Macbeth, Maduro y la constituyente

ELOY TORRES ROMÁN
Cree Maduro que mientras esté en el poder, nada se moverá, ni siquiera los árboles. Nuestro Macbeth autobusero no vio el bosque de votos que se movió este domingo 16 de julio: 7.500.000 venezolanos están dispuestos a restablecer la democracia

Hace algún tiempo escribimos acerca de este shakespeariano personaje y lo hicimos para compararlo con quien popularizó el “por ahora” y ya murió. Él hoy, supuestamente, descansa en el Cuartel de la Montaña. Falleció, como todo caudillo, en el poder; aunque no en su lecho barinés natal, sino en uno prestado; además, perfumado con olor a ron, tabaco y mar habanero. Eso dicen. De alguna manera fue un intento por explicar, desde nuestra perspectiva, la suerte de quien ejerció el poder en nuestro país hasta que murió.

Hoy, tenemos una nueva realidad y observamos a su heredero, comportarse peor; es el epitome de lo que pretendimos criticar del finado hombre.

Hoy, tenemos una nueva realidad y observamos a su heredero, comportarse peor; es el epitome de lo que pretendimos criticar del finado hombre. Este heredero apunta a “forzar una leyenda” que nació en un Museo militar con la citada frase: “por ahora” y que por los avatares de la historia, también forzada, lo han convertido en un Cuartel de la Montaña. Hoy, este fiduciario del poder, lucha desesperadamente por mantenerse en el mismo y busca refugio en el recuerdo del finado. Cree cambiar los tiempos.

Hablamos de Macbeth. Personaje que según Shakespeare nació en la penumbra y su historia es reflejo de ella. Toda la atmósfera de la obra es cubierta por la opacidad y exuda un permanente embrujo. Macbeth, como personaje, al principio de la obra, es un hombre valiente, guerrero en muchas batallas pero, de regreso a casa, de una sus batallas, junto a su camarada Banquo, encuentra a unas brujas quienes le avizoran su destino y éste cae embelesado ante sus predicciones: ¡Macbeth, será Rey!

Ellas, según Shakespeare, serían las que sentenciarían su sino, para lo cual debe bañarse en sangre para cumplir lo avizorado por las arpías. Su mujer, Lady Macbeth, lo secunda e impulsa en esa empresa. La sed de poder se pone de manifiesto. Las brujas, son el instrumento literario que utiliza Shakespeare para justificar la construcción de este personaje y su malvada esposa. El elemento teleológico de Macbeth es su sed de poder. Hegel hablaba de los fines particulares de los hombres en la historia. Todos deben estar en concordancia con las grandes pasiones de éstos en la historia.

Nuestro Macbeth autobusero no vio el bosque de votos que se movió este domingo 16 de julio: 7.500.000 venezolanos están dispuestos a restablecer la democracia.

La política siempre es el escenario donde los hombres encuentran la satisfacción de su pasión. El poder es la expresión de ella. En tanto que el mismo Hegel considera a Macbeth, un individuo que promueve su búsqueda en forma ilimitada, no para satisfacer una pasión general de historia, sino una individual, limitada y circunscrita a un espacio, sin extensión axiológica. Es muy limitada su pasión a la nada.

Macbeth hizo cómplice a su mujer. Ella no necesitó de mucho convencimiento. Por el contrario, ella dinamizó toda la estrategia para alcanzar el poder, de conformidad con los pasos sugeridos por las tres hechiceras. Macbeth comenzó a bañarse con la sangre de muchos. Ella, la más sangrienta de todas las piezas de Shakespeare, según Solzhenitsin, no fue más allá en el derramamiento de sangre por no existir la ideología, sin embargo la pasión por el poder estaba presente como siempre.

Lady Macbeth fue la expresión de la ambición desmedida, pues le argumenta a su marido, acerca de la importancia de cómo alcanzar el poder absoluto. El crimen es uno de sus instrumentos. Macbeth, ordena la muerte de su camarada Banquo, Éste conocía lo de la profecía. Un testigo de excepción que no podía estar entre los vivos. Macbeth enloquecido busca justificar sus crímenes. En nadie confía.

Sólo Lady Macbeth es la fuente de su seguridad. La hechiceras le advirtieron sobre eso e incluso que debe matar también al descendiente de su camarada. Ellas le indican también que su final se producirá cuando los bosques de Dunsinane se muevan. El hijo de su camarada escapa y sobrevive. Mientras Macbeth enloquecido busca el fantasma de Banquo, todo a fin de calmar sus angustias.

El país completo lo rechaza, el mundo se unifica bajo el criterio de respetar la Constitución.

Shakespeare fundamenta en el movimiento de las ramas de los árboles, justamente como el engaño de los soldados que venían a hacer justicia. Macbeth no cree; ignora la realidad, pero lo que no puede hacer, al ignorar la realidad, es eludir las consecuencias de haber ignorado la realidad. Los árboles se mueven poco a poco y le alcanzan. Son soldados quienes portan, cada uno, una rama en sus cabezas. Parecen árboles que se mueven. Macbeth fue muerto por soldados conducidos por el general Macduff, hijo de una de sus víctimas y cuya familia sufrió la crueldad de este siniestro personaje.

Macbeth es un personaje universal. El poder lo enloqueció. No encuentra paz y busca justificar su realidad. El tiempo también sufre las consecuencias del desquiciamiento de Macbeth por el poder. Cree que todo lo puede cambiar a su antojo. En esos términos nos topamos con nuestro Macbeth autobusero. Descubre que podía tener el poder y se empeña en no abandonarlo. Cuenta con el apoyo de su esposa (y unos pocos) para convencerle en no ceder en nada.

Los muertos, son un problema de estadísticas, diría Stalin. Cree que mientras él, esté en el poder, nada se moverá, ni siquiera los árboles. Nuestro Macbeth autobusero no vio el bosque de votos que se movió este domingo 16 de julio: 7.500.000 venezolanos están dispuestos a restablecer la democracia.

Seguramente el Sai Baba que aconsejaba al Macbeth autobusero no ha atinado en revelarle que hay un axioma en política: el respeto a los límites y las proporciones es clave. El país completo lo rechaza, el mundo se unifica bajo el criterio de respetar la Constitución, mientras él, desesperadamente, busca ayuda, en la mirada de su esposa, pero, seguramente la ceguera que le produce el encandilamiento del poder no le permite ponderar que todo se acabó y la constituyente será su tumba.

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