El chelista rumano que amaba a Venezuela

El chelista rumano que amaba a Venezuela
JOSÉ PULIDO –

Nunca conocí en persona al chelista Nicolae Sarpe. Un día, su esposa Mirian Gutiérrez Sarpe me lo presentó por teléfono. Su voz era un espíritu portentoso. Me emocioné, es la verdad, y tuve que sentarme para seguir hablando. Él no sabía que admiraba su constancia artística, su sensibilidad y el hecho de que había entregado sus conocimientos a niños y jóvenes venezolanos por el gusto de hacerlo. Porque en el año 1973, acostumbrándose al calor venezolano, decía, quedamente a sus alumnos “hay que saber escuchar”.

El año pasado quedamos en vernos y no pudo ser. Mirian llamó para decir que su Nicolae había fallecido.

Ya lo había observado y escuchado decenas de veces en videos, tocando bajo la batuta de Leonard Bernstein, Zubin Metha, Carlo María Giulini, Riccardo Muti, Lorin Mazel, Carlos Kleiber, Wolfgang Sawallish, Eduardo Mata y Claudio Abbado, entre muchos otros.

La primera vez que lo vi y lo escuché tocando, en el interior de una catedral, se trataba de un video en blanco y negro, pero él estaba concentrado, convertido en una sola imagen con su chelo, como de capitán de barco orientándose. Aquella madera agitada y aquel rostro sereno, me hicieron pensar que Nicolae navegaba con la brújula orientada hacia su suelo natal.

(El abeto y el arce se yerguen en las montañas y se llenan de música con el viento y los pájaros; con los invisibles conciertos de abejas, mariposas, grillos y diminutos pero persistentes insectos taladradores. También cantan por su propia cuenta, con la savia que libera el centro del árbol de toda sordera. Deben cortarse los que están al sur, en medio de la montaña en un momento del año que llaman “de buena luna”. Con esas maderas hacen el violonchelo)

Siempre lo han dicho: el violonchelo se parece a la voz humana. Quizá por esa cualidad es que Nicolae lo escogió como su instrumento.

Las cuerdas ahora son de nailon o de acero y pueden complementarse con plata, oro, cobre, estaño y tungsteno. Las bañadas en oro son denominadas gold plated. El asunto es que tienen que vibrar bien para que su sonido sea ideal. Antes se usaban tripas de toro o de oveja. Con cuerdas de tal índole y trayectoria hacen surgir la voz del violonchelo.

El ser humano comenzó a ser diferente cuando juntó el pulgar y el índice y utilizó las manos como instrumento para crear, hacer, realizar. Cada dedo es significativo. Cada gesto de las manos forma parte de un lenguaje. Con todos los dedos se persigna la gente y dicen que el dedo anular, el del anillo matrimonial, corresponde a la palabra amén.

Hago el comentario porque el anular y el meñique parecen dedos menos utilizados por el ser humano y sin embargo hay que ver cómo todos los dedos se convierten en un milagro sobre el diapasón de un instrumento de cuerdas.

Particularmente, me ha asombrado y sigue haciéndolo, constatar la dinámica actuación del dedo anular en un buen chelista. Es algo fantástico. Comparable a la danza de un tenista. O a un tigre que corre y se agazapa.

SEIS IDIOMAS, CON LA MÚSICA

El chelista rumano que amaba a VenezuelaNicolae Sarpe hablaba rumano, español, inglés, italiano, francés y húngaro. Amaba Venezuela. Allí tuvo una multitud de alumnos y se creó en su honor la Orquesta de Cámara Nicolae Sarpe. Nunca se sentía capaz de explicar, en ninguna de las lenguas que hablaba, por qué trataba de pasar desapercibido. No le gustaba hablar de su persona. Solo conversaba si el tema tenía que ver con la música.

Nicolae Sarpe (1936-2018), violonchellista, nació en Rumanía. Hizo la Licenciatura en el Conservatorio de Música “Ciprian Porumbescu”, de Bucarest. Y su formación técnica -que es como se le llama a la magia musical- la obtuvo de sus maestros George Jarosevich (exponente de una de las mejores escuelas tradicionales rusas) y Dimitrie Dinicu, cuya formación fluyó directamente desde la escuela de David Popper, creador de la técnica moderna del cello. Posteriormente continuó su formación artística en los cursos de perfeccionamiento musicales de la Academia Nacional de Santa Cecilia de Roma. Trabajó el chelo con Enrico Mainardi y la Música de Cámara con Guido Agosti.

(El violonchelo es una creación de los luthiers del renacimiento italiano. Muy pronto el instrumento prodigioso se regó por toda Europa. Así fue como entró a Bohemia, donde sin ninguna duda fue el instrumento acogido con más aprecio y placer. David Popper, compositor y chelista nacido en Praga en 1843, fue solista de la Filarmónica de Viena y uno de los más virtuosos chelistas que han sonado en los escenarios de la grandeza).

Nicolae Sarpe inició su actividad concertística a la edad de 18 años, primero en el Conservatorio de Bucarest, donde realizó sus primeros estudios musicales, después en los centros musicales más prestigiosos del propio país. Fue ganador de varios premios en concursos nacionales e internacionales, entre los cuales destacan el “Concurso Dvořak” de Praga y el Concurso Internacional de Helsinki, dando comienzo de esa manera a una intensa actividad concertista fuera de su patria. Así pasó a recorrer el desconocido mundo, donde la música es el idioma que todos hablan.

En 1968 se radicó por primera vez en Italia, realizando estudios de perfeccionamiento musicales y colaborando con las más importantes asociaciones musicales. En el 1971 viajó a Sudáfrica donde ocupó el puesto de primer chelo en la Orquesta Sinfónica de Ciudad del Cabo.

Todo ese conocimiento y su pasión por la música y el violonchelo, entregó Nicolae Sarpe a Venezuela, como un regalo inolvidable. Un hombre que añoraba su país y que sin embargo convertía en hogar espiritual los espacios donde enseñaba y soltaba su música, sentado respetuosamente ante la madera prodigiosa de su chelo.

En 1973 llegó a Venezuela desempeñándose como primer chelo de la Orquesta Sinfónica de Venezuela, donde también desarrolló una labor constante en el campo pedagógico. En 1975 cuando nació el Sistema Nacional de Coros y Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, creado por el maestro José Antonio Abreu, estuvo presente Nicolae Sarpe, iniciando su colaboración con la institución. Esta actividad de apoyo constante hacia el proyecto se mantuvo casi hasta los últimos años de su vida, siendo nombrado Director de la Academia de Música de Cámara y Arcos del Estado Nueva Esparta. Le gustaba mucho ser maestro itinerante; recorrer Venezuela para llevar por todas las regiones su enseñanza.

Los últimos 20 años trabajó en Italia como primer chelo de la Orquesta Sinfónica de la Academia Nacional de Santa Cecilia de Roma. Al mismo tiempo realizó una intensa actividad musical con los más prestigiosos grupos de cámara, llenando las salas de conciertos, sin dejar de dedicarse, en buena parte de su tiempo, a la actividad pedagógica.

En Italia colaboró activamente con el Conservatorio Santa Cecilia de Roma, desempeñándose por varios años como Comisario Externo en los exámenes de las cátedras de chelo y Docente del Curso Experimental del II Nivel. En los Estados Unidos trabajó con la Philadelphia Young Performers Orchestra Swarthmore College y en Venezuela fue invitado permanente al Curso Anual de Violoncello “Dúo Aldo Parisot”.

Desde el 2002 fue miembro fundador de “Orvieto Festival of Strings”, junto a la violinista Lenuta Ciulei y el chelista George Atanasiu.

El chelista rumano que amaba a VenezuelaDVORAK PARA NICOLAE

Quise entrevistarlo pero fue demasiado tarde cuando nos hablamos. Nicolae falleció en agosto de 2018 y quedé apesadumbrado porque él merecía que los venezolanos supieran todo lo que hizo por la música en nuestro país. Amaba Venezuela. Se sentía como un rumano que había renacido en Lara, en Portuguesa, en Guayana.

Sabía que Antonín Dvorak había detestado el violonchelo en una temporada de su vida. Pero después el célebre compositor, alejado de su tierra, compuso durante once años el Concierto para violonchelo y orquesta en Si menor Op.104.

Y Nicolae Sarpe se entregaba por entero a ese concierto fabuloso.

Antonín Dvorak nació en Bohemia, bajo la bandera del Imperio Austríaco, y murió en Praga bajo la bandera del Imperio Austrohúngaro. Nació y murió en lo que hoy es la preciosa República Checa.

En 1865 Dvorak había intentado componer un concierto para violonchelo pero no pudo. En 1894 inició el nuevo intento que culminó en 1895. Lo consiguió mientras estuvo viviendo en Inglaterra y luego en Estados Unidos, donde fue director del Conservatorio de Nueva York.

Se dijo que Dvorak había amado a su cuñada, Josefina Cermakova, y como ella se casó con otro, él se esposó con Anna, la hermana de Josefina. Cuando Dvorak se enteró que Josefina estaba al borde la muerte, se aferró a la voz del chelo para darle curso a sus sentimientos, a su tristeza. Dvorak incorporó, en el segundo movimiento (Adagio ma non troppo) el lied que había compuesto hacía unos años para Josefina: Lass’ mich allein. El violonchelo es esencial en esa parte y en el último movimiento el violonchelo se encarga del tema principal, se torna protagonista de la tristeza y asume el alma ronca del amor perdido. El violonchelo crece como un barco en la tormenta más gloriosa y terrible de Antonín Dvorak.

Nicolae lo hacía posible hasta la saciedad. Sus dedos fluían sobre el diapasón bajando y subiendo como si extrajera de la mejor de las almas una música hecha con perlas, una música tan emocionante que parecía imposible. Por eso y porque toda esa finura y todo ese talento los compartió con Venezuela, fue que le dije en estos días a la paisana Mirian Gutiérrez Sarpe, su viuda:

-Para homenajear a Nicolae, debo escribir del violonchelo.

José Pulido es poeta y periodista venezolano. Reside en Génova, ciudad de Italia.

 

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