Un voto contra el totalitarismo manganzón

Un voto contra el totalitarismo manganzón

 

ROBERTO GIUSTI –

Que la dirigencia del chavismo se compone, en su mayoría, de una panda de sinvergüenzas lo creen y lo saben todos los venezolanos desde el mismo 4F del ya lejano año de 1992. No podía ser de otra manera si consideramos que su origen responde a un acto de sinvergüenzura mayor, como lo fue un golpe de estado del cual se hizo cómplice pasivo la mayoría del país, esa misma (en parte) que hoy se dispone a votar en su contra.

LA DICTADURA DE LOS SINVERGÜENZAS

Pero más allá del mea culpa, que desde hace un par de años se viene expresando en los eventos electorales o en movimientos de masas como la rebelión de abril-julio, el cambio masivo de opinión no se ha manifestado en un cambio de gobierno o, en el peor de los casos, en un cambio de modelo propiciado por ese gobierno. En otras palabras, mal que bien, el sistema electoral funcionó (al menos el 6 de diciembre del 2015) pero la voluntad popular fue burlada con el desconocimiento de la Asamblea Nacional. Y es allí donde aparece el abstencionismo, en sus distintos matices, para negar la utilidad de un voto que, al final, aducen, no sirve sino para legitimar a la dictadura de los sinvergüenzas. Pero, ¿acaso no tienen razón? podría preguntarse el lector más desprevenido. Pues no. No la tienen o solo la tienen a medias porque estamos frente a un gobierno cuyos conductores tienen la impronta del totalitarismo marcado en la frente y no hay nada que los aterre más, aparte de las manifestaciones populares, que unas elecciones, a menos que las puedan ganar, como ocurría en el pasado.

EL TOTALITARISMO MANGANZÓN

No es esta, entonces, la brega contra un dictador militar tradicional, que cuando las papas se ponían calientes transaba su escape con un par de maletines repleto de dólares y el exilio dorado. Manganzón y sensual, el totalitarismo venezolano y sus practicantes están muy lejos de encarnar la austeridad leninista de la Rusia soviética. Sin embargo, a su manera y a medida que han ido perdiendo el apoyo popular, se decantaron por la aplicación de la vieja receta del terrorismo de estado para mantenerse en el poder por siempre y para siempre, como lo pregonaba el difunto. Así, casi veinte años después del primer triunfo electoral, en un proceso de involución progresiva, ha llegado al punto en el cual su único punto de sustentación no es otro sino el de las fuerzas armadas.

Solo que el control por la vía de la violencia, el chantaje y el carcelazo, no ha venido acompañado del apaciguamiento de una población movilizada que ha comprendido como el voto, sobre todo en la actual coyuntura, implica mucho más que la elección de unos gobernadores de estado.

VUELTA A LA CALLE

Visto en perspectiva, este domingo 15 de octubre se inicia la segunda etapa del movimiento de rebelión popular que sacudió al país, concitó la solidaridad del mundo y terminó de demoler el mito del socialismo a la venezolana. Obligados por la presión internacional y ante un electorado consciente de su papel, los sinvergüenzas han acudido, como era de esperarse, a unas argucias de gruesa factura que los ponen en evidencia ante el mundo como lo que son: unos dictadores podridos en sus latrocinios que hace tiempo dejaron de cuidar las apariencias.

Perdida la autoridad moral de la cual eran propietarios antes de comenzar el festín del saqueo, van a las elecciones tratando de frenar la hecatombe de votos que los sepultará en la derrota. Acuden, entonces, al fraude sin ninguna vergüenza y sin percatarse de que mientras más grande sea la estafa, de mayores dimensiones será la reacción del votante irrespetado. En ese caso no resulta difícil imaginarse este lunes a diez o quince gobernadores electos convocando a la protesta porque los sinvergüenzas les robaron los votos. Sería la vuelta a la calle.

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Roberto Giusti, periodista venezolano. Escribe desde Oklahoma, EEUU.

 

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