La tragedia de Zamurito

OMAR PINEDA

Hace doce días falleció de covid, Manuel “Zamurito” González, tres veces alcalde de Guasipati y popular dirigente de Copei en Bolívar. Licenciado en Educación, varias veces concejal y conocido por su actividad política, figuraba como suplente de Américo Di Grazia en la Asamblea Nacional, pero cuando Di Grazia se refugió en la embajada de Italia y pidió asilo en Colombia luego de que Miraflores ordenara su detención por denunciar las muertes de indígenas y el crimen ecológico en el Arco Minero, Zamurito ascendió a diputado principal y luego de un periodo de guabineo saltó la talanquera uniéndose a la “Operación Alacrán” o “diputados CLAP”. Nadie habla mal de los muertos, por eso he tratado de ser respetuoso con la información recabada, pero vale la pena darse una vuelta por los últimos actos de Zamurito para imaginar que si a alguien se le ocurriera crear un ejército de gente con mala leche, Zamurito estaría al frente.

Estas breves líneas son parte de cuanto me contó un periodista amigo, con quien trabajé en el desaparecido diario El Globo, de Caracas, y quien ahora dirige un noticiero radial en Guayana. Lo que me relató da para un drama en el cual Zamurito es único actor. Al parecer, Zamurito –aclaremos que al finado le gustaba que lo llamaran más por el mote que por su nombre y apellido– estaba pasándolo mal económicamente. Había ejercido de concejal y de alcalde del municipio Roscio, estado Bolívar. Según sus palabras, la fortuna que obtuvo la invirtió en un espacioso apartamento en el conjunto residencial Cascada Blanca, urbanización Villa Asia. Alta Vista Sur, en Puerto Ordaz, y de un Corsa Clasic, 2010. En la oposición lo veían con cierto recelo porque defendía posiciones ambiguas y se quejaba de que no recibir sueldo ni siquiera como suplente de la AN. Mi amigo recuerda que una tarde, de vuelta a su hogar, se topó con Zamurito, tirado en la vía, bajo el sol inclemente de Puerto Ordaz, porque al pobre Corsa se le fundió el motor a unas cuadras de su edificio. Mi amigo lo aventó hasta su casa y en el trayecto Zamurito lloró su desdicha.

Las cosas iban tan mal que en 2016 su mamá y dos hermanas formaron parte de la diáspora que emigró a Chile. Tuvieron suerte porque consiguieron empleo en el restaurante de un viejo dirigente copeyano quien se comportó de forma solidaria. Solo así, Zamurito, su esposa y los hijos lograron sobrevivir a su situación de estrechez económica, ya que la mamá y las hermanas le enviaban dólares para que sorteara la crisis. El amigo periodista dice que cada vez que pasa rumbo a su casa observa el Corsita a un lado de la avenida, “escoñetado y desvalijado”, y lo asocia a las penurias que azotan al estado Bolívar. Una mañana Zamurito recibe una llamada desde Caracas con una propuesta. Tras pensarlo (no mucho, cree mi informante) se une al grupo que montó Miraflores en torno a Luis Parra en la llamada Operación Alacrán. Zamurito obtiene sus quince minutos de fama porque aparece en las imágenes televisivas del asalto a la Asamblea Nacional para sorpresa de sus seguidores y compañeros del Copei.

Sabemos que lo de Parra fue un sainete, pero ¿cuánto ganó Zamurito por ese show? El colega lo ignora pero me lo resume de este modo: tras su conversión en “alacrán”, Zamurito compró dos camionetas Four Runner de 2016, pagó los 18 meses de la deuda del condominio y les pide a su mamá y sus hermanas que retornen porque brilla un nuevo amanecer. La familia de Zamurito se puso a valer. Los vecinos notaron el cambio repentino de su estatus económico. Las hermanas se hicieron también de sendos autos y la madre, al fin, disfrutó su merecida jubilación en un apartamento del mismo edificio, que alguien remató y Zamurito lo compró billete en mano.

Pero el destino tenía preparado otro final. Acabando julio enfermó una hermana por covid y la internan en una clínica de Puerto Ordaz. La mamá acude a visitarla y se contagia. La hermana menor se ocupa de ambas y cae también contagiada por el virus. Zamurito mueve sus contactos en Caracas y las tres mujeres son llevadas de emergencia al Hospital Militar en Caracas. De vuelta a Bolívar, Zamurito acude al doctor porque se siente mal y le revelan que él también tiene coronavirus. La esposa agarró a sus muchachos y salió disparada a casa de familiares en Guárico; otros dicen que se fue a Panamá. Zamurito no aguanta más, pide auxilio, la aeroambulancia lo traslada a Caracas y es internado en el Hospital Militar que, como sabemos, está destinado a gente del Gobierno y enchufados.

El día que es ingresado se entera que su hermana mayor ha fallecido; dos días después expira su mamá. La menor continúa grave. Pero Zamurito no supo más. El 11 de agosto entró en coma y días después falleció. Solo la hermana sobrevive atada al respirador artificial. Para Zamurito no hubo homenajes ni del gobierno, ni de los Alacranes ni de la oposición. Solo mi amigo, el periodista, que jura haberle conocido y le tuvo afecto “porque no era mala persona” lo evoca cada vez que pasa rumbo al trabajo o de regreso a su casa y observa lo que queda del Corsita donde alguna vez Zamurito fue feliz.

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