JOSÉ PULIDO –
A veces iba al apartamento de Manuel Caballero, a beber café y conversar con él sobre autores inquietantes y tan distintos como Michel Houellebecq, John le Carré, Virginia Woolf o el poeta John Ashbery. Nos unió mucho un amigo común: Salvador Garmendia. El humor y la conciencia crítica de Manuel y Salvador eran ingredientes poderosos de sus escrituras y de sus personas.
Salvador Garmendia, Manuel Caballero y Rafael Cadenas, formaron el trío de barquisimetanos que conquistó a Caracas con las armas de la palabra y la autenticidad. Eran amigos que parecían hermanos. Ellos tres, aparte de ser historia de la literatura, del ensayo y de la poesía, son un sentimiento. Un sentimiento clase media. Y eso define la tragedia de quienes no conocen a estos hombres porque hace que Venezuela siga siendo cumbre y barranco o dos orillas que no se miran (para que no parezca discriminatorio el comentario).
Un día Manuel me contó que nació en Caracas y así, recién nacido, sus padres se lo llevaron a Barquisimeto metido en una ponchera. Eso lo convirtió en un humorista natural.
En fin. Hubo una temporada apacible en cuyas madrugadas yo caminaba con Salvador y Manuel y otros amigos por el Parque del Este y siempre nos alegrábamos de la misma manera y con los mismos comentarios, a la hora exacta en que los pericos se alborotaban con el sol.
Cuando Manuel dejaba abierta la posibilidad de visitarlo no la desperdiciaba porque era como agarrarlo en su cueva, en su hábitat íntimo.
De paso, cultivaba la ilusión de poder conversar con su esposa, que no era, por supuesto, una esposa común y corriente. Sí: parecía atrapada en una bata casera. Sí: tenía en el bello y marchito rostro la marca del aburrimiento y la soledad que las esposas perfeccionan. Sí: fumaba como si deambulara dentro del laberinto de su propio ser. A veces parecía fumar solitaria en una infinita estación de trenes sin trenes, donde no se llegaba y no se partía.
Sí: era una esposa. Pero se llamaba Hanni Ossot y escribía poemas como este:
POR SALIR DEL CHARCO
En algún lugar del mundo
una mujer se sentaba todas las mañanas
a contemplar un viejo edificio.
Y había ventanas, sí
plenas de sombras
hombres, mujeres, monstruos.
Esa casa estaba deshabitada
no había amantes, no.
Sólo aves que a veces cruzaban el horrendo paisaje.
En algún lugar del mundo
había una lámpara rota
que no era de ella.
También un diccionario.
Eso no podía resolver su soledad.
Había tres árboles, cuatro árboles
y ruidos, la calle, los automóviles.
En algún lugar del mundo ella
no pudo hablar con quien podría
ser su amante.
El placer estaba vedado.
Las ambulancias pasaban
El fastidio cundía.
En algún lugar del mundo
ella se detenía
a ver un enchufe
un sofá
una mesa repleta de libros y de centavo
y al marido: mustio, callado, leyendo…
También había pastillas, muchas pastillas
y un avión que pasaba.
Llevando a gente que sí tenía lugar.
En algún lugar del mundo
ella rezaba
por salir
por salir
del charco.
Cada verso ha sido vertido por un alma sometida a certezas inútiles y a dudas rozagantes; un alma que está harta de perseguir días y decide hibernar a la espera de una primavera nocturna. Un alma que necesita aferrarse a la sacralidad como refugio contra la intemperie.
Por eso no es de extrañar que sus versos sacudan el alma ajena ¿no es así? Yo quería comentarle lo que sentía ante sus poemas y confesar toda la obsesión por Rilke que me había originado su traducción de Las elegías de Duino. Una traducción que ni siquiera fue superada por la que hizo Juan Rulfo, de quien esperé una mayor cercanía con la sensibilidad rilkeana.
Sé que tener una conversación con alguien sobre tales temas carecía de importancia para ella, si ese alguien no la conmovía hasta los huesos. A veces intercambiábamos palabras en torno a un autor o a un suceso aislado, pero al terminar su café, se alejaba. Nunca pude decirle con sinceridad cuánto me interesaba lo que escribía y tal vez enterarla de que yo también me enfrascaba en esos torbellinos.
Puedes decirle a alguien “Mira: estoy vendiendo una bicicleta” y algo responderá. Porque no albergará dudas de que vendes una bicicleta. Es más cuesta arriba decir: “Mira: soy poeta. Hablemos de poesía”. O algo así como “mire, señora, usted me ha enviciado con las elegías de Duino” o “mire, señora, usted me ha echado a perder las emociones simples con esos poemas suyos”.
Cualquiera se cree poeta pero eso es algo que solo se comprueba largando los pedazos de años y de sueños en una sucesión de hirientes bellezas. El alma es como una guitarra cuyas cuerdas son las palabras. Es un instrumento que se afina viviendo y muriendo intensamente al mismo tiempo. Si no sabes afinar ese instrumento es probable que tampoco lo sepas ejecutar con propiedad. Y lo más importante es tener conciencia de alegría. Identidad de alegría. Alegrarse porque la vida se deja vivir y revivir aun siendo tan misteriosa.
Quería entablar con ella largas conversaciones y saber más de su interioridad. Una ambición desmedida de parte de cualquier hombre, de cualquier persona. Porque Hanni Ossot vivió cada minuto de su vida macerándose, curtiéndose, destilándose en poesía. Ella se entregó toda al sonido del sentido, a la hondura del conocimiento. El deseo de decir algo que la conmoviera más de lo que estaba conmovida la motivaba y la agotaba ¿cómo podía ser fácil enhebrarla y conocerla?
Nunca ocurrió el intenso y prolongado diálogo que anhelaba con ella: Hanni bebía unos instantes el café con nosotros, yo notaba angustiado que ponía poco café en su taza. “Va a desaparecer en dos sorbos”, pensaba. Y en efecto: demasiado pronto la taza descendía después de haber convertido su boca en una herida. La Poeta se iba a otra parte de la vivienda a continuar con sus soledades y sus lecturas.
Sé que ella leyó Elegías de Duino con más emoción y detenimiento que nadie. Yo, que me he dado cabezazos contra los muros de esa mansión celestial, nunca me empeciné tanto con las elegías de Rilke, aunque sé que esa es la altura, la elevación, la poesía que viaja como el humo.
¿Quién, pues, si yo gritara, me oiría entre la jerarquía
de los ángeles?, y si repentinamente uno me llevara
hacia su corazón, yo me desvanecería ante su más fuerte
existencia. Porque lo bello no es más
que el inicio de lo terrible, que todavía apenas
soportamos,
Y lo admiramos tanto porque serenamente
rehúsa destruirnos. Todo ángel es terrible.
Así fluye su traducción en la primera elegía y sé que ese es Rilke, un Rilke completo vertido en perfecto español. En el prólogo de su traducción Hanni escribió:
“El tono de las Elegías es lento así como lo es también aquello que Rilke exige de nosotros. Se trata de una paciencia convertida en transformación. Esta transformación es profundamente religiosa, no al modo de la religión cristiana, sino al modo del hombre desasistido existencialmente que decide desde el morir toda fundación. No hay para nosotros madres que nos amparen ni amores sino una profunda soledad. Rilke entiende la muerte no solo como un desfallecer sino como aquello por cuyo contacto llegamos a ser, como si la vida se reafirmara a partir de la muerte”.
Más adelante completa la idea:
“A esta preparación frente a la muerte Rilke opone la prisa del héroe y de los amantes; ellos son siempre los urgidos y la pena en el desgastarse. Ellos son los que andan como si no hubiese lugar. Para Rilke se trata de hacer lugar, de hacer pertenencia y casa. La modernidad de Rilke radica en esto, en saber que el hombre carece de lugar”
La segunda elegía, en cualquiera de sus versos, muestra cómo la magia de Rilke se llevó en sus garras doradas los restos de una temblorosa y sublime Hanni:
¿Sabe pues a nosotros el espacio del universo
en el que nos disolvemos? ¿Capturan los ángeles,
realmente, solo lo suyo, su propio desbordamiento,
o se encuentra a veces en ello, como por error, un poco
de nuestras naturalezas? ¿Estamos nosotros tan solo
mezclados a sus rasgos como la vaguedad en los rostros
de las mujeres embarazadas? Ellos no lo advierten
durante el remolino del regreso hacia sí mismos. (¿Cómo podrían notarlo?)
ARRÁIZ LUCCA
El poeta Rafael Arráiz Lucca era un gran amigo de Manuel y de Hanni. Él la entrevistó y la escuchó con devoción.
Rafael opinaba: “…uno de los más intensos, trágicos y profundos poemas que se han escrito en Venezuela es “Del país de la pena”, contenido en el libro El reino donde la noche se abre. De él he afirmado: “Es un poema metafísico en la medida en que trasciende a partir de su particularidad, haciendo que la materia nombrada se esfumine ante la preponderancia de ese otro que subyace en su búsqueda. Es un poema de angustia religiosa en tanto que es plegaria del perplejo, del que padece la incertidumbre. Es poema polifónico porque a través de esa única voz, íngrima e implorante, hablan muchas de sus voces interiores, su multitud secreta”.
“En una entrevista que sostuve con Hanni para la revista Imagen en 1986, con motivo de la aparición del libro, señaló: “Ese poema fue escrito una noche de noviembre de 1985 entre las diez de la noche y las cuatro de la madrugada. Aquello fue terrible: escribía, me levantaba, me asomaba por la ventana, me sentaba otra vez. Ha sido el poema más largo, intenso y complicado que he escrito en mi vida”. Y así fue, nunca más fue médium de un poema de tal longitud ni tan estremecedora vivencia. Debo decir, para que no quede ningún género de duda, que su obra no se reduce a ese poema excepcional, pero tampoco puedo dejar de señalar su radical importancia para nuestra historia de la poesía. Ossott alcanza en esta segunda etapa a darle expresión a sus voces interiores, y estas voces se articulan a partir de la experiencia de la exterioridad. Un paisaje, un sonido, un acontecimiento gustativo puede servir de puente para la aparición de esa voz profunda. De modo que esa voz no surge descontextualizada, abstracta, sino interpelada por alguna circunstancia exterior”.
MANUEL TAMBIÉN LO SINTIÓ
Manuel Caballero, quien la apoyó con amor y nobleza y vivió todo su proceso de elevación y de angustias, escribió para Arquitrave, la revista del poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio, una introducción para una selección de poemas:
“Puedo decir que Hanni no escribía poemas sino que los vivía con una intensidad que rara vez he encontrado en otro artista. Puedo dar un testimonio, pues siempre me había burlado de la idea romántica de que un poema podía surgir completamente armado de la cabeza y el corazón del poeta (estoy consciente de lo ramplón de la vieja comparación jupiterina, pero no se olvide que no soy poeta, y que a la prosa de prisa la visita el lugar común con mayor frecuencia que al resto de la escritura). Nunca me había tragado aquella leyenda de Samuel Taylor Cooleridge visitado por el demonio de la inspiración para escribir su Kublai Khan.
Una noche tuve la prueba de que me equivocaba en mi escepticismo. Habíamos bebido un trago de ron para cenar, pero Hanni apartó su plato, y se encerró a escribir sin interrupción hasta la alta madrugada, cuando se echó a mi lado, todavía temblorosa y sin poder dormir: acababa de escribir El país de la pena, tal vez su texto más emblemático, incluido en El reino donde la noche se abre”.
Ah, Manuel. Estando en Chile con Salvador Garmendia alguien le preguntó “¿Usted es poeta?” y él respondió: “No. Yo soy poeta consorte”.
Ella lo alude en varios poemas y le dedicó uno que tituló así:
MI AMOR YACE EN UN POZO
Déjame escribir
al menos escribir
es lo mínimo que se puede pedir
La noche está fresca
y no hay casi carros por las calles
Las flores están floreciendo a su manera pero es de noche
y las flores también tienen un modo de florecer al anochecer
también
–me imagino
que “hay amores que matan”
pasiones, grandes pasiones.
Mi amor, mi gran amor, yace en un pozo
allí florecen raras flores
flores que no saben cantar ni bailar
todo es mustio allí
Me he entregado a un amor raro
sin nervios
sin locura
sin gritos
ni pasión
puro intelecto
al menos déjame escribir
esta noche
un poema
al menos se trata de una pasión.
Manuel fue afortunado y ella también. Él la conoció leyendo a solas y en voz sincera sus poemas. Rebotando su cuerpo y sus palabras en las paredes de arena y cemento y en las paredes de su casa perdida, el hogar en donde su alma fue infantil y fue adolecente. Manuel Caballero me orientaba respecto a la historia, me clarificaba el país. Su amada Hanni destruía mis clichés:
LA MORDIDA PROFUNDA
Hay una mordida profunda
incisiva
en el centro de mi sexo
por la cual yo me erijo como yo misma
y soy,
y poseo y dono.
Regalo mi cuerpo y mi ansia.
Hay una mordida en mí
que doblega al otro
lo arrodilla, lo inclina
Por esa mordida se abre un vasto mar de vacíos
vértigos
precipitaciones
abismos
Me cruza una pendiente
me traza un precipicio
en el amor…
y en todas mis secretas junturas
con cuido, con recelo, tú te avienes a mí
y no me sabes.
AMABA A BORGES
Hanni era una poeta para leer como quien limpia el piso con la frente, buscando la hondura, el tuétano. Era necesario leerla de una manera honesta y amorosa. Ella sabía que la poesía y su sangre eran lo mismo. Repito unas palabras suyas que han sido citadas muchas veces:
“Descender allí, desde las alturas diurnas de la conciencia a esa zona mediana y crepuscular, otorga alegría al poeta. Habrá entonces para él un festín. Los dioses porque no puede ser de otro modo le otorgan el beneficio de probar riquezas. No importa cuán fuerte pueda ser el plato. Horror, dicha, hastío, pasión. Frente a ello debe conservar el pie en la frontera para no sucumbir. Amarrado al mástil debe rezar la Letanía que lo mantiene al barco. Y es que la poesía es también la práctica de un ritual. El mismo sitio, el mismo escritorio, la misma pluma. El mismo miedo que nos invita a separarnos del papel, lo que no queremos hablar con los otros ese día para que no nos disturbe. Lo que no queremos escuchar de la poesía misma… porque hiere”.
Aparte de Rilke, Jorge Luis Borges era otro autor que captaba su interés. Como infinidad de personas ella leía a Borges, pero con más pasión. Y lo escribió:
“Durante la larga noche en que murió Borges yo estaba en mi estudio. Revisaba qué libro de poemas podría leer en ese momento. Recorrí toda mi biblioteca y me detuve ante sus Obras completas editadas por Emecé Editores. Las coloqué sobre mi mesa de trabajo y me dirigí a la ventana para ver la Noche. En ese instante sentí que una gran bola de fuego cruzaba el Universo, de manera elíptica, para encontrarse con otra gran bola de fuego, en una suerte de beso de amor.
Me dije: ése es Borges, ha muerto y va a encontrarse con Heráclito. Uní mis manos en actitud de rezo y recité:
“Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado…”
Hanni cuenta que después escogió al azar un poema de Borges y le salió El tango.
“Recé El Tango, con voz ronca y con ritmo. Mi marido se despertó. Me dijo: ¿Qué haces Hanni? Leo a Borges— le contesté. No le dije que Borges había muerto, ni que yo rezaba. Recibí su regaño con pasividad”.
Hanni le puso continuación a esa historia:
“No puedo explicarme este hecho sino por la palabra consustanciación… ¡He amado tanto a Borges! Recuerdo que una vez casada, con mi primer marido, él me manifestaba sus celos de Borges. Y es que leía en la cama una y cien veces Las Ruinas Circulares”.
APROVECHO LO DE BORGES
Creo que una mayoría de lectores admiramos y queremos a Borges. Yo cito a Borges hasta cuando hago la declaración del impuesto sobre la renta. Y pude hablar con él y decirle “soy un lector suyo”. Pero también he admirado y querido a Hanni Ossot y no pude expresarle esto que hoy escribo.
Y aferrado a esa razón, ya que nunca pude hablar con ella lo suficiente, lo necesario para ser un mejor lector de su desgarrado y sublime esfuerzo poético, me pregunto, antes que cualquier procacidad insensible lo haga: ¿ha sido acaso una tontería escribir sobre su poesía en tales términos? ¿Una palabrería inútil?
Y dejo que sea la poeta Hanni Ossot quien responda, aprovechando la posibilidad de tomar sus palabras y colocarlas aquí con la alegría que me proporciona fingir que estoy conversando con ella.
“La poesía es riesgo puesto que es alma. Desde el alma vivimos en el riesgo. Todo en ella es aparentemente inconcluso, provisional, equívoco, sombrío. La moralidad no entra en ella. Por eso la poesía es amoral, carnal, sangrante, doliente. Ni el alma ni la poesía están hechas para los acomodados. Pocos políticos acuden a ella, apenas recitan versos en recepciones y espectáculos. Quienes se entregan al alma y a la poesía trabajan desde la imagen del marinero que lucha en el mar. Adivinando, profiriendo invocaciones, escuchando la caracola”.
¡FUERA EL LEXOTANIL!
CIAO, BAMBINO…
Y entonces invento que le comunico, para terminar de una vez con esto:
-Hanni: eres una casa habitada por emociones nuevas y sentimientos antiguos. Hanni: eres un torbellino de emociones y sentimientos atrapados en una casa sagrada. Hanni: tu cuerpo todo es un pensamiento.
Y ella, magnífica señora poeta, responde, usando algunas líneas de un poema suyo:
“Aunque es inevitable que alguien llegue. Por la ventana entra la luz, el viento, el ladrón, el amante, la naturaleza… A veces se ansía compartir, a veces no. No siempre están las puertas o las ventanas abiertas”.
Y murmuro, pensando también en Manuel, quien se hizo merecedor del extraño amor de una flor de cúspide:
-Gracias, Hanni.