Manos Unidas por amor a sus compatriotas

MARÍA DEL ROSARIO CARRILLO
Ocho venezolanas residenciadas en Ecuador ayudan a paliar con escasos medios las penurias de gente suya que llega a diario al terminal de pasajeros de Quito, en busca de un futuro mejor o que están de tránsito hacia Perú, Bolivia o Argentina

Se acrecienta de manera arrolladora la cantidad de venezolanos que emigran a otros países, o a otras latitudes, buscando mejor calidad de vida, huyendo de un gobierno incapaz de cubrir hasta sus necesidades esenciales.

Algunos de esos venezolanos abandonan la que fuera en una época “Tierra de Gracia”, en muy precarias condiciones. Llegan al que esperan será su nuevo terruño hambrientos, enfermos. Y aquellos que arriban en condiciones algo mejores, lo hacen con la firme esperanza de poder ayudar a quienes dejan atrás. La mayoría opta por los países hermanos. No viajan en buenas condiciones. Lo hacen por tierra, durante agotadoras semanas. La odisea nunca cesa, hasta el destino final.

Una de esas naciones es Ecuador. Al terminal de pasajeros arriban diariamente autobuses con venezolanos. Hay quienes llegan con el anhelo de quedarse. Para otros, Ecuador es una escala, antes de proseguir viaje hacia Perú, Chile, o Argentina.

Un grupo de ocho mujeres venezolanas, radicadas desde hace años en Quito, se enteró de las penurias que estaban viviendo los recién llegados. Algunos de ellos tenían que mendigar en las cercanías del terminal. Ese grupo de mujeres decidió brindarles ayuda. El grupo sabía que un joven acostumbra llevar café y sándwiches de lunes a viernes, a quienes llegan de Venezuela. Por lo tanto, hicieron una colecta y prepararon un «cruzado»: espaguetis, arepas, jugos, agua, café y se fueron un domingo al terminal. Un joven ecuatoriano las ayudó en la tarea de trasladar mesas, sillas, ollas y envases.

El grupo ha organizado un ropero a base de donaciones ya que muchos de los que llegan ignoran que en Quito hace bastante frío.

La iniciativa de ese grupo de venezolanas se llama: “Manos unidas por amor a Venezuela”, dice Carrillo. “Confiamos en que pronto nos donen muebles, colchones, enseres de cocina, para ofrecer a quienes lo necesiten. Nuestra intención es también ir una vez al mes al conocido parque de La Carolina, a donar ropa”.

Los nombres de las personas que forman parte de este proyecto son: Sara Febres Cordero, María del Rosario Carrillo, Jeanette González, Morela Meleán, Keyla Bolívar, Ana Karina Graterol, Angélica Mosquera, Abanda Dagino y el joven Josué Gerardo Coro.

En las tapas de los envases escribieron mensajes de esperanza, tales como “Sí se puede”, o “Confía”. María del Rosario Carrillo, una de las venezolanas radicada en Ecuador, nos relata la experiencia: “Llegó un autobús. El primero en acercarse fue un joven. Nos observaba con cara de susto, hasta que al fin se atrevió a preguntarnos cuánto costaba lo que estábamos ofreciendo. Le dijimos que era gratis, solo deseábamos que pudiesen llevarse algo caliente al estómago. La mirada de ese chico se me quedó clavada en la memoria. Se quedó como paralizado, luego comió la sopa. Estaba encantado con lo que recibía. Algunas chicas que habían llegado de Venezuela tuvieron que dormir en el terminal. Les quedaban unas cuantas horas de espera para continuar su viaje.

Las ocho mujeres se enteraron de las penurias que estaban viviendo los venezolanos recién llegados y salieron en su ayuda.

“Luego me acerqué a un grupo de mujeres jóvenes que estaban en una esquina del terminal. Les pregunté de dónde eran. Cuando me dijeron que venezolanas, les comenté que nosotras también. Nos habíamos congregado ahí para darles algo de comida caliente. Se quedaron asombradas, recibieron encantadas lo que les ofrecimos. De inmediato propusieron tomarse fotos para enviarlas a sus familiares. Querían informar que en Quito hay personas que ayudan a los venezolanos.

“Una señora mayor se nos acercó. Tras comer, nos agradeció. Dijo que ese era el primer plato de comida caliente que había probado desde el viernes, dos días antes. ´En esa ocasión´, dijo, ´comí un arroz con mantequilla. Luego, abandoné mi casa, en Venezuela. Tuve que dejarle a mi familia lo poco que me quedaba. En ocasiones tomaba agua, ´para engañar el hambre´”.

Dice María del Rosario Carrillo: “Las bendiciones que nos prodigaron fueron la mejor recompensa a la jornada”. Y añade: “No somos los únicos que estamos ayudando, hay otros grupos ofreciendo comida a los recién llegados. Esa mañana pudimos ofrecer 150 comidas. Confiamos que esa iniciativa crezca, que cada día se sumen más. Tenemos que solicitar permisos a las autoridades. Ese día nos autorizaron. Esperamos que el próximo domingo también nos dejen. Pero una vez logremos hacerlo de forma continua, deberemos formalizar los permisos.

“Todas nosotras trabajamos, tenemos nuestras obligaciones. Por eso decidimos hacerlo el domingo, pero, en la medida que se sumen más personas, podremos rotarnos y hacer sentir nuestra presencia más días de la semana. También hemos ido organizando un ropero a base de donaciones, para colaborar con los venezolanos recién llegados que tienen una situación precaria, y necesitan ropas, sábanas y cobijas. Muchos llegan sin abrigos. Ignoran que en Quito hace bastante frío”.

 

 

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.