No siempre los sacerdotes católicos fueron célibes

No siempre fueron célibes
MARIO SZICHMAN –

El Papa Francisco ha tenido que transitar, nuevamente, aguas torrentosas. El pontífice culpó en Chile a presuntas víctimas de abusos sexuales de difamar al obispo Juan Barros Madrid, acusado de proteger a un sacerdote pedófilo, el reverendo Fernando Karadima.

Según The New York Times, el sumo pontífice dijo a periodistas que no existía la menor evidencia contra el obispo Barros Madrid. “El día en que alguien traiga pruebas contra el obispo Barros”, dijo el Papa en la ciudad chilena de Iquique, “entonces, hablaremos. Pero no existe una sola evidencia” contra Karadima. “Es todo una difamación. ¿Quedó claro?”

Anne Barret Doyle, codirectora de BishopAccountability.org, un grupo encargado de seguirle la pista a casos de supuesto abuso sexual, dijo al periódico que el pontífice “ha retrocedido el reloj a los días más negros de la crisis. ¿Cuántas víctimas optarán por mantenerse escondidas, temiendo que nadie les creerá?”

El Papa culpó en Chile a víctimas de abusos sexuales de difamar al obispo Juan Barros Madrid, acusado de proteger a un cura pedófilo.

ANTES, LOS CURAS SE CASABAN
Un amigo mío, muy talentoso, me dijo en cierta ocasión que consideraba falsas las obras de Henrik Ibsen, porque no lidiaban con problemas universales. “Muchos de esos dramas podrían solucionarse si los personajes instalan buenas cañerías”, señaló. Es obvio que las tragedias griegas lograron excluir la temática de las cañerías porque en la época en que fueron escritas, se eliminaban los desechos humanos mediante otros métodos. Pero el comentario de mi amigo iba más allá. Y se relacionaba con algo más trascendente: la ley. Por un lado, había problemas de salubridad pública, que podían resolverse con mejores construcciones y métodos de aseo. En cambio en otros, que decidían la suerte de un hombre, o de una mujer, debía intervenir el estado, o la iglesia, o cualquier otra institución apta para imponer la ley.

En realidad, el conflicto más acuciante de todo ser humano, es con la ley. Puede ser la ley del padre, mencionada por Sigmund Freud, o las leyes que los gobernantes imponen a sus súbditos. Algo tan sencillo como una ley para implementar el control de cambios, puede llevar a un pueblo a dificultades insalvables. Eso ocurre ahora en Venezuela, donde funcionarios han amasado fortunas inmensas, obteniendo dólares a “precio oficial”, y canjeándolos en el mercado negro de acuerdo a la cotización internacional.

No conozco novelas que tengan como protagonista al control de cambios, o a la inflación, aunque esos instrumentos monetarios o desgracias financieras, son más devastadores que algunas guerras. (La inflación en la República de Weimar es considerada una de las principales razones del ascenso de Hitler al poder).

La Gran Depresión en Estados Unidos no duró más de cinco años, pero sus secuelas se hicieron sentir por décadas, aunque la llegada de la Segunda Guerra Mundial permitió un despegue económico basado en la economía de guerra. Curiosamente, uno de los corolarios fue la drástica reducción en el porcentaje de divorcios. La incertidumbre en materia de salarios, o la posibilidad de prescindir del consorte en un combate, abría otras alternativas.

Uno de los primeros objetivos de la iglesia cristiana fue imponer el celibato. Algo que generó enorme resistencia en los sacerdotes casados.

LA LEY DEL CÓNYUGE
La simple veda del matrimonio eclesiástico, ha traído grandes cambios a nuestras sociedades. Lo demuestra el Concilio de Trento (1545 a 1563). El concilio determinó que el celibato y la virginidad eran superiores al matrimonio, e impidió el casamiento a los religiosos. Es interesante verificar que durante los más de veinte siglos de la era cristiana, solo en los últimos cinco fue aceptada la soltería de los sacerdotes. Por otra parte, las peripecias conyugales que sufrieron los clérigos en los quince siglos anteriores podrían dar lugar a decenas de sagas.

Al principio, la religión cristiana estaba compuesta por sacerdotes casados. Pedro, el primer Papa, así como la mayoría de los apóstoles que rodeaban a Jesús, tenían esposas. Las mujeres, por su parte, desempeñaron un rol importante. No solo presidieron la comida eucarística: en muchas ocasiones actuaron como sacerdotisas.

Uno de los primeros objetivos de la iglesia cristiana fue imponer el celibato. Algo que generó enorme resistencia en los sacerdotes casados. Por ejemplo, el Decreto 43 del Concilio de Elvira del año 306, celebrado en España, estableció que “todo sacerdote que duerma con su esposa la noche antes de dar misa perderá su trabajo”. Nunca se explicaron las razones. Pero es interesante recordar que los entrenadores aconsejan a sus pupilos no hacer el amor la noche previa a una competencia importante. Quizás obraron premisas similares.

EL CORTE PRINCIPAL
En el Concilio de Nicea (año 325) se decretó que tras la ordenación religiosa, los sacerdotes no podrían casarse. Solo lograrían disfrutar de una vida marital si se casaban antes de la ordenación. En el año 385, el sacerdote Siricio abandonó a su esposa para poder convertirse en Sumo Pontífice. Ese mismo año, se prohibió a los sacerdotes dormir con sus esposas. ¿Se respetó ese decreto? Proliferan las dudas. Sin embargo, la iglesia no cesó en sus esfuerzos por imponer la abstinencia a los sacerdotes casados.

En el Segundo Concilio de Tours, del año 567, se instituyó que todo clérigo hallado en la cama con su esposa, sería excomulgado por un año y reducido al estado laico. Tampoco esa prohibición tuvo gran efecto. Pues en el año 580, el Papa Pelagio II ordenó dejar en paz a los sacerdotes casados. Sólo les prohibió transferir la propiedad de la iglesia a sus esposas o hijos. A fines del siglo sexto de nuestra era, el Papa Gregorio señaló que “todo deseo sexual es malo en sí mismo”. Al menos para los sacerdotes. Pues si el resto de los hombres hubiesen aceptado ese criterio, la raza humana habría desaparecido.

En el siglo séptimo de nuestra era, se descubrió que, al menos en Francia, la mayoría de los sacerdotes estaban casados. Y en el siglo octavo, San Bonifacio informó al Papa que en Alemania casi ningún obispo o sacerdote era célibe.

LOS PROBLEMAS DEL AMOR
En el año 836, durante el Concilio de Aix-la-Chapelle, se reconoció que en los conventos y monasterios se habían efectuado abortos o cometido infanticidios “para encubrir las actividades de clérigos que no practican el celibato”. Fue entonces que el obispo Ulrico, usando como fundamentos la escritura sagrada y el sentido común, señaló que sólo autorizando el casamiento de los sacerdotes, se lograría purificar la iglesia de “los peores excesos del celibato”.

En el año 1045, el Papa Bonifacio Noveno decidió envilecerse con las caricias de una mujer, se dispensó a sí mismo del celibato y renunció al cargo para contraer matrimonio. La reacción fue bastante drástica. En el año 1095, el Papa Urbano Segundo ordenó vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas, y dejar a los hijos librados a la buena de Dios. Y finalmente, en el siglo XVI, con el Concilio de Trento, la imposición del celibato, selló la suerte de los sacerdotes católicos.

El caso de Beatrice Cenci tuvo una consecuencia trágica. Violada por su padre y amada por su novio, el abate Guerra, Beatrice decidió escapar de su hogar y casarse con el sacerdote.

BEATRICE CENCI
El famoso caso de Beatrice Cenci fue una de las consecuencias más trágicas. Violada por su padre y amada por su novio, el abate Guerra, Beatrice decidió escapar de su hogar y casarse con el sacerdote.

Como señaló Alejandro Dumas en su libro Crímenes Famosos, faltaba un tiempo para la celebración del Concilio de Trento, en el cual se impondría el celibato sacerdotal. Pero circunstancias imprevistas obligaron a postergar el casamiento. Francesco Cenci, el padre de Beatrice, se atravesó en el camino de los amantes.

Cuando el abate Guerra, antes de la celebración del concilio, pidió a Francesco la mano de Beatrice, el padre respondió: “Existe una razón por la cual mi hija no puede casarse con usted”. Guerra exigió una explicación. “Es muy sencillo”, dijo Francesco, “ella es mi amante”.

Tras caer sobre el abate la condena del Concilio de Trento, Beatrice decidió asesinar a su padre, furiosa porque había bloqueado toda posibilidad de dicha conyugal. La adolescente contó con el respaldo de dos de sus hermanos, y de su madrastra, quienes se libraron del temible Francesco arrojándolo por un balcón. Los cuatro fueron condenados a muerte, y ejecutados de una manera horrenda. Fue así que el destino se cruzó en el camino de los Cenci.

¿Podría haber sido diferente sin el Concilio de Trento? Las opiniones difieren. De todas maneras, si se analizan previas ordenanzas religiosas, es obvio que un precepto puede cambiar la vida de los seres humanos, y no siempre para mejor.

Mario Szichman, periodista y escritor argentino. Escribe desde Nueva York.
https://marioszichman.blogspot.com.es @mszichman

 

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.