Corresponsales en tierra calienteEVARISTO MARÍN

Ahora, entre lo poco que ha podido sobrevivir en mis viejos archivos, me veo joven, de paltó y corbata, con el gobernador Horacio Cabrera Sifontes en la Ciudad Bolívar de 1958. Como se dice, desafiando el calor, que en Bolívar no da tregua, ni en los días lluviosos cuando el Orinoco es más turbulento, a su paso por la antigua Angostura. Corresponsañes de mil batallasFrente a Soledad, claro está, es su parte más estrecha. Se puede ver a simple vista, de una orilla a la otra. No es así, más allá de Barrancas, hacia el Delta, donde es más inmensa y sobrecogedora su presencia, en la ruta final hacia su encuentro con el Atlántico, más allá de Curiapo, más allá de más nunca, como diría Gallegos.

En junio del 58, cuando El Nacional me trasladó desde Barcelona hacia Guayana, existía mucha euforia política, tras la caída de Pérez Jiménez y la vecindad de las primeras elecciones libres en más de diez años. En Ciudad Bolívar tuve la oportunidad de ver por primera vez a Rómulo Betancourt, el candidato de Acción Democrática, con primera opción a la presidencia a pesar de la resistencia que se le atribuía en el estamento militar. Don Rómulo, a su regreso del exilio, era un político de lo más cercano a los periodistas. Hasta se dejaba entrevistar. En noviembre de aquél año, cuando clausuraba su campaña en El Mirador, en el Paseo Orinoco, me hizo subir a la tribuna, para no me quedara duda de aquella multitud. Le oí su discurso, a menos de tres metros de distancia. Como Presidente, a esa distancia solo pudieron situárseles, excepcionalmente, los reporteros del Palacio de Miraflores. Nunca dio declaraciones a los periodistas del interior del país.

Personajes tan notorios en la política venezolana, como Jóvito Villalba, Luis Beltrán Prieto, Raúl Leoni, Luis Alfaro Ucero, Gustavo Machado, Wolfgang Larrázabal, Rafael Caldera, lo primero que hacían al llegar a Ciudad Bolívar o alguna otra de nuestras ciudades interioranas era invitar al Corresponsal de El Nacional. Desayuné con todos ellos. Prieto y Villalba estuvieron muy cerca de mi afecto, porque , por encima de sus posiciones políticas, estaba hacia ellos mi afinidad margariteña. Para mí, aquella conmoción electoral era totalmente novedosa y a la vez inédita, luego de vivir (desde el 54) mis comienzos como periodista corresponsal, en un régimen en el cual estaba prohibida la noticia política (de oposición) con los adversarios del gobierno, cuando no en la cárcel, en el destierro.

El jefe de información de Provincia, Francisco Guerrero Pulido, “El Gocho Guerrero”, era un buen ejemplo: No se salvó de ir muchas veces preso en Maracaibo ni en Barcelona, pese a que gustaba jugar al dominó con Miguel Silvio Sanz, a quien Pedro Estrada, al final del régimen, ascendió y se llevó a Caracas como jefe de la brigada política de la temible Seguridad Nacional.

Me jugaba la vida por una noticia
Evaristo Marín vacaciona en Diana Beach, Florida, EEUU (2019)

Me veo de paltó y corbata, con Cabrera Sifontes, el gobernador transitorio –protagonista de una noticia que tuvo llamado de primera página: El MOP tenía ya listos los estudios para el puente sobre el Orinoco entre Ciudad Bolívar y Soledad, en 1958– y recuerdo que por esa época, era muy habitual, andar con muy buen atuendo, porque frecuentemente El Nacional publicaba las fotos con el entrevistado al lado del Corresponsal. Toda Venezuela nos conocía por foto y yo, en esa época, era uno de los más jóvenes y buenosmozos, con mis bigotes, al estilo de Pedro Armendáriz y mis apenas 60 kilos. Hasta tenía dientes de oro, por lo que mi sonrisa –como es de suponer- era muy luminosa.

En Soledad, antes de tomar el ferry, los pasajeros eran obligados a pisar una especie de colchón con creolina, porque la ganadería de Guayana era la única del país libre de aftosa. Desde el hato “La Vergareña” salían a semanalmente dos o tres aviones, con carne y leche hacia Miami, Florida. Aquel hato, de propietarios norteamericanos, era también el único del país que tenía aeropuerto y matadero industrial. ¿Cómo les parece la Venezuela del 58?

Muy muchachita entonces, Emma, una de las hermanas de mi primera esposa, Irma Martínez, debía creer que yo, su cuñado, a lo mejor trabajaba en el acueducto, porque todos los días salía “a recorrer las fuentes”, como es común que digan los reporteros cuando van en busca de los sitios en los que hay noticias.

Ahora, a casi 67 años de mis inicios como reportero en Antorcha, en El Tigre (eso ocurrió en septiembre del 54 cuando el periódico de Edmundo y Mauro Barrios, apenas tenía dos meses en circulación), debo confesar que el ajetreo de la noticia acabó con el artista que era yo. En El Tigre, mi primer trabajo fue pintar murales en las paredes de las casas de algunas familias margariteñas, entre ellas la de mi tía Claudia Marín y la de la Nino Rodríguez y su esposa, Celia Rivas, en la avenida 5. Era yo, entonces, un joven pintor y poeta. Escribía, en esa época, unas bellísimas cartas de amor. No guardé copia, porque, lógicamente, eso nunca se ha estilado en ese tipo de intercambio epistolar, que en mi caso iban dirigidas a una novia que dejé en Margarita.

Cuando llegué a El Tigre de Anzoátegui, en noviembre del 53, todavía mi vocación por la arquitectura y la pintura agitaban mis pensamientos hacia el porvenir, pero no pude, nunca, dar riendas a esa predilección por echar rayas, porque los estudios de dibujante arquitectónico en la Academia Gregg, de la profesora Palomino, estaban muy lejos de mi capacidad de pago. Por lo tanto, tuve que conformarme, entonces, con aprender mecanografía, un oficio que me sirvió de mucho cuando, poco a poco, desde los diecinueve años, me metí al periodismo y me hice desde el 57 corresponsal del diario de los Otero Silva, luego de una corta pasantía –también en el sur de Anzoátegui, entre el 55 y el 56- con Ultimas Noticias de la Cadena Capriles.

En esos tiempos, por poco me llevan preso: El cónsul de China en El Tigre, Robert Chang, me cedió los pasaportes de cinco chinos muertos en un choque entre El Tigre y Cantaura y a mí, novato y sin fotógrafo para hacer las reproducciones, se me ocurrió enviarlos a Caracas, a la redacción. Ultimas Noticias registró el hecho, a grandes titulares en la última página, pero yo tuve que salir, en autobús (ida por vuelta) a buscar los pasaportes, porque sin ellos no autorizaban el traslado de los cadáveres hacia Hong Kong, vía Maiquetía, desde el aeropuerto de San Tomé. La SN me dio un plazo de 24 horas para devolverlos. Afortunadamente el cónsul Chang, un hombre de fácil sonrisa, muy paciente y habitualmente muy amable, no me consiguió. Porque la verdad sea dicha, me quería matar. Tengo que admitir, ahora, que al cónsul no le faltaba razón. Pero yo me jugaba la vida por una noticia.


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