Vitico Davalillo, enemigo jurado

VÍCTOR SUÁREZ – 

Dios le perdone, pero debo declarar ante este altar que Vitico Davalillo nació para amargarme la vida, para humillar los sentimientos de mi familia y para enlodar el buen nombre de esa inmensa legión de venezolanos que abrazamos por siempre las banderas del Magallanes.

Aunque bastante aquejado, el pasado 31 de julio cumplió 83 años de feliz existencia, rodeado de premios, de gloria, con la aureola de ejemplar único del beisbol venezolano. El libro que recién publicó Banesco (“Vitico al bate”) es la prueba final –box score tras box score, juego tras juego, campaña tras campaña- que requería para justificarme por haberle declarado mi enemigo público número uno, hace más de seis décadas. Los numeritos que presentan en esta obra singular sus autores Javier González y Carlos Figueroa Ruiz, demuestran y reviven que el motivo de mis llantos infantiles, de mis arrecheras juveniles y de la resignación a la que tuve que entregarme en mi adultez, se debieron en gran parte a la inveterada satisfacción que exhibía Davalillo cada vez que, en la lomita, en los jardines o con el bate, dejaba en ridículo a propietarios, técnicos, jugadores y fanáticos de los Navegantes del Magallanes.

Así cambiáramos de nombre, ya Oriente, ya Orientales, ya Estrellas Orientales; nos alejáramos de Catia, en Caracas, en Valencia, en Puerto La Cruz, en Ciudad Bolívar; o trocara de dueños o de circuito radial, la persecución que había iniciado Vitico Davalillo a partir de su primera temporada profesional en 1957, hasta su retiro 30 años después a la edad de 47, no ha tenido parangón en la historia de ningún deporte nacional. Cruzado implacable y cruel. Y eso me percudía el alma, y la llenaba de rencor.

Desde muy joven sentí la letalidad de su elegante estilo de acoso y derribo, no solo como magallanero sino como nativo de Barcelona. Su segundo hit en el profesional (de una hilera imbatible 1.505 de por vida) se lo propinó a una de las figuras más excelsas de mi aldea natal, llamado Emilio “El Indio” Cueche, pitcher estelar de los Industriales del Valencia. En la siguiente temporada, 58-59, en su primer encuentro con Oriente le destrozó la pelota a Ramón Monzant, el pitcher zuliano que era cabecera de mi divisa. En la del 59-60 se dedicó durante cuatro fechas consecutivas, repartidas entre Caracas y Ciudad Bolívar, a conectarnos de hit, incluyendo su primer tribey en la liga. Ese mismo año 1959, el 17 de diciembre, despachó tres hits. Si no hubiera sido porque esa temporada fue suspendida por huelga de peloteros, Davalillo habría seguido zurrándonos hasta el Día de Reyes.

En 1960 ese caballero de lánguida figura y mirada inquieta cometió la infamia de conectarle de hit seis veces al Oriente en cuatro fechas consecutivas realizadas en Caracas.

La herida se abría más y más, sin bordes ni suturas. Y fui a presenciar cómo nos abriría el esternón en canal, impunemente. Mi padre me llevó a Cumaná el domingo 2 de diciembre de 1962. Fue un horror. Primera vez que Davalillo conecta cinco hits en un juego, primera vez que dispensa dos jonrones en un juego, primera vez que veo al monstruo jaquetón, burlón, con la patica derecha al aire segundos antes de elaborar su célebre muñequeo.

La humillación escalaba, no importaba el escenario, de noche o a mediodía, lloviendo o a 42 grados a la sombra. En 1964, cuando cambiamos de nombre a Orientales, el 26 de enero el señor Davalillo llegó al Universitario de Caracas con la decidida intención de clavarle seis imponentes estacas a la manada de mis querencias, incluyendo un jonrón a Isaías “Látigo” Chávez, primera vez que lo veía en la lomita.

Volvimos con el nombre de Magallanes en la temporada 64-65, bajo la conducción de Sparky Anderson, el estratega que llevó a la gloria a los Rojos de Cincinnati. Era el primer encuentro de los Leones del Caracas y los Navegantes del Magallanes, luego de tantos años sin ver esa franela en el terreno de juego. ¿Qué hizo Vitico ese soleado domingo 18 de octubre, día de la patria para los adecos? Pues le perforó el himen al pitcher Luis Peñalver.

El año se estaba acabando y la única satisfacción que guardábamos era que Luis “Camaleón” García, tercera base del Magallanes, había llegado a 900 hits en el beisbol profesional venezolano, y Davalillo iba apenas por 300. “Vas a tener que echarle un cerro de bolas”, querido Vitico. Pero su furia persecutoria estaba apenas comenzando. La tortura china persistiría por décadas. Magallanes o sus máscaras no conocían corona desde 1955.

Se reía del vencido. Jugó contra Magallanes el día en que Chico Carrasquel se retiró como jugador activo. Cuando lo vio llorar ante la multitud del Universitario… le dedicó un doblete. Y la última vez que El Látigo Chávez apareció en la lomita del Magallanes, le regaló un doblete.

Un récord que todavía persiste, y a la vez ofrece medida del grado de sometimiento a las fauces del león, fue establecido el 25/1/1965: El Caracas destapó una regadera de 25 hits, comandados por Davalillo, la mayor extensión de artillería en un juego regular. En esa oportunidad, su compinche César Tovar se convirtió en el primer jugador en conectar sencillo, doble, triple y jonrón (La Escalera) en una sola jornada.

La temporada de la reaparición terminó con un suspiro que apenas aliviaba la enésima derrota: Camaleón García se tituló campeón de bateo, gracias al reclamo de un fanático que apeló la decisión oficial que otorgaba el galardón a Davalillo (se demostró que le faltaron 9 turnos legales al bate para poder hacerse con el pergamino).

En octubre del 68 ocurre lo nunca visto: Howie Reed propina no hit no run y Vitico destaca con doblete. El sufrimiento parecía infinito. Han pasado 21 años.

Como suele suceder, el cántaro cruje. Magallanes se radica en Valencia en la 69-70. Y gana la liga. El año siguiente gana otra vez. Y gana la Serie del Caribe. Hasta Billo salta la talanquera.

Era solo un dique como los que construyen los castores. Hasta entonces era un fanático que supuraba rencores ante el verdugo zuliano. El diario Meridiano me tenía en esa época como diagramador que solo podía decir quién ganó y quién perdió. Pero asimismo el periódico implementó una treta que confirmaba mi soledad: “Usted, señor Francisco Camacho Barrios, escriba cuartilla y media a favor de los Leones; y usted, Víctor Suárez, escriba una cuartilla y media a favor de los Navegantes.”

-¿Y por qué yo?, pregunté.

-Pues porque aquí nadie más es magallanero…

Víctor Suárez, periodista venezolano. Reside en Madrid, España.

Datos y fotos tomados del libro Vitico al bate. Autores: Javier González y Carlos Figueroa Ruiz. Banesco, Caracas, 2019


 

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