Venezuela es una cárcel

Venezuela es una cárcel - Alejandro Arratia
ALEJANDRO ARRATIA –

Leopoldo López no está libre, el sometimiento en celda militar cambió a “casa por cárcel”. La libertad, el primero de los derechos humanos, sigue confiscada, solo recuperó el derecho fundamental de toda persona a permanecer con su familia. La intensificación de la presión internacional, las deserciones militares (las agencias de noticias “confirman” 123 oficiales presos), el alzamiento de la Fiscal General de la República, las declaraciones disidentes de altos exfuncionarios del gobierno conforman un cuadro crítico, cristalizado por cien días de lucha con el lamentable costo de cien asesinados, 4.000 heridos, 3.666 detenidos y 431 presos. El enfrentamiento permanente agudizó la crisis del régimen y determinó la salida de Leopoldo. Lo demás son especulaciones, rumores interesados del gobierno y de quienes sirven a sus propósitos; algunas veces inconscientemente.

Hablemos de hechos en los cuales los enemigos de la democracia han sido protagonistas. Tomaron el poder mediante un discurso demagógico que cabalgó en el malestar general. El mantra de la anti-política y el anti-partidismo había abonado el terreno. Se consolidaron gracias a los favores de las elites venezolanas finiseculares. Dilapidaron la verdadera fuente del carisma y el apoyo popular, la inmensa fortuna facilitada por precios petroleros superiores a cien dólares pr barril. Una parte del tesoro público terminó en sus bolsillos, con la otra compraron conciencias. El propósito de destruir la democracia está registrado en los ampliamente divulgados proyectos originarios, pero la vocación represiva fue temporalmente disimulada. Hacen uso brutal de la fuerza cuando lo consideran necesario: el Plan Zamora (2017) de Maduro es la reencarnación del Plan Ávila (2002).

Maduro ha gobernado como elefante en una cristalería. Al rotundo triunfo de los demócratas en diciembre 2015 respondió con un Tribunal de Justicia a dedo, hoja de parra de los atropellos en serie a la Asamblea Nacional electa por amplísima e inobjetable mayoría. En el 2016, acorralados, negaron descaradamente el Referendo Revocatorio, manipularon un supuesto diálogo con el apoyo de Zapatero y compañía, y salieron adelante por las fallas de la oposición. Creyeron que había llegado la hora de la ofensiva final y se equivocaron. Los habitantes de todo el país, bien coordinados por la MUD y un grupo de valientes diputados, están repudiando la Destruyente que se proponen aprobar este mes. En tales condiciones el cambio de cárcel para Leopoldo es una jugada política del gobierno. Nadie debería quedar estupefacto porque intenten algo más que gases y perdigones.

Venezuela es una cárcel de 916.445 km2. Por extensión territorial y cantidad de habitantes (31 millones) es mayor que las otras dos prisiones comunistas (Cuba, 11 millones en 109.000 Km2; y Corea del Norte, 25 millones en 102.538 Km2). Los estilos y métodos de represión son similares; esencialmente, siguen las escuelas de las antiguas policías soviéticas y maoístas. En Venezuela los grupos económico-sociales se han difuminado: sin industria no hay industriales ni obreros; con haciendas intervenidas e improductivas no hay hacendados ni campesinos; sin bienes para comercializar y locales cerrados no hay comerciantes ni consumidores; en escuelas y universidades paralizadas, estudiantes y profesores hacen milagros para cumplir a medias sus funciones. El territorio nacional está en tensión permanente, carceleros intransigentes y prisioneros rebeldes juegan todas sus cartas.

Abrir algunas puertas de las prisiones no es un retroceso del régimen. El dictador necesita espacio político y tiene la expectativa de crear confusión entre los demócratas. La respuesta a esta nube de humo está bien diseñada: poner todas las energías en la organización y promoción del plebiscito. El domingo 16 de junio se debe producir la más grande manifestación de repudio imaginable. Si no escuchan ni ven, la lucha unida continuará. Nadie pensó que sacar a Maduro y sus secuaces sería fácil; ellos tienen mucho que perder y la riqueza acumulada no les garantiza el bienestar. Para un final pacífico falta un compromiso total de los chavistas contrarios al comunismo cubano que propone la constituyente madurista, así como la acción de los militares que no quieran pasar a la historia con el estigma de asesinos de sus compatriotas. Quedan 17 días, todos hábiles para la acción política.

Alejandro Arratia, sociólogo residente en Madrid

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