VÍCTOR SUÁREZ –

Las rutas andinas se están caldeando. Los migrantes venezolanos comienzan a ser objeto de nuevos filtros en las fronteras abarrotadas. Los tumultos habituales en el paso hacia Cúcuta se reproducen en las vías hacia Ecuador y Perú. Son paisanos que andan con apenas una mochila al hombro, muchos de ellos a pie, sin familia y sin dinero, a veces sin identificación legal suficiente. Ya no vale la mera cédula de identidad, que les permitía cambiar de país sin mayor trámite. El sábado 18 de agosto comenzaron a exigir pasaporte para poder entrar a Ecuador. El próximo sábado 25 sucederá lo mismo en la frontera colombiana con Perú. En Venezuela cuesta mucho obtener un pasaporte.

El rebullón por el oeste estaba bastante encendido cuando desde el sur brasileño el viernes 17 se supo que al “Viejo Raimundo” le habían asaltado el restaurante, robado, golpeado, apuñalado y dejado inconsciente cuatro sujetos identificados como “venezolanos”, apenas, lo cual motivó que los nativos de Pacaraima se dejaran de tonterías humanitarias y obligaran a todos los migrantes a devolverse por donde vinieron. Fue una espantada de marca mayor, al grito de ¡Fuera venezolanos. Váyanse a Caracas. Así va funcionar esto a partir de ahora…! Los refugios fueron destruidos a tractor y fuego. Mil doscientos venezolanos tuvieron que huir hacia territorio patrio con una décima parte, o menos, de lo que llevaban al decidir emigrar.

Pacaraima es un municipio brasileño fronterizo con Venezuela. Pertenece al estado de Roraima y es ruta obligada de quienes se lanzan al destierro tomando a Santa Elena de Uairén como pivote. El migrante pasa el puesto fronterizo y ya está en La Línea, en Pacaraima, guindan sus hamacas, montar carpa, cogen fuelle y luego siguen hacia Boa Vista, la capital del estado. Pero muchos se quedan allí, al garete, pastando como semovientes. Las autoridades brasileñas aseguran que alteran el ambiente, duermen en la calle, ejercen profesiones antiguas, trafican macoña, desaguan detrás de cualquier arbusto, mendigan, no hay trabajo para ellos, la mayoría se dedica a la venta ambulante de cualquier cosa. Muchos delinquen a la luz del día, acusan.

Recoge la agencia France Presse que en Pacaraima, con unos 12.000 habitantes, malviven cerca de mil inmigrantes en situación de calle. Los vecinos reclaman el aumento de robos e incidentes violentos, en tanto que la gobernación alega falta de recursos para atender la situación y pide el cierre de la frontera. El gobierno central se niega, por razones humanitarias.

La ciudad brasileña más cercana es Boa Vista, a unos 215 km de distancia. Allí viven unos 25.000 venezolanos, según balance oficial. Otras fuentes hablan de 60 mil.

La Policía Federal, encargada del trámite migratorio en Brasil, estima que unos 500 venezolanos cruzan a diario hacia Brasil. El pico de este año osciló entre 900 y 1.200 en enero.

A la fecha, once refugios operan en Boa Vista y Pacaraima albergando a más de 4.000 venezolanos, incluyendo más de mil indígenas warao, originarios del Delta del Orinoco.

Una escuela y una cancha deportiva han sido usadas para la instalación de carpas. También pernoctan en terrenos baldíos.

En el primer semestre de este año, 56.740 venezolanos buscaron legalizar su situación en Brasil solicitando refugio o residencia temporal, completa la agencia AFP.

RAIMUNDO PARA TODO EL MUNDO

Así me maten del otro lado
Calle Suapí, arteria comercial del poblado. Foto de Folha da Boa Vista.

Al viejo Raimundo, muy querido en la zona, lo maniataron en su restaurante, que es también su casa de habitación, metieron a su familia en un cuarto, le infringieron varias puñaladas, le golpearon en la cabeza hasta que desfalleció, le robaron una cantidad considerable de dinero (23,000 reales, equivalentes a 5.800 dólares, aseguran a la agencia Reuters). Los agresores huyeron. Luego de las primeras curas, a Raimundo le trasladaron al hospital de Boa Vista, muy maltrecho. Fue internado en la unidad de cuidados intensivos.

El sábado amaneció estable, pero sus vecinos de toda la vida estaban bastante enardecidos (muito enfurecidos) por lo que le habían hecho al dueño del restaurante.

De manera que, sin hacerle caso a los 19 policías que resguardan el poblado, salieron a la caza de todo venezolano callejero.

“Las manifestaciones obligaron a cientos de venezolanos a huir a pie a través de la frontera y los residentes incendiaron las pertenencias que dejaron atrás y bloquearon el único camino que cruza los dos países”, reseñó la agencia Reuters.

“Las autoridades brasileñas en apuros ante el conflicto. Gente protestando de lado y lado. Los lugareños VS. los inmigrantes venezolanos. Lógicamente en la viña del señor siempre hay de todo. Nunca falta un antisocial que daña el rebaño. Pagando justos por pecadores”, dice en un tuit el diputado Américo De Grazia, de la Causa R.

Giuliana Castro, jefa de policía y de seguridad de Roraima, dijo que una vez devueltos a su país los migrantes retirados atacaron a un grupo de 30 brasileños que estaban de compras al otro lado de la frontera. “Los venezolanos van a regresar, aquí lo que va a haber es una guerra civil”, advirtió un asomado.

El gobierno venezolano protestó el desalojo ante la cancillería brasileña y ordenó que personal de su consulado en Boavista se trasladase a Pacaraima para constatar la situación y «velar por la integridad» de los venezolanos en la zona. Y aquí aparece la doble paradoja de que en Santa Elena no hay nada que los brasileños puedan comprar ni en Pacaraima ha quedado ningún venezolano a quien proteger.

En la declaración del ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela no podía faltar el escapulario que le acompaña en cada conflicto: Estos hechos son alentados por una «peligrosa matriz de opinión xenófoba, multiplicada desde gobiernos y medios al servicio (…) del imperialismo”.

En el poblado, teóricamente confluyen todos los organismos militares, de seguridad y defensa civil. En la calle Suapí, la vena comercial, se arremolinan en corro uniformado. Conversan los de la Policía Civil con los de la Policía Militar, que a veces son reforzados por efectivos del Batallón de Operaciones Especiales (Bope) y de la Fuerza Táctica. También se aparecen efectivos de la Policía Federal de Carreteras y del Cuerpo de Bomberos. Pero son grupos de presencia efímera. Los permanentes son los 26 funcionarios de la Policía Civil, que se desglosan en dos delegados, un escribiente, un fotocopista, dos encargados de la limpieza, un agente de la Fuerza Nacional y 19 agentes de policía, que son los que disparan al aire cuando los gallos en palenque despliegan sus plumajes y se ponen tensos.

La gobernación de Roraima está pidiendo refuerzos policiales y que la frontera sea cerrada. Pide 60 efectivos más. No puede controlar la situación. El gobierno brasileño dijo a última hora del sábado que enviaría más tropas a Pacaraima para respaldar a la policía fronteriza.

Un reportaje reciente de Folha da Boa Vista pudo constatar la situación caótica en que están las calles del municipio. Y advertía lo que sobrevendría dos semanas después. “Como sólo existe un refugio destinado a los inmigrantes indígenas de la etnia Warao, los otros venezolanos están viviendo en las calles o en terrenos baldíos sin estructura de baños o agua potable, haciendo necesidades fisiológicas en la calle y usando los grifos esparcidos en la ciudad para beber agua y, en algunos casos, bañarse”.

Los venezolanos regresaron totalmente apaleados al lado norte de La Línea, los cuatro sospechosos de haber robado y herido de gravedad al Viejo Raimundo no han sido identificados, los 23 mil reales no han aparecido. Cuando la turba unísona de Pacaraima estaba destruyendo los refugios y quemando las pertenencias de los migrantes, resultaron heridos tres brasileños, según la policía.

Los venezolanos se replegaron. Del lado patrio los reciben quienes se quedaron anclados: pero bueno, ¿ustedes y que no regresarían más nunca? Volvían cabeza baja, sin mucha gloria que contar. Cuatro entre mil cien les echaron a perder el viaje, que aunque incierto y nuboso les hacía pensar en que habían escapado del país-pesadilla. Fueron refugiados en Brasil y ahora lo son en Venezuela.

CONTROL DE DAÑOS

Para calificar la situación del millar de personas que fueron expulsadas de Brasil, en el Fuerte Roraima hablan de “retorno a casa” y de “vuelta al hogar”. Lo extraño es que no repitan lo habitual: apátridas, escuálidos, traidores…

El Fuerte Roraima está ubicado en Santa Elena de Uairén, municipio Gran Sabana del estado Bolívar. Es el punto que resguarda la frontera con Brasil. A cargo está el general de división Alberto Mirtiliano Bermúdez Valderrey, comandante de la Zona de Defensa Integral N° 62.

Desde el sábado ese Fuerte es un refugio provisional que cobija a quienes “fueron desalojados a la fuerza del territorio brasilero”.

Los militares cuentan a los ingresados. Anotan e informan a la superioridad. Esto dijeron:

Atendidos: 1.197 personas.

Trasladados de vuelta a su “hogar en La Patria”: 250 personas.

– 220 fueron distribuidas hacia el norte y sur del estado Bolívar: Km 88, Las Claritas, Tumeremo, El Callao, Guasipati, Upata, San Félix, Puerto Ordaz y Ciudad Bolívar.

– 30 personas fueron trasladadas a Maturín, estado Monagas.

Quedaban, hasta el domingo 19 de agosto a las 5 de la mañana, 927 refugiados en el Fuerte, las cuales se mantienen allí a la espera de transporte para retornar a sus destinos, si los tuvieran (Masculinos 353, femeninas 283, niños 145 y niñas 146).

Los militares preguntan: ¿Quiénes quieren devolverse para sus casas? Los refugiados responden que sí, así:

192 para Anzoátegui, 124 para Monagas, 84 para Guárico y 25 que se reparten entre DF, Aragua y Carabobo.

El oficial que tiene la carpeta en la mano, hace una nueva pregunta, que ya estaba respondida por descarte: ¿Quiénes quieren volver a Brasil?

Quinientas dos (502) personas levantan las manos y reafirman su determinación de querer entrar de nuevo a Brasil.

Más de la mitad de los refugiados que a palos han sido devueltos a la patria que quieren abandonar, que ya conocen el sabor de una porción de la aventura, que ya perdieron lo poquito que tenían la primera vez que lo intentaron, reiteran que se quieren ir pal´coño de una buena y definitiva vez. Así los maten… Son los más pobres.

Víctor Suárez, periodista venezolano. Escribe desde Madrid, España.

 

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