignorancia del prójimo para lucrarse a su costa. Quienes están dominados por el fanatismo ideológico, el egoísmo, el miedo, el resentimiento o la codicia, roban, destruyen y asesinan sin sentir remordimiento ni culpa. Son comportamientos propios de una sociedad enferma. La viveza criolla es parte del problema cultural que ha generado tanta miseria. Considero más sabia a la gente que ha logrado sobrevivir siendo honesta y solidaria que a la que lo ha logrado perjudicando a terceros, aunque se haya lucrado desmedidamente y se crea más astuta e inteligente por ello.

-¿Tienes creencias metafísicas?

-Mi madre fue amiga cercana de Conny Méndez y Carola de Goya, fundadoras de la Metafísica en Venezuela, y de niño tuve contacto frecuente con ambas y sus enseñanzas. Eventualmente sigo disfrutando de conversaciones con mamá sobre los postulados que esta filosofía tomó de varias fuentes, y también las tuve con mi abuelo paterno, rosacruz, masón y sobreviviente de un campo de concentración, con quien pude hablar sobre temas metafísicos y herméticos que calaron hondo en mí. Su hijo nos abandonó cuando yo tenía cinco años de edad y tres hermanitos, uno recién nacido. Meses después, cuando mi madre ganó el divorcio y la patria potestad que él perdió por adulterio, mi progenitor no quiso volver a saber de nosotros, así que desde niño me interesé en averiguar acerca de Dios, buscando inicialmente que Él sustituyese a la figura del padre ausente y luego queriendo que su existencia diese sentido a la mía, pues como primogénito tuve que convertirme precozmente en adulto y proveedor para ayudar a mi madre a cubrir las necesidades domésticas.

-Como muchos venezolanos, ustedes crecieron bajo la protección materna…

-Ahora, siendo viejo, en ocasiones me muestro algo infantil para compensar. La estricta educación hogareña que recibió mi madre y luego transmitió a sus hijos nos protegió a los cinco contra los vicios. Al vacunarnos contra la irresponsabilidad, la mentira, la vulgaridad, el alcoholismo, la mediocridad, el facilismo, la codicia, el egoísmo, la astucia y la falta de moral o de ética, nos dio una formación austera y algo puritana basada en sólidos principios cuyo valor he comprobado a lo largo de mi existencia, sobre todo en los tiempos recientes.

En cuanto a la formación religiosa, aunque estudié becado en buenos colegios católicos jamás pude aceptar los dogmas de esa fe con la docilidad o la indiferencia de mis compañeros de clase. Durante mi adolescencia y después seguí buscando a Dios en otras religiones, sin que ninguna me satisficiera pues en todas hallaba creencias y prácticas rituales absurdas, así que opté por un agnosticismo teñido de filosofía budista, y mantengo tal posición abierta y ecléctica sin ser adepto a ningún credo o secta.

ÉPOCA DE DOLORES

Gustavo Löbig, 30 años de voluntariado social
Con el poeta Rafael Cadenas.

¿Te consideras sensible y generoso?

-Sensible sí, lo que me ha hecho sufrir de más y dramatizar de joven mis propios males y los de otros. Es que me gusta sentir intensamente la vida, hurgar en ella, conocer un poco de todo y correr riesgos propios de un aventurero, aunque soy cobarde ante el dolor físico y la violencia irracional, quizás por temor a que esta también me domine. Esa forma de ser me llevó oportunamente al convencimiento de que no se aprende solo desde el dolor, sino también desde el disfrute, y que es posible encontrar en este mundo breves espacios de paz y de felicidad, más numerosos en tanto valoremos los pequeños milagros cotidianos.

-Hay mucho sufrimiento en estos tiempos…

-El sufrimiento innecesario abunda en la vida humana y tiene mucho que ver con el miedo, y he comprobado que se reduce de manera notable a medida que renunciamos a los apegos, priorizamos metas y necesidades, somos agradecidos y aceptamos las cosas tal como son, sin que esto suponga resignación o indiferencia ante las injusticias. Yo ayudo cuando puedo a niños, ancianos y enfermos. Antes lo hacía con mis propios recursos y ahora gracias al apoyo de unas pocas amistades que han pasado a ser familia y ejemplos de vida para mí. Así he logrado prolongar o hacer un poco más amable la existencia de unos cuantos hermanitos menores, como los llamaba Francisco de Asís. Durante treinta años de voluntariado social he aprendido, viéndolo hacer a otros, que el rol de salvador no funciona cuando se busca imagen social o escapar a una situación personal no resuelta.

-Hay quienes se aprovechan de estas situaciones

-Adicionalmente, uno aprende a reconocer a los estafadores que abundan en ambas partes, y que a veces la mejor ayuda consiste en no darla. Hay mucho zángano facilista negado a crecer o a conseguir bienes con un trabajo honesto. He desarrollado una intuición especial para reconocer los casos que sí merecen apoyo, y al ser solidario con quien realmente lo necesita siento placer y una paz interior que ninguna miseria externa puede destruir. Con tales ganancias no puedo calificarme de generoso. Como crecí en un ambiente donde todo lo compartíamos en casa y frecuentemente con algún necesitado, fuese persona, animal o árbol, no me cuesta ser altruista ni le veo mérito a mis eventuales acciones compasivas.

¿Qué ocurre hoy con la gente en Caracas?

-En Caracas, y asumo que en todo el país, la mayoría de la población ha sido reducida a la condición de sobreviviente, y la debilidad física, el estrés continuo, la indefensión aprendida, la falta de organización, la carencia de líderes efectivos y de verdaderos estadistas, el marcado deterioro de bienes y servicios básicos, entre otros factores, la hacen víctima fácil de la delincuencia. Abunda el predador armado, despiadado y ruin. La victimización, la baja autoestima, el facilismo, la codicia, la conducta frívola e irresponsable, la memoria corta, la viveza criolla y otros lastres sostienen el sistema de creencias y acciones del venezolano menos civilizado, y la adoración al Dios Dinero es la principal religión del país. La población está cundida de resentimiento y a la vez de envidia hacia quienes se han enriquecido de forma vil e impune.

Gustavo Löbig, 30 años de voluntariado social
Con Cadenas, Carmen Cristina Wolf y otros intelectuales en uno de los eventos caraqueños de la actualidad.

-¿Qué le espera a los niños, a la juventud?

-Las nuevas generaciones nacerán limitadas por la desnutrición y desmoralización de las actuales. Sin embargo, en este cuadro dantesco hay también personas solidarias, incluso en los estratos más pobres que no pueden mitigar sus penas con recursos intelectuales pues viven en una miseria ajena a los libros, las redes virtuales y cualquier árida filosofía existencialista, pero no a la empatía que tiende una mano a otro en peor condición porque sabe lo que es sentir hambre o necesitar un medicamento o apoyo moral y no tenerlo.

Solo se conoce de manera aproximada el sufrimiento de los que emigraron de manera forzada, el número creciente de muertos por suicidio, por asesinato o por falta de recursos básicos, la cantidad de vejaciones y abusos crueles, de maltratos domésticos o públicos, de corrupción de menores, entre tantos otros casos lamentables, pero todos contribuyen a retratar la horrible deshumanización de sus responsables. Y el fondo gris del cuadro muestra la indiferencia de los espectadores.

-La solidaridad ¿es una buena posibilidad?

-La veo como la única opción que tiene el país para poder emerger de sus ruinas con ayuda de otros países, contar con alguna esperanza de volver al lugar que ocupó hace mucho en la economía mundial, y recuperarse desde allí con menos infraestructura y riquezas naturales, pero con un recurso humano más experimentado y organizado y una dirección social y política más eficiente y honesta. La figura del que se mete a la política para enriquecerse mucho y rápidamente seguirá entorpeciendo el progreso nacional, pero ya la población está prevenida contra ese tipo de enemigo público. Estoy convencido de que la educación puede cambiar a nuestra sociedad y que la solidaridad es la mejor vía para alcanzar un grado razonable de paz y de bienestar interno y externo.

-¿Le queda a la gente algo qué compartir?

-Sí. Todavía tenemos bastante para compartir, si no hablamos de recursos materiales sino de experiencias útiles, de valores y destrezas necesarias para el bien individual y social. Hay muchas luces que se han fortalecido y hecho más brillantes en medio del apagón masivo.

-¿Qué historias te han conmovido más?

-He conocido señoras que han habilitado un comedor para niños del barrio en su humildísima casa, donde les cocinan y sirven comidas que preparan con alimentos donados. Con eso se mantienen ellas y ayudan a otros.

Antes de la cuarentena supe de niños que estudiaban en la mañana y al llegar a mediodía a su casa se quitaban el uniforme para que sus hermanitos lo usaran para ir a la escuela en la tarde.

A una niña de unos siete años que mendigaba en una fuente de soda le brindamos una merengada de helado de fresa. Nos confesó que jamás había bebido una merengada. He visto muchas caras desde entonces, pero todavía recuerdo la suya con los ojos maravillados cuando tomó el primer sorbo.

Hace tres meses una anciana besó llorando la costosa cajita de antibiótico que me había hecho llegar una querida amiga para donarla. Esa abuela sostenía el medicamento con manos temblorosas porque se lo acababan de prescribir a su nieta con Down.

Una señora que vive en Portugal y se llama Alda María, me mandó ropa para niños recién nacidos y para niños escolares. Y la querida amiga Ingrid Dussi, ha hecho más de una vez envíos de medicamentos para ayudar a quienes lo necesitan. Todo el mérito es de personas como ellas.

Gustavo Löbig, 30 años de voluntariado social
Con la poeta Yoyiana Ahumada Licea en una actividad con niños escolares.

-¿En qué lugares de tu caminar cotidiano sientes la falta de los amigos?

-Muchas veces, al entregar una donación a gente necesitada que por algo se cruza en mi camino, lamento ser el que más se beneficia con la experiencia cuando apenas soy un puente para la bondad, pues quien debería sentir esa dicha es la persona que proveyó el bien, generalmente privándose de algunos gustos para poder comprarlo y pagar el envío. Cuando el donante vive en Caracas rara vez acepta ir conmigo a entregarla, por cualquier razón, y entonces vuelvo a sentir esa falta de acompañamiento. Cuando las guacamayas acuden a mi ventana con su gritería característica demandando comida, o si el pedacito de Ávila que enmarca mi balcón luce particularmente hermoso, me gustaría que esas buenas personas estuviesen a mi lado viendo el espectáculo. Pero casi inmediatamente se me pasa ese deseo y me alegra que vivan en otras latitudes, pues pienso en el peligro, la tristeza, la suciedad y la miseria que llenan las calles de Caracas.

José Pulido, poeta y periodista venezolano. Reside en Génova, ciudad de Italia.

 

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