60 años de “La noche de los ídolos”

ELEAZAR MEJÍAS MOTTA –

Todo ocurrió en el estadio Venezuela de Barcelona aquella noche apoteósica del 12 de septiembre de 1962.

En diversas ocasiones hemos publicado en matutinos de la metrópoli las incidencias históricas de esa Gran Final del béisbol nacional, protagonizadas por las novenas representativas del Distrito Federal y Anzoátegui. Entonces, esa noche septembrina se libró la batalla decisiva del XI Campeonato Nacional de Béisbol Doble A, recayendo los máximos honores en las camisetas anzoateguienses dirigidas por el maestro Rafael Coa. Anzoátegui se coronaba campeón nacional del amateurismo criollo por cuarta vez en su rutilante historia (ya había acariciado la gloria deportiva en los certámenes de Maturín 1954, Coro 1956 y Caracas 1958. Y quizá cuajaba su quinta victoria nacional en 1969).

Foto/Augusto Hernández. Archivo/Evaristo Marín

El Maestro Coa estaba desarrollando una brillante carrera que algunos le atribuían a la suerte o a la brujería. Pero no era así. A la postre le otorgó a su ciudad natal más de diez títulos nacionales, dos internacionales y un sinnúmero de estadales, zonales y orientales, además de dos campeonatos con el equipo Menegrande de Puerto La Cruz (1946 y 1948).

-Eso de la “suerte” y la “brujería” no se lo cree nadie, me dijo a la hora del balance.

La novena del patio había arribado a la final con un equipo convertido en un hospital y bastante agotado. En la mañana encontré al hábil manager en la avenida 5 de julio de Barcelona, y le inquirí, preocupado:

-Maestro, ¿quién va a lanzar esta noche? Todos sus pitchers están enfermos y cansados…

El estratega, con un increíble optimismo, respondió:

-Veterano, no sé ahorita, pero, anótelo, en la noche de hoy, lance quien lance, le brindaré otro título nacional beisbolero al estado Anzoátegui.

Y así fue…

Eleazar Mejías Motta entrevista al Maestro Coa. Foto/Diario El Tiempo

Primeramente, hemos de ubicarnos en la noche inaugural del máximo evento de la pelota doble A. El estadio Venezuela, ya con modernas instalaciones para la época, fue el escenario de lo que consideramos la apoteosis cual hemos vivido los fanáticos anzoateguienses en los anales ilustres de nuestro deporte. Precisamente, ello nos indujo en emotiva crónica, señalar aquella proeza como LA NOCHE DE LOS IDOLOS. En realidad, aquello no era cualquier cosa. Afirmamos lo que vimos en la noche inaugural: un desfile muy colorido de participantes, donde la enseña oriental despuntaba como la favorita del certamen y con mucho tronío por sus triunfos anteriores. Nada más y nada menos, al paso de la novena del maestro Coa frente a la tribuna de la izquierda, un alborozado grito de orgullo beisbolístico brotó de aquella muchedumbre postinera y altiva. Todos de pie saludaron a nuestra delegación, la cual estaba estructurada, en su mayoría, por la rutilancia de sus peloteros internacionales, todos inspirados en la camiseta 14 de su egregio capitán Francisco «La Manca» López. Pero igualmente, con sus gorras en manos, los demás ídolos nuestros recibían el estruendo de los aplausos. Allí, con sus bombachos de guerreros del olimpo peloteril, podíamos ver a la famosa «martinera» en las camisetas del Curro, Jorge y Miñoso Martínez. Todos nos regocijábamos al ver al eminente campocorto Pedro «El indio» Villarén y al más carismático de todos y también torpedero Víctor «Guapachá» Silva. No olvidaremos a Joche Boada ni a Eduardo Amaya, entre otros.

Y así, dando un gran garrochazo en ocho dramáticas entradas, nos ubicamos en aquel memorable cierre del noveno inning.

A la hora de recoger los bates, el equipo de la casa está por debajo con un apretado score de 2×1. Pero, en los anteriores ocho episodios, las atrapadas de Villarén eran de feria y de guante impecable. Y le agregamos el inmenso relevo de Miñoso que acentuaba su dominio a medida que avanzaba el encuentro de esa gran final. Además, no olvidar las huestes capitalinas dirigidas por Obdulio Pedrique. En las filas del DF militaban muchas fichas internacionales de la talla de William Troconis, Armando Canónico, Luis Manuel Hernández y José Pérez, por citar a algunas de sus estrellas. Pero la novena anzoateguiense estaba más compactada e igualmente muy inspirada por el triunfo que había obtenido el año anterior, 1961, en los Terceros Juegos Suramericanos en Lima.

El Maestro Coa con los jugadores Francisco Pinto, Luis Arcia, “Joche» Boada y “Miñoso” Martínez.

Así las cosas y con unas tribunas a reventar, arribamos al cierre de la novena entrada. La diferencia era mínima y Coa no se entregaría tan fácilmente. La propia gloria del timonel estaba en juego. Él y sus dirigidos habían triunfado, con los máximos honores, en importantes escenarios del país y del exterior. Mas, ello no había ocurrido en su propio patio, y esa noche era la oportunidad de oro. El dramatismo se profundizó cuando por los altoparlantes se anunció la presencia del gobernador Rafael Solórzano Bruce en el dugout de la novena local.

El maestro Coa se acerca al chief en el home plate y anuncia un emergente. Jesús Aquías tomará turno al bate por Villarén, y lo hace violentamente con doblete por la raya de la izquierda. Rápidamente es sustituido por Víctor Silva de corredor emergente en el segundo cojín. Miñoso le entrega su bate a Amaya, quien es retirado de short a primera, mientras Silva aterriza en la antesala. Francisco Bolívar negocia boleto e igualmente lo hace el «Pollino» Méndez. Tres hombres en circulación por la representación local y se acerca lentamente al plato «La Manca» López. A todas estas los nervios se le desbordan al pitcher Armando Canónico y todos escuchamos los desesperados gritos del receptor Troconis aupando a su serpentinero. Las tribunas explotaron al hacer López contacto con elevado al jardín izquierdo, cual le dio la oportunidad a Silva de empatar las acciones con pisicorre desde la tercera base. Ya dos outs en la pizarra, Joche Boada conectó largo fly al centerfield y José Pérez no logró dominarlo, quedando en el terreno, muchos de ellos sollozando, la novena distrital. Anotaba Bolívar la carrera del triunfo anzoateguiense 3 carreras por 2.

Después, el jolgorio en el diamante del estadio Venezuela. Todos nos abrazamos cual llegada de año nuevo. Tanto que Abelardo Raidi, uno de los presentes esa noche, manifestó: «Exactamente La Habana en 1941”.

Han transcurrido 60 años y nunca olvidaremos esa noche del 12 septiembre de 1962.

Eleazar Mejías Motta, maestro y periodista venezolano. Reside en Barcelona, Venezuela. Escribe desde Chicago, EEUU. 


 

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