“No hay olvido posible cuando el país que dejas te persigue”

ELIZABETH ARAUJO –
Periodista, autora de libros infantiles y docente, y para quien Chile ha sido su otro hogar, Mireya Tabuas siente a veces que ha “enviudado de Venezuela”, pero entonces la evocación de la calle donde vivió, los libros que dejó en la biblioteca o los olores dominicales del Avila le dicen que no es fácil dejar de ser venezolano aunque en otro país te reciban con afecto y reconozcan tus méritos

 

Hay una ciudad llamada Caracas que Mireya Tabuas recorre en silencio como el amante que toca la piel de la pareja que duerme. A veces es una región difusa, paralela, armada como puzzle, a fuerza de ritos familiares, abrazos, palabras, risas y cumpleaños; pero entonces llega la realidad y le dice que el país que abandonó hace más de tres años se hunde en la pobreza y la inseguridad; que sus gobernantes hacen trampas para ganar elecciones, y que sus familiares y vecinos les ruegan les envíen medicamentos porque la enfermedades le pisan los talones.

«Por ahora tengo varios trabajos freelance: doy clases en dos universidades y edito un medio digital de EEUU».

En lugar de ponerse a llorar, Tabuas, la periodista que dejó la piel con trabajos de investigación en El Nacional, en los cuales denunció la corrupción y las mentiras de esa estafa que se llamó revolución bolivariana, trata de reinventarse en un Chile que la adoptó y ella define como su segunda casa. Con Cheo, sus hijos y hasta con el perro que no quiso dejar desolado, Mireya recoge pedazos esparcidos y reconstruye el país al que no sabe si regresará alguna vez.

—Usted llevaba una carrera exitosa como periodista en El Nacional y como escritora de libros infantiles. ¿Por qué salió de Venezuela y qué le hizo escoger Chile como destino?
—En 2013, luego de que Nicolás Maduro asumiera la presidencia, sentí que nada bueno venía para el país. Ya empezaban a verse los signos de la crisis en la economía, en la falta de productos alimenticios y farmacéuticos, en el alto costo de la vida. Esto se unía a un ambiente cada vez más polarizado, intolerante, violento, inseguro y hostil. Venezuela ya no era mi país y yo no quería que mis hijos vivieran en un sitio así. Me ataba mucho mi trabajo en el cuerpo Siete Días de El Nacional, un trabajo que amaba, pero no podía seguir sacrificando otros aspectos de mi vida por él. No sé si fui egoísta. Muchas veces me lo pregunto, pero sentí que era lo que necesitaba hacer. Por otra parte, desde hacía muchos años tenía una relación afectiva con Chile, el país donde vivía una familia que sentía y siento como parte de la mía. Entonces empecé a buscar opciones de vida en este país. Postulé a un sistema de becas para extranjeros que otorga el Estado chileno para postgrado y obtuve una. Me vine con mi pareja, el fotógrafo José (Cheo) Rodríguez, que dejó 27 años de actividad en El Nacional para acompañarme en esta aventura. Seis meses después viajaron mis hijos y también mi perro.

Ya en Caracas, Tabuas era conocida también como autora de libros infantiles.

—¿Recibió de bienvenida alguna actitud de rechazo de los chilenos por su condición de extranjera y cómo reaccionó?
—No he sentido rechazo. Creo que todo lo contrario. Al principio, tuve el privilegio de estar año y medio estudiando en un postgrado con chilenos y gente de otros países de América Latina, África y Europa. Era un grupo internacional, multicultural, y mi casa era como la embajada de Venezuela en Chile, una embajada cultural y afectiva. Los chilenos fueron amorosos y solidarios con nosotros, sus compañeros extranjeros. Sin embargo, debo reconocer que cuando terminé el postgrado, al principio me costó conseguir trabajo, parecía que mi experiencia en Venezuela no tenía ningún valor o ningún interés aquí. Por suerte, eso duró poco y ahora tengo varios trabajos como freelance: doy clases en dos universidades y edito un medio digital con sede en Estados Unidos, además hago talleres literarios y me involucro en diversos proyectos. La verdad, no hago lo que hacía en Venezuela. Aquí aún no me conocen en el medio periodístico, a nadie le suena mi nombre. Por eso he tenido que reinventarme. Ya no hago el periodismo que hacía y eso me duele, siento que rompí con una parte de mí misma. En el caso de la literatura, no he tenido acceso al mercado editorial chileno, pero no pierdo las esperanzas. He aprendido a que esto de migrar es un poco como haber reencarnado en otro cuerpo: ahora vivo otra vida muy distinta. Y me gusta vivirla.

—¿Cuál ha sido su experiencia de vida en Chile y cuál es su opinión de la migración venezolana en este país?
—Migrar no es fácil, dejas demasiado atrás, pero, en general, mi experiencia y la de mi familia ha sido positiva. Me siento muy a gusto aquí. He tenido mucha suerte. He sentido la solidaridad y he ido ganando gente a quien quiero y me quiere. Vivo en un lugar que me gusta, con mucho verde alrededor. Disfruto de caminar por la calle, de día y de noche. No tengo miedo. Y eso es muy importante para un venezolano, por eso lo recalco: No tengo miedo. Además, tengo nuevos amigos y me he involucrado en proyectos que me gustan. Claro, siempre está la nostalgia, por las playas, por los paisajes, pero sobre todo por la gente y por lo que hacía, por mi profesión. Con respecto a la migración venezolana, no era casi visible en 2014, cuando llegué. Tanto así, que cuando veíamos en algún lado a un paisano terminábamos intercambiando teléfonos, tanta era la sorpresa. Pero esto ha cambiado radicalmente. Desde el año pasado, y sobre todo este año, la migración venezolana se ha visibilizado mucho. ¡Somos casi una invasión! En la ciudad de Santiago los venezolanos estamos en todas partes: como mesoneros, vendedores en tiendas, recepcionistas, como cocineros… también en la economía informal: Ves a nuestros compatriotas vendiendo empanadas, arepas o perrocalientes en la calle. Al principio los que venían eran casi todos jóvenes y profesionales, ahora también llegan los no tan jóvenes, familias enteras, muchos de ellos por vía terrestre. Rescato que casi toda esta migración venezolana es echada pa’lante, agradecida con la nueva tierra, respetuosa y paciente; pero también ha empezado a llegar una migración (en menor medida, insisto) que quiere el camino fácil, que intenta saltar las vías legales y que, entre otras cosas, ha estafado a sus propios paisanos en asuntos como trámites o arriendo de inmuebles. Por suerte, este último tipo de migrante es minoría. La comunidad venezolana los rechaza, según he leído en algunos foros de Facebook, pues los venezolanos tenemos muy buena reputación en Chile y no la queremos perder por unos pocos.

«A pesar de todo lo que ya no tengo, valió la pena emigrar por la tranquilidad emocional, sobre todo. Insisto: creo que de algún modo reviví»..
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—¿Qué está haciendo actualmente desde el punto de vista profesional, y siente hoy que valió la pena emigrar?
—Como dije: soy profesionalmente otra. No soy la periodista de investigación de un medio nacional, no soy una profesora de escalafón, no soy una escritora con varios libros publicados. Soy alguien nuevo, pero alguien que ha hecho todo lo posible para no alejarse de su profesión. Desde hace un año, edito la página web Diario Bitcoin, un medio digital dedicado a las criptomonedas. Se trata de un mundo que era desconocido para mí y del cual he aprendido mucho. También doy clases por horas en dos universidades y es algo que agradezco, porque me gusta mucho dar clases. Además he estado en un montón de proyectos preciosos y bien positivos: Me contrataron para dar un taller literario a personas en situación de calle, también para hacer una antología de literatura infantil venezolana para una nueva editorial enfocada en el tema de la interculturalidad. Estoy agradecida con todo eso. Siento que se me han ido abriendo las puertas. A pesar de todo lo que ya no tengo, valió la pena emigrar por la tranquilidad emocional, sobre todo. Insisto: creo que de algún modo reviví.

«Soy alguien nuevo, pero alguien que ha hecho todo lo posible para no alejarse de su profesión».

—Es normal que en la medida en que se asienta en un lugar, la gente tiende a desarraigarse y a olvidarse de su país de origen. ¿Es este su caso o el de sus hijos?
—Venezuela está en nosotros, en nuestro acento, en nuestra comida, en nuestros pensamientos. He asimilado algunas palabras chilenas, pero mi vocabulario sigue siendo venezolano. Confieso que estoy más enterada de las noticias de Venezuela que de las de Chile. Confieso que a veces me pregunto qué haría si estuviera allí ahora. Casi todos los trabajos que hice en la universidad trataron sobre el tema de Venezuela y, cuando escribo opinión en el medio chileno El Mostrador, publico artículos sobre la situación de mi país o de los migrantes venezolanos. Aquí además hemos hecho actividades de ayuda a los venezolanos que viven en Chile y una jornada de información a los chilenos sobre lo que está pasando en Venezuela. Esta última se llamó ¿Por qué protestamos los venezolanos? y fue repicada en otros países. Además, gracias a que estamos aquí y que el tipo de cambio nos favorece, podemos ayudar económicamente a familiares que están allá. Si no estuviéramos en el exterior no podríamos hacerlo. No hay olvido posible. Geográficamente Venezuela está dentro de uno.

—¿Qué es lo que más ha aprendido de Chile, que sirva para transmitírselos a los venezolanos que son acogidos en este país?
—Chile, como muchos otros, es un país de oportunidades, pero creo que también es importante tener paciencia y capacidad de adaptación. Chile es un país muy caro, la salud, la educación, todo es costoso, es importante tomar eso en cuenta. Creo que uno debe asumir que el nuevo país ni te está buscando ni te está esperando. Por eso es importante bajarle dos a la prepotencia y a la soberbia, con frases como “los venezolanos somos los mejores, los más arrechos”. Creo que hay que mirar al país de acogida, aprenderlo, incorporarse como un ciudadano más a su cultura y a sus reglas. Aceptarlo con su idiosincrasia, con sus cosas buenas y malas, porque también Venezuela tenía sus cosas buenas y malas, no vamos a idealizarla. No podemos ponernos a comparar sociedades, tampoco a tratar de reproducir malos hábitos que tanto daño nos hicieron como sociedad. Si lo respetamos y lo conocemos, comenzaremos a querer y sentir que este país también es un poco nuestro. Chile, como muchos otros, es un país de oportunidades, pero creo que también es importante tener paciencia y capacidad de adaptación. Pienso que nos deben guiar los principios de respeto y agradecimiento por el país que nos acogió, integrarnos a él, a su sociedad. Creo que uno debe actuar como el que alquila un cuarto en una casa ajena: hay que respetar las normas de la casa, ayudar y no ser un estorbo: Si lo hacemos, más que un extraño, terminaremos siendo un miembro más de la familia.

«Venezuela está en nosotros, en nuestro acento, en nuestra comida, en nuestros pensamientos».

—¿Cómo se percibe el país donde uno nació, desde lejos, no solo por la distancia sino también en el tiempo?
—Hace unos días una amiga me mandó un video de mi calle. Mi hija me dijo: “¡Está igual, deberíamos ir!” (ella tiene muchas ganas de ir). Pero sé que no está igual. Hay un país que se fue a alguna parte, aunque el país siga ahí, intacto con sus calles, su mar y sus montañas. No sé bien cómo explicarlo, quizás la mejor imagen es la de la serie Stranger Things, que presenta el concepto de “El otro lado”, una suerte de lugar oscuro, peligroso y terrible que está en una dimensión paralela a la del mundo real. Ahora siento que la Venezuela actual es “El otro lado” de la Venezuela que queremos, recordamos y aspiramos, esa que está en nuestra cabeza. Me asusta solo pensarlo.

—¿Está en sus planes regresar a Venezuela, una vez que el chavismo haya salido del poder?
—No lo sé. Me cuesta mucho responder esta pregunta (y todas en realidad). A veces creo que prefiero no pensar y seguir viviendo porque si pienso me enfrento a mí misma y no quiero. Siento que perdí un país, que no puedo volver. Hay tantas historias, que no sé si son verdad o no, pero que me hacen tener miedo. No sé si enviudé de Venezuela y tampoco sé si es bueno o sano quedarme con un recuerdo nostálgico de un país que no sé si ya existe. Al mismo tiempo, nos estamos acostumbrando a Chile. A Santiago y sus estaciones y sus calles amplias y llenas de plantas, a su noche segura. Acá también tenemos amigos, rehicimos una vida y estamos agradecidos por ello. Chile es nuestro segundo matrimonio. Un matrimonio bien avenido. Ya me mudé de país y fue muy difícil emocionalmente arrancar mis raíces de tantos años. Ahora me trasplanté y las raíces se están fortaleciendo. Es un tema muy difícil para mí.

—¿Cuál es el mayor guayabo que siente por Venezuela, ese tipo de satisfacción nacional que Chile no le puede proporcionar?
—¿La gente que está allí y que quiero y me duele no tener cerca (aunque muchos de ellos ya están dispersos por el mundo). Allá al final éramos una aldea, todos nos conocíamos. Tenía abierta la puerta en los medios y en las editoriales, fue una labor que construí durante años, no tenerlo es difícil. Pero también echo en falta otras cosas, los paisajes. El agua calentita de las playas, esos lugares secretos que Cheo y yo recorrimos. La UCV que era mi casa. El Nacional que era mi otra casa. Los heladitos de coco de Sabas Nieves, aunque ya nunca los comía. La piedra de mi infancia, en el Parque del Este, aunque tampoco la visitaba. El café, los chocolates, el Ávila, el cielo y la luz, sobre todo la luz. Y Chacao, Chacao con sus calles extranjeras, con sus panaderías portuguesas, con sus tascas españolas, con sus pastelerías italianas. Ese Chacao que es mi infancia y casi toda mi vida. Y en Chacao mi departamento con lo que allí queda: tantas fotos y videos, tantos libros, tantos juguetes. Porque los objetos también duelen.


 

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