SEBASTIÁN DE LA NUEZ –
En España y Venezuela las noticias no se perciben de la misma manera, en absoluto. El contexto marca la manera de asimilar o entender los hechos. Acaba de cerrar la versión en papel de El Nacional, y eso contiene una simbología. Está confirmado: una era del periodismo acaba de pasar a mejor vida por culpa del mercado volátil y del estallido tipo Big Bang de las redes sociales. Eso sí, con la ayuda diligente del régimen
En España no se habla de cierres de periódicos o de los diarios en papel que se quedan nada más con su versión online. Eso sucede pero no es un tema que le preocupe a la gente. Quizás uno, recién llegado, no esté al tanto del panorama mediático local y solo vea la punta del iceberg. Cerró hace algún tiempo, es voz muy pópuli, la famosa revista Interviú. Cambio16 fue comprada por un consorcio latinoamericano de sospechosa reputación. Pero la opinión pública no se ha preocupado por esas pérdidas, ni mucho menos. La gente, en España, debe pensar que si hoy cierra un medio, mañana podrán aparecer dos o tres, sea en papel o digital. Se lo toman como una cuestión de movilidad y adaptabilidad.
En Venezuela no es lo mismo o, al menos, los cierres o cambios de propietarios o de plataforma no son percibidos de la misma manera. Pero en Venezuela uno sabe que si se cierra un medio con cierta trayectoria a sus espaldas, en el interior o en la capital, es porque la presión chavista ha estado encima, tenaz y artera, durante largo tiempo; y que al fin ha obtenido otra victoria. Se suele hablar de las tendencias en el mercado, de la influencia de las redes sociales, del cambio en las constantes de lectoría tradicionales (es decir, que los lectores ya no son como antes, en ningún sentido), pero eso no funciona de esa manera en Venezuela.
En Venezuela, si un medio ha dejado de circular en papel, no es porque su junta directiva enfrentaba una dura competencia en medios digitales. Es porque el chavismo lo acogotó finalmente.
Eso acaba de pasar con El Nacional.
Es otro paso en el cercenamiento de la libertad de expresión, en la construcción de la hegemonía comunicacional. Aunque el periódico haya sufrido una mala praxis gerencial desde hace años, aunque hubiese (también) razones de mercado en la decisión, lo que quedará en la opinión pública, con toda razón, es que el chantaje del papel importado acaba de ganar otro pulso.
Han sido veinte años. Demasiado duró El Nacional. Un periódico con historia, con prestigio y con influencia donde los haya. Ahora aparecerá solo online y habrá que contentarse con buscar en la catarata lo que pueda rescatarse para la lectura. Habrá que acostumbrarse a títulos del tipo “La reacción de Messi que está incendiando las redes”. Total, es una tendencia mundial.
¿Qué pensará Omar Pérez, “el compañerito”? Es un personaje de otro tiempo, un periodista de los de antes. Con sus cosas buenas y no tan buenas, como todos. Una vez, hace muchos años, Pérez trabajaba en el diario Panorama, en la ciudad de Maracaibo. Estando en Maracaibo, un día el gerente de El Nacional, un hombre cuyos apellidos eran Fariñas Salgado, lo llamó para ofrecerle una vacante como reportero de Sucesos. En esa sección se desempeñaba una lumbrera, Juan Acosta Cruz. La otra estrella del periodismo policial de la época laboraba en Últimas Noticias: Germán Carías. Sin embargo, Omar estaba feliz en Panorama y descartó la oferta. Luego lo llamó Alejandro Otero, cerebro económico de El Nacional y hermano de Miguel, para decirle que le tenía el cargo guardado. Omar se lo pensó pero no había decidido nada cuando lo llama, para su sorpresa, Carlos Ramírez McGregor, el individuo que lo había llevado a Panorama. Le pregunta Ramírez McGregor que cuándo se marcharía para El Nacional. Omar no entendía: ¿cómo lo supo? Ni siquiera había resuelto nada. “Bueno, cuando quieras puedes irte pero terminas de pagar la maquinita portátil Remington”, le dijo Ramírez McGregor, con rabia contenida. Era verdad: en la parte baja de Panorama el reportero Omar había adquirido, en una venta que había allí de artículos de escritorio, una portátil Remington. Pagaba cuotas de quince bolívares semanales por la máquina de escribir. Ramírez McGregor se había enterado de la oferta de El Nacional por un telegrama que le había enviado Fariñas Salgado a Omar, que se había tomado la libertad de abrir en vez de entregárselo a su destinatario.
Es una pequeña historia, la del editor molesto que reacciona airadamente cuando siente que la competencia le está robando a un reportero. No es que no se hacían trapisondas o que no se daban zancadillas en el medio periodístico. ¡Uf, cómo que no se daban!
Solo que no había un tipejo como Gorrín comprando medios y regalándoles apartamentos a sus anclas que juegan al “equilibrio”. No había esas reediciones a gran escala debido a la tijera de un censor como Vitelio Reyes en El Universal o en Conatel. Lo de la era chavista es otra dimensión. Hoy, en los medios y en los organismos estatales relacionados con la información, no es que haya periodistas con sus cosas buenas y no tan buenas (como todos); es que no hay periodistas sino burócratas, funcionarios ciegos de una entidad hueca sin capacidad para reconocer el talento ni la verdad. Dos asuntos ajenos al chavismo. Por eso, sobre todo, El Nacional solo será de ahora en adelante un click.
Sebastián de la Nuez, periodista venezolano. Escribe desde Madrid, España.