SEBASTIÁN DE LA NUEZ –

En 2008 me inscribí en un curso que daba el historiador Naudy Suárez, en la Universidad Católica Andrés Bello, sobre historia política contemporánea de Venezuela a propósito de los 50 años que se cumplían del 23 de Enero. Aun cuando no terminé el curso por razones de fuerza mayor, comencé, gracias a una exigencia del profesor Suárez, a recabar y analizar los periódicos que habían fundado los principales partidos políticos venezolanos en el siglo XX. La cosa resultó por demás interesante sobre todo a partir de El País, periódico fundado por los adecos en los años cuarenta y que habría de durar hasta poco después del golpe contra Rómulo Gallegos en 1948. Las mañanas en la quinta Pacairigua de Altamira, antigua residencia de Rómulo Betancourt, y algunas tardes en casa de su hija Virginia en Cumbres de Curumo, quien gentilmente me dejó revisar su colección empastada de diarios, abrieron las puertas de una historia por contar. Eso sí, Virginia me obligó a usar guantes y tapabocas.

Le hace falta a Venezuela, hoy más que nunca, revisar su memoria guardada; sacudirle el polvo y airearla. No en balde la escritora Victoria De Stefano ha acuñado la palabra desolvido.

Con creciente interés entrevisté a Simón Alberto Consalvi en su oficina del diario El Nacional, y él, como el libro abierto que solía ser, me señaló un camino: construir semblanza de grupo con periodistas venezolanos que hubiesen sido testigos de acontecimientos puntuales en la historia del siglo XX, y que reflejaran a la vez una forma de ejercer el oficio que ya estaba desapareciendo. En su condición de historiador, periodista y diplomático ─además por su cercanía con Acción Democrática─, Consalvi había presenciado o protagonizado varios de aquellos grandes acontecimientos. Pero uno en particular me dio la pauta: el día en que descubrió el cadáver de Leonardo Ruiz Pineda en el papel fotográfico, a medida que los químicos revelaban la imagen del cuerpo inerte del dirigente adeco, recién asesinado en San Agustín.

Comencé una serie de entrevistas con hombres y mujeres ─entre ellos, además de Consalvi, Ramón J. Velásquez, Germán Carías, Omar Pérez, Plinio Apuleyo Mendoza, Francia Natera, Sofía Ímber─ cuyo común denominador era haber asistido de cerca a hechos en la Venezuela del siglo XX. Respondían a los que les preguntaba, pero lo mejor aparecía al responder a lo que no les había preguntado. Incluí a la diseñadora gráfica Karmele Leizaola, al editor José Agustín Catalá, al fotógrafo Vicente Correale.

Ahora vuelvo a escuchar las grabaciones: cada frase de lo que narran encierra una enseñanza; el pasado es aleccionador y todo adquiere un significado cuando lo miras desde el tiempo presente. Basta escucharlo con atención.

El foco se centra en la clandestinidad durante la dictadura de Pérez Jiménez, en el comportamiento de medios y periodistas cuando el PCV y el MIR optaron por la guerra de guerrillas, en los conflictos entre Prensa y poder político; y en el indiscreto encanto de las redacciones por dentro. He transcrito, por otra parte, titulares, avisos y textos de la Prensa partidista ─y no partidista─ durante épocas clave del siglo XX. Me he traído a Madrid esos materiales pensando en un libro a través del cual los lectores atisben, como por una rendija capaz de abolir las distancias temporales, la insaciable voracidad informativa de quienes hicieron historia en el periodismo impreso venezolano o a través de él. Gente que tuvo el privilegio de observar desde la primera fila.

OMAR PÉREZ EN OCTUBRE DEL 45

El historiador Germán Carrera Damas habla de primera república liberal democrática refiriéndose al periodo 1945−1948; la extiende hasta 1958, al incluir la dictadura de Pérez Jiménez pues, para él, es ella un “rebrote de la fase postrera de la república liberal autocrática” (que arranca en 1830), disimulado tal rebrote como militarismo desarrollista. La segunda república liberal democrática habría arrancado, así, entre 1958-1959 y se hallaría, para GCD, en curso a pesar de este otro rebrote militarista−bolivariano−populista. O sea, que para Carrera Damas, estos 18 años de chavismo han sido una especie de tropiezo en la larga marcha del venezolano por consolidar lo iniciado en el trienio a partir del golpe del 18 de octubre de 1945.

Omar Pérez, el compañerito, estuvo allí, presente. Todavía, en 2017, Pérez es defensor del lector en el diario Últimas Noticias.

Omar comenzó como reporterito –así dice él− en Últimas Noticias de la mano de Francisco José Delgado, Kotepa. Ambos nativos de Duaca, exnúcleo cafetero del estado Lara que conoció su etapa más próspera antes de la eclosión del petróleo. Kotepa era primo de su papá y a él fue a tocarle la puerta el joven Omar cuando arribó a la capital. Comenzaba, a un tiempo, a estudiar bachillerato en ciencias en el Liceo Aplicación pues su intención apuntaba, en principio, hacia la carrera de Medicina.

Últimas Noticias quedaba en una segunda planta del cine Rialto frente a la plaza Bolívar y Omar se introdujo de una vez a la oficina donde estaban reunidos, en ese momento, Juan Bautista Fuenmayor, Pedro Beroes, Vaughan Salas Lozada y el chino Víctor Simone De Lima. Sus avales para pedir empleo no eran gran cosa: buen lector y el hecho de haberle sacado 20 a Carlos Felice Cardot, quien después sería canciller de Marcos Pérez Jiménez. Kotepa le comentó que el estudio de la medicina le iba a exigir mucho y que, si deseaba trabajar, le sería difícil compaginar ambas cosas. Pero lo complació, lo destinó a la Redacción donde también tecleaban Raúl Domínguez, Carlos Lezama, Germán Carías y Carlos Jaén. Lo asignaron a la sección de Sucesos bajo la jefatura de Juancho Fernández.

Una de sus primeras pautas fue la cobertura del 18 de octubre de 1945. De repente le dice Juancho Fernández: “Mira, hay unos tiros en el cuartel San Carlos. Búscate un fotógrafo y te vas”. Omar conserva en su memoria un día de sol, un vaho a pólvora. Se marchó a la pauta con Luis Noguera, quien todavía vive. Recuerda al capitán Carlos Díaz Lurce −que por entonces no era capitán ni piloto sino fotógrafo− y su pesada cámara Speed Graphic, acurrucado debajo de una camioneta tratando de inmortalizar la sampablera que se había armado.

Cuenta:

“El sapito Noguera y yo le caímos encima al coronel Becerra, ministro de la Defensa, cuando pasó en su carro. Pero nos dijo, como buen funcionario, que todo estaba controlado. Yo llevaba mi libretica y le preguntaba cómo es que usted se llama. Pero de repente vemos a un grupo de soldados que viene a tomar el cuartel San Carlos con un señor marchando al frente con aire marcial. Era el coronel Pereda Bermúdez, comisionado para eso. Cuando abren la puerta del cuartel, imagínate tú, un tipo de 20 años en un rebullicio de tiros, la gente corriendo… Pero como éramos reporteros nos metimos en lo que abrieron. Y se desató ese tiroteo. Llorando nos pegamos de la pared pensando carajo, aquí nos van a matar. Me arrimé a un gordo grandote. Debo haber estado muy nervioso, trataba seguramente de salir pero el gordo me agarra y me dice que me quede quieto, que para que me maten a mí primero la bala lo tiene que atravesar a él.”

Era el gordo Pérez, Francisco Edmundo Pérez.

Después trabajaría con él en El Nacional. Regresó OP al periódico a echar el cuento de lo que estaba pasando. La gente, en Últimas Noticias aquel 18 de octubre a mediodía, no creía que se estuviera produciendo ningún golpe de Estado contra Isaías Medina Angarita.

Agrega: “Bueno, para mi sorpresa andando el tiempo leí que quien andaba con el general Medina era Kotepa Delgado. Medina eliminó el inciso sexto que prohibía la actividad comunista en nuestro país, estuvo muy cerca de la dirigencia de izquierda. Era un tipo amplio, abierto. Y con Kotepa estaba Luis Miquilena”.

Esta gente de Últimas Noticias, El Nacional y/o El País ─entre otros tantos impresos─, sin contar ni soñar siquiera con internet, estaba profundamente conectada con el mundo y sus vanguardias. Ese es el periodismo de siempre: no pendiente de las redes sociales o de los “agregadores de noticias” para lo que todo da igual, sino lanzado a la calle de lleno, cada día, libreta en mano; pendiente del mundo por los cables o con ese artilugio, la radio. El periodista debía jerarquizar las informaciones, que para eso está el oficio: para señalar qué es lo importante. El ambiente de las redacciones era una escuela.

Uno revisa esos acontecimientos de 1945, esa actitud protectora del legendario Gordo Pérez, e inevitablemente piensa en la actualidad. ¿Es deseable una asonada semejante a la de octubre del 45 hoy en Venezuela? ¿No es hora de reinaugurar la república liberal democrática y someter como es debido a estos vándalos sin escrúpulos que medran del poder?

La historia demostró, sin embargo, que los arrejuntamientos con facciones castristas no desembocan, a la postre, en algo bueno.

Sebastián de la Nuez vive en Madrid, dirige el blog Hable Conmigo

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