ATANASIO ALEGRE –
La zona de interés es el título de la última novela del escritor inglés Martin Amis con la cual, al parecer, ha roto las marcas de la que había sido su trayectoria como autor de temas controvertidos. En esta novela, sirviéndose de tres hilos argumentales, da la palabra a los verdugos en uno de los campos de concentración nazi que podría ser una prolongación de Auschwitz.
Primo Levi, a quien cita Amis en el espléndido apéndice con el que cierra la obra, escribió a su llegada al campo de concentración, exhausto por una sed de cuatro días: “Vi un delgado carámbano que colgaba justo fuera al alcance de la mano. Abrí la ventana y lo arranqué, pero al instante un guardia grande y pesado que hacía la ronda en el exterior me lo arrebató brutalmente de la mano. ¿Por qué?, pregunté. Aquí no hay por qué (Hier ist kein warum) me respondió empujándome hacia adentro”.
No hubo por qué en Auschwitz. ¿Lo había en la cabeza de Hitler tal vez? Y si lo había ¿Por qué no podemos dar con él?, concluye Amis la cita.
Pareciera que la intención de Martin Amis en esta novela es ir dejando de lado el cómo sucedieron las cosas, a juzgar por la casi exhaustiva bibliografía sobre el Holocausto que recoge en el citado Apéndice, en la idea de que casi todo ha sido dicho sobre las siniestras maneras con las que el nazismo intentó llegar a la solución final. Directa o indirectamente, han sido los historiadores, los testigos y naturalmente los sobrevivientes quienes han levantado ese cúmulo de información. A quienes pareciera que se les ha negado la entrada en el tema es a los novelistas. Amis constituye la excepción. Y ello a riesgo de que no sea de recibo urdir una novela en el más infernal de los escenarios dentro de una situación de locura totalitaria, como lo fueron los campos de concentración nazis. La zona de interés no solo es una novela, es una novela de amor en la que se advierten, de vez en cuando, trazos shakesperianos de ironía y humor trágicos. Y en ello, calculo, cifraron su toxicidad tanto las editoriales alemanas como francesas que rechazaron publicarla de antemano.
El asunto, de todas maneras, si se tratara de circunscribirlo a una suerte de comprensión existencial, lo resumiría una especie de parábola que Amis pone en boca del más antiguo de los llamados Comandos especiales en el Campo; atiende por el nombre de Smulz: “Érase una vez un rey y este rey encargó a uno de sus magos que le creara un espejo mágico. Un espejo que debía mostrar el alma, tal cual eres en realidad. Una vez construido, el mago no podía mirarse en él sin apartar la vista, pero el rey tampoco, ni los cortesanos. El rey hizo una promesa muy elevada en dinero y joyas para quien pudiera sostener la mirada durante sesenta segundos. Y nadie fue capaz de hacerlo. Tengo para mí que el campo de concentración, el KL, es ese espejo. Pero con una diferencia. No puedes apartar la mirada”.
Los comandos especiales eran una brigada encargada de deshacerse de los cadáveres después de haber cortado el pelo a las mujeres y extraer a los muertos las piezas dentales de valor. Su labor estaba limitada a un periodo de tiempo no muy largo. Luego, otros internos los reemplazaban, pasando los anteriores a formar parte de los ajusticiados. La idea era que no pudieran dar testimonio. Por sus siniestras tareas recibían un quinto de vodka, cinco cigarrillos y una salchicha. No pasaban frio. Dormían en la parte superior de un crematorio en desuso donde se ponían a curar los sacos de pelo. ¿Eran inocentes? “Yo estoy dando testimonio, pero el espejo mágico me devuelve la imagen de un homicida. O no todavía”, dice el tal Smulz.
Amis ha confesado que se sirvió de personajes reales para recrear algunas de las figuras de su novela. La de Paul Doll, el Comandante del Campo de La zona de interés, viene dada por la figura de Rudolf Höss, quien fue comandante del campo de Auschwitz. En el diario que éste escribió, habla con igual naturalidad de su mujer y de sus cinco hijos que de las incidencias habidas en algún momento con alguno de los hornos crematorios que no funcionaba de acuerdo a lo previsto.
Y así, otro de los hilos argumentales –el más importante en la novela- corre a cargo de Golo Thomsen, un sobrino de Martin Bormann, el secretario de Hitler. Golo aparece en el campo para hacerse cargo de un complejo energético. Es un bon vivant, un seductor empedernido, el cual, al ver un día a la esposa del Comandante del Campo, Paul Doll, de regreso de la ciudad con sus dos hijas, se enamora de la prestancia y de la elegancia de esa mujer que tiene por nombre, Hannah.
Hay un episodio en la novela que reviste un cierto tono shakesperiano, representado en la llegada de uno de los trenes, frente al que es necesario adoptar “suma cautela”, según informes de la superioridad. Es el tren especial 105 que parte de Francia. Lo de la cautela es interpretado por Doll como peligrosidad y en tal sentido moviliza efectivos militares con armas pesadas y todo lo necesario para hacer frente a cualquier tipo de rebelión. El tren llega y no es uno de los que trasportan ganado como era habitual, se trata de un tren de viajeros con su vagones de primera, segunda y tercera clases. De los coches comienzan sorpresivamente a apearse niños de no más de catorce años y adultos mayores de sesenta. Eran los internos -según sabría después- de un ancianato y de un asilo de niños huérfanos.
Una de las ancianas que apenas levanta la cabeza más allá de la altura de su bastón, se acerca a Paul Doll, para reclamar que ella pagó un billete de primera y el tren internacional no disponía siquiera de un vagón restaurante. Otro de los ancianos lucía un espléndido abrigo de astracán. Cuando los comandos especiales ponen en formación a los viajeros, el comandante se dispone a pronunciar el discurso de siempre en el que cuenta la maravilla del lugar al que han llegado y lo que se ha implementado para hacerles una estancia agradable, una vez que hayan pasado por una de las salas de desinfección, acontece lo inesperado. Todo se desarrollaba con una cierta normalidad para escuchar el discurso, cuando a escasa distancia pasa un camión al que una inesperada racha de viento levanta uno de los toldos dejando al descubierto una carga macabra de cadáveres, hacinados unos sobre otros. Ante este espectáculo dantesco, ni a la señora que se quejaba de la falta del coche restaurante ni al anciano que descendió con un abrigo de astracán, tuvieron ya duda sobre el lugar al que habían llegado ni del destino que les esperaba.
Ante la decepción de sus propias palabras, el Comandante del campo comenta con alguno de sus subordinados que toda esta farsa del tren 105 se debe a que quienes lo cargaron, trataron de burlarse de la llamada cortesía francesa que todo lo revisten de solemnidad y de elegancia. “Hasta cuando levantan una bandera blanca”.
Una pesada tomadura de pelo.
A la larga, los flirteos de Golo con la esposa del Comandante -¿cuál era el papel de aquella mujer en un campo de concentración? ¿Con qué conciencia podía acostarse en la noche?- no pasan desapercibidos para el esposo. Pero hay algo que le impide tomar cartas en el asunto de manera directa, debiendo urdir más bien una venganza que no lo incrimine ante Martin Bormann, tío de Golo, el seductor, y tal vez el hombre más cercano a Hitler.
***
Para alguno de los críticos, y a uno mismo que ha sido lector de la mayor parte de las obras de este autor, esta novela de Martin Amis, quien pasa por ser el renovador de la novelística inglesa contemporánea, tanto en el desarrollo argumental, estilísticamente, e igualmente en su estructura literaria, a más del mensaje y la manera sorpresiva de su desenlace, convierten a La zona de interés es su novela más lograda.
Debo dejarlo aquí, no sin antes copiar un pequeño apunte estilístico mediante el cual Martin Amis hace una aproximación situacional al tiempo y lugar donde se llevan a cabo los acontecimientos:
Aquella noche, sobre la negrura sin fin de la llanura euroasiática, el cielo porfió en su índigo y violeta hasta muy tarde, el color de un hematoma debajo de un uña. Era agosto de 1942.