Pepe Esteban: «Reencontrarme con Venezuela me llega al alma»

SEBASTIÁN DE LA NUEZ
En estos días el editor y cronista de Madrid (no oficial) Pepe Esteban asiste en Margarita a la Filcar, la fiesta internacional del libro caribeño. El solo hecho de que se organice este encuentro es un triunfo ante la atroz mediocridad que impone el chavismo. En Porlamar se habla, entre otros temas, de novedades editoriales, bohemia, republicanos del este y amistades entre España y Venezuela

 

Pepe Esteban fue muy amigo de escritores que giraban alrededor de la República del Este, la legendaria cofradía intelectual que se daba cita en los restaurantes de Sabana Grande. Este caballero posee la clave de porqué España es una nación condenada a la desunión.
Pepe, como todo español que haya vivido la dictadura franquista, lleva la procesión por dentro. Por eso jamás ha escrito sobre la Guerra Civil, le parece un episodio demasiado doloroso (terminó en 1939 y aún los españoles se encuentran marcados por esa profunda herida: debería ser una lección permanente para otros países donde militares, o choferes de autobús militaristas, cacarean consignas guerreristas).

Entre España y Venezuela hay, hoy en día, más lazos que nunca gracias a la diáspora. De hecho, escritores venezolanos como Manuel Ovalles y Juan Carlos Chirinos (este último vive en Madrid desde hace varios años) convencieron a Pepe Esteban de viajar a Margarita para que compartiera sus libros y sus anécdotas de venezolanos que fueron sus amigos, como Adriano González León, Salvador Garmendia, Vicente Gerbasi y Luis Pastori. El autor de País portátil, cuando llegaba a Madrid, lo hacía a su casa… aunque después se distanciaron por culpa del peruano Alfredo Bryce Echenique. Es otra historia.

Hay amistades que nunca pasan, a pesar de todo: quedan en los libros y en la memoria. El común denominador, en este caso, es la literatura y la bohemia. Con todo e inclinaciones etílicas.

QUIÉN ES PEPE ESTEBAN
Pepe Esteban tiene una mujer que se llama Maite y un hijo, encuadernador de libros, que se llama Iván. Pepe tiene tres casas buchonas en libros, en Madrid y en las afueras, y ya no quiere que le regalen más. Pero él sigue escribiendo y editando, o ayudando a editar. En papel. Lo digital no lo soporta. Otro dato importante: es hijo de republicanos que fueron perseguidos por el franquismo.
—La Guerra Civil mató a una generación entera —dice, sentado a una mesa del emblemático Café Gijón, en Recoletos—. Es un episodio imposible de olvidar, un trauma, quizás nuestros hijos…

Ha ido varias veces a Venezuela, siempre se ha sentido cerca de lo que llama la América española.
—Sé la situación en que se encuentra Venezuela pero la oportunidad de reencontrarme con el país me llega al alma.

Presenta su libro Diccionario de la bohemia (Editorial Renacimiento, 2017), entendida ella, la bohemia, como un movimiento literario y vital no solo español sino europeo.
—La bohemia es eterna —proclama Pepe— pues hoy la representa el individuo de provincias que viene a la gran ciudad a triunfar literariamente. El bohemio malvivirá, fracasará y a veces, derrotado, volverá a su pueblo. O se quedará malcomiendo, malviviendo, pero escribiendo.

Todo ese mundo de perdedores, tradicionalmente despreciado por la crítica española, lo refleja en su libro. Es un diccionario de autores pero también de restaurantes donde comían y de pensiones donde pernoctaban. Por supuesto, el Café Gijón es un punto de referencia.

La literatura bohemia española empieza, según declara, con Gustavo Adolfo Bécquer.
—Pero la literatura bohemia deja de ser tal cuando el escritor se hace famoso, pasa a formar parte del establishment. ¿O no?
—No, porque el bohemio se hace famoso pero nunca se hace rico. Y hay unos rasgos definidos: al bohemio no le interesa dejar de ser bohemio aunque vaya mejor vestido.

El libro es, a fin de cuentas, un homenaje a esos personajes, especialmente dentro del marco de Madrid y Barcelona a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Vivían en un café, se la pasaban en la calle y a veces se morían en la calle. Unos románticos.
—Pepe, ¿qué eres a fin de cuentas? ¿Un cronista?
—Descubro cosas para enseñárselas a los demás, creo que tengo una vocación didáctica. Lo que más me mueve es la lucha contra el olvido. A fin de cuentas, soy un hombre de letras para quien nada literario le es ajeno. Soy cronista de Madrid, novelista, memorialista…

Se ha dedicado a recabar el refranero español, amplio y maravilloso. Publicó un Refranero anticlerical, libro sobre los motes y apodos entre españoles. Su tesis es que, en un país que se insulta a sí mismo, no puede haber unidad: cada pueblo se mete con el vecino. Ha estudiado el tema, y no le cabe duda: allí radica un gran problema nacional, en los motes que se endilgan los españoles unos a otros. Cada pueblo tiene un mote, cada familia tiene su apodo y, sumando los apodos, afirma, tienes más nombres que la guía telefónica de España. Pero todo le parece un mundo apasionante para contarlo, registrarlo, memorizarlo. Y agrega:
—Madrid es una ciudad con muchísimos refranes, y muchos en contra porque, como capital de España, es odiada desde otros sitios. El madrileño es visto como muy chulo, presumido, un poco sinvergüenzilla, truhan, capaz de engañar a los paletos que llegan de los pueblos, a quienes desdeña.

Recuerda un decir sobre Madrid: “el aire de Madrid, que mata a un hombre y no apaga un candil”.
—Pepe, ¿y qué pasó entre Adriano y Bryce Echenique?
—Bryce Echenique mandó una novela al premio Rómulo Gallegos, y esa novela estaba sin editar, en pruebas. Allí comenzó el asunto.

Bryce Echenique y Pepe eran como hermanos, pero también era muy amigo de Adriano. Pues bien, en ese asunto del Rómulo Gallegos apareció por alguna parte Adriano (quizás comentara algo públicamente, Pepe no lo recuerda o no lo tiene claro), y Bryce entonces dijo que el venezolano le había quitado el premio. No quiso hablarle más nunca ni volver a verlo ni en pintura. Un pleito de marca mayor. Adriano pensaba que Pepe estaba a favor de Bryce, cosa que no era verdad. Cuando Adriano volvió a Madrid en calidad de agregado cultural de la embajada, había dejado de ser, al menos frente a Pepe, el Adriano expansivo y maravilloso que había sido antes.
—Yo nunca le di la razón a Bryce Echenique —asegura Pepe.

El año pasado vio al autor de Un mundo para Julius en Lima, bebiendo como siempre. Pepe no le podía seguir el paso. A Bryce lo han demandado por plagio, en España y en Perú. Al parecer, solía llegar de tarde a su casa para ponerse a escribir sus libros, un tanto pasado de tragos. Lo que hacía, en realidad, era agarrar periódicos y copiar artículos para meterlos en sus propios libros, como si tal cosa. Le salieron varias demandas.

De eso y de otras cosas habla Pepe en la asoleada y vapuleada isla de Margarita. Un poco de cotorreo sobre libros, bohemios, republicanos y consagrados de ambas orillas en la literatura viene bien a los margariteños. También quizás hable de su maestro José Bergamín, que en su exilio tras la Guerra Civil pasó por Venezuela, y llegó a escribir en El Nacional gracias a Miguel Otero Silva.

La pasión por la literatura reivindica, una vez más, al hombre ante la circunstancia que le ha tocado vivir. Pasa en las películas .Pasa en TNT. Pasa en Margarita.

Sebastián de la Nuez, periodista venezolano. Escribe desde Madrid

 

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