Política líquida

Zygmunt Bauman y Umberto Eco
ALEJANDRO ARRATIA –

Los políticos y la política son seres y actividad vilipendiada por la mayoría de los medios de comunicación dirigidos a lectores o televidentes ávidos de espectáculos de descuartizamiento moral. Quienes aún razonamos que los partidos son indispensables para el funcionamiento de la democracia, con cierta frecuencia descendemos voluntariamente a la arena en su defensa con el acto casi simbólico del artículo para minorías que todavía leen. Desventaja colosal frente a los despliegues morbosos de la prensa amarillista y el desbarre de las tertulias televisivas. No son corruptos todos los políticos, algunos conservan el idealismo de la entrega por mejorar la sociedad, muchos tienen formación y actitudes suficientes para el desempeño de sus funciones. Pero los líderes y hasta los partidos se han dejado confundir en la sociedad líquida, la disfrutan peligrosamente y participan del espectáculo degradando su oficio.

La cuestión no está en la voluntad, capacidad y medios de los defensores, sino en el cambio drástico que nos deben los dirigentes. Pensaba en este asunto capital mientras leía De la estupidez a la locura, el sugerente título de la selección de artículos publicados en los últimos 15 años, que Umberto Eco (1932-2016) entregó a la imprenta antes de morir (febrero 2016). Las 493 páginas organizadas en 14 subtítulos contienen un fresco de la banalidad social dibujada con preocupación –sin perder el sentido del humor– por el presente y el futuro de la humanidad. No aventuramos una reseña, solo referencias a la “La sociedad líquida”, el trabajo presentado a manera de prefacio; y los escritos unidos por el rótulo “Ser vistos”. La idea de modernidad líquida –precisa Eco– se debe a Zygmunt Bauman (1925-2017). Corresponde al modernismo, un presente sin nombre en el cual debe englobarse la crisis del Estado, de las ideologías y de los partidos.

Encuentro que el libro señala la clave para aquellos que quieran sinceramente iniciar la reflexión. Cómo sustituir la licuación. De qué modo sobrevivir a la liquidez. «Lo hay –dice Eco– y consiste justamente en ser conscientes de que vivimos en una sociedad líquida». Otra crisis del modernismo es la del concepto de comunidad, surge un individualismo desenfrenado, en él las personas somos antagonistas; “al no haber puntos de referencia todo se disuelve en una especie de liquidez”. Las únicas soluciones que encuentran los individuos moran en dos valores: “aparecer”, ser vistos, hacer cualquier cosa con tal de que nos vean, todo vale si eres reconocido, y el “consumismo” de objetos que rápidamente se vuelven obsoletos. Los políticos guiaban a los ciudadanos, ejercían el liderazgo sustentado en la credibilidad de su palabra, ahora dependen de los medios.

Antes los líderes utilizaban los sistemas de comunicación avanzados de su época; sin embargo, seguían haciendo política con visión de futuro, el discurso expresaba esperanza y proyectos. Hoy ha desaparecido el deseo de trascender, solo importa el impacto momentáneo, “política” para ser consumida hecha por “políticos” que necesitan ser vistos. El bien principal es la visibilidad, compiten en eslóganes, en la emulación pueden ser destronados por el azar. España: Pablo Iglesias y los suyos (criados en los nichos del comunismo) saben adónde quieren llegar, una postmodernidad discutible. Un improvisado Pedro Sánchez (PSOE), prototipo del político líquido, no es el único en este país, ni están solo en la ultraizquierda. Venezuela: La licuación es epidémica. Cual “Rodrigo de Triana” parecemos necios por el estupor frente la ausencia de políticas, exceso de consignas para ser vistos e individualismo desenfrenado licuefactivo de la unidad.

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