La ciudad ha sido un tema recurrente en la poesía del escritor y poeta venezolano José Pulido quien ofreció un recital en la Stanza della Poesía de Génova. La ciudad en su poesía es un pretexto también para hablar de la soledad, del amor, de la tristeza, de los miedos y las alegrías pero sobre todo para hurgar en el alma del ser humano
El viernes 9 de marzo José Pulido ofreció un recital en la Stanza de la Poesía de Génova, espacio íntegramente dedicado a la divulgación de la creación poética, donde leyó una selección de poemas que ha escrito en Caracas y en Génova. En esta influyente y motivadora institución italiana, donde cada semana se presentan actividades relacionadas con la poesía, anunciaron el evento bajo el título “Un poeta urbano de Caracas en Génova”.
Fundada en 2001, gracias a la idea del poeta Claudio Pozzani, director del Festival Internacional de Poesía de Génova, en colaboración con el Palazzo Ducale-Fundación para la Cultura, la Stanza della Poesía realiza más de 150 eventos gratuitos cada año entre lecturas, charlas, conferencias, conciertos, actuaciones, proyecciones especiales. La Stanza della poesía también tiene una biblioteca con cientos de volúmenes en todos los idiomas.
Bárbara Garassino narradora y poeta fue la encargada de la presentación del encuentro con el poeta venezolano, y además del recital de los más recientes poemas de Pulido se hizo un conversatorio sobre poesía urbana y sobre la situación actual del país latinoamericano.
Mayela Barragán Zambrano, periodista y escritora venezolana tradujo los poemas presentados en el evento y las preguntas y respuestas que hizo el público presente en el acto. Además en el evento se presentó un documental con imágenes de Caracas, realizado por la hija del poeta, la documentalista y cineasta Victoria Pulido.
LA POESÍA URBANA
Pulido ha expresado, sobre poesía urbana, algunas ideas que sirven como antesala al recital: Si alguien sueña y quiere contar el sueño, busca las palabras que le den forma y sentido a lo que ha soñado.
Las palabras siempre son muy antiguas y con sólo invocarlas reproducen árboles y flores, mares y montañas, rostros y movimientos, casas y calles, sentimientos y belleza, horror y ternura. Porque las palabras son figuras poéticas llegando hasta nosotros en el río del lenguaje que viene creciendo desde la más remota antigüedad.
En Venezuela, como en la mayoría de países latinoamericanos, las palabras han tenido orígenes tan diversos como las tribus del mundo: tenemos el español y el portugués, tenemos el árabe y el antiguo africano; tenemos vocablos asiáticos, palabras italianas y lenguas aborígenes más antiguas que todo. Pero tratamos de decir las mismas cosas que todas las naciones, hablamos de los mismos sentimientos, aunque hemos vivido como edades biológicas las influencias de España, Francia y la brevedad inducida por el budismo zen a través del haikú.
Esa brevedad se ha mantenido más como envase filosófico en la poesía venezolana. Aunque cada uno de los poetas mayores ha destacado por abordar la poesía a su modo.
En mi caso nunca he tratado de impedir el torrente de palabras que contiene mi mestizaje, las ganas de decir las cosas de mil maneras. Soy bolero y danzón, soy teatro y retrato, narrativa y rezo, pero sin apartarme jamás de la magia que es el síndrome de la poesía. Es un modo de vivir en inocencia, de lanzar la verdad en medio del patio de la sangre sin que duela demasiado y sin que la alegría alegre mucho.
La ciudad es mi tema porque ese es el escenario donde se mueven los seres humanos de todas las edades cargados de sueños y de sentimientos, de creencias y de miedos, pero con intensos deseos de vivir aunque a veces desprecien lo mejor de la existencia.
Un poema de Kavafis dice: «La ciudad te seguirá. Viajarás por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo; y entre las mismas paredes irás encaneciendo».
El ciudadano construye la ciudad; inclusive el ciudadano que jamás coloca un ladrillo, o una piedra, un cable o un tubo: todos los ciudadanos van haciendo la ciudad según sus intereses y sus ignorancias, sus conocimientos y sus sentimientos. Y al mismo tiempo, la ciudad va procreando los ciudadanos que necesita para descomponerse o embellecerse, para sublimarse o envilecerse.
Hay paisajes en la ciudad que pueden marcar para siempre una vida o muchas vidas. Y cada paisaje urbano contiene otro paisaje y dentro de ese otro paisaje anidan los paisajes del alma, de la memoria, que se manifiestan en los sueños de los seres que viven, disfrutan y padecen en los recovecos de la urbe.
Lo que llaman poesía urbana es sencillamente poesía pero dedicada a interpretar el fenómeno de la ciudad y el sentir de sus habitantes que además de vivir la vida normal sueñan con otras vidas.
Voy a llamar poesía a lo que se dice con belleza, sabiduría, conciencia y misterio; a lo que se dice sin presión de intereses políticos o económicos; sin miedo a molestar o a ser rechazada; voy a llamar poesía al espíritu exigiendo verdad, al alma cantando por cantar, a la palabra orgullosa de sus orígenes y al lenguaje que nos ha convertido en seres pensantes. Voy a llamar poetas a quienes presten su existencia para que todo eso ocurra.
Pulido leyó nueve poemas de los cuales colocamos aquí una parte.
PERDIENDO LA CIUDAD
La impotencia es un sismo de la humillación
que resquebraja el orgullo de los orígenes
de que le arrancaron la prenda de oro del alma
y se quedó pasmado
de que se llevaron la esquina
de las cervezas bordadas con espuma
pusieron una cara de policía y otra de ladrón
y él divagaba con ojos de cárcel y boca de cartera vacía
el kiosco se levantó sin periódicos y la panadería sin pan
instalaron una cara de asesino en moto
y ni siquiera se atrevió a respirar el aire
que revoloteaba alrededor del casco
esa vergüenza de preguntarle a la computadora cómo estás
esa sentencia de muerte de beisbol
porque le anularon la cercanía
de familiares, amigos y estadios
y es que todos se quedaron tirados en el camino
destartalados en el destartalamiento
rompieron los bombillos del oscurecer
y la jarra de jugo de naranja del amanecer
Es algo de impotencia como si la sangre pujara
de sentir terror ante los asesinos de la realidad
los verdaderos, los que te salpican de saliva
Una impotencia de que ya no pueda
tener a pocos pasos la montaña sagrada
que pinta su arco iris con una marea de hierba
y los pájaros del siglo pasado cantan con los de este siglo
Lanza en carrera la desesperanza de su cuerpo
se enturbia en el desbalance del borde de los lados
resbalando en el miedo alcanza el autobús
se cuelga de la puerta las barrigas los sobacos las mochilas
¿quién está manejando?
¿quién es ese que no puede rezar mentalmente
y sobresale como bandera a medio izar
en la única puerta del infierno?
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ALLÁ VA MI SANGRE
Tengo que ponerme cómodo después de los balazos
allá va mi sangre con su porción de Guaicaipuro
dibujando caminos en el asfalto de la carretera
mi sangre de Etiopía y de Burundi
abrumada de hormigas que ya quieren saborear
lo que haya de Castilla en este anémico orgullo quijotesco
Se me han venido en avalancha los soldados de siempre
aquellos que cumplen ordenes de matar a los civiles
y también se me han encimado los que cargan su placer matarife
antes que dijera hola: ¿cómo está? ¿qué hay de la familia?
me mataron porque jalar un gatillo es mil veces más fácil que pelar mandarinas
Nunca han sembrado una caña de azúcar una mata de frijoles
unos tímidos tomates
han matado al indio que había en mí, al africano musical y embrujado
han abierto un hueco de este tamaño en mi pecho español
en todo lo revuelto de mis carnes algo bueno tenía
cuando soñaba era muy independiente y corajudo
alguna vez fui romántico y tuve gestos de bondad
y entonces llega este tan parecido a mí y jala su gatillo de mandarina negra
podíamos ser vecinos o amigos
hemos podido ser cuñados el uno con el otro
pero ni modo: esos tipos no saben sembrar más nada sino muerte
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LA VIEJA CASA
Bendito Dios.
El tiempo con sus mohos florecidos
tumbas de fuentes rotas bajo los pajonales
las miserias de los amores resquebrajados
ella y los patios macerados con sus pies de niña
los juegos ya tan lisos cara y sello
desgastada memoria ya tan lisa
abraza el frescor de zaguanes santificados
y huele a muñecas de trapo
pero ya no hay nada para su cuerpo arder.
Le gustaría atormentarse con las plumas blancas, verdes,
rojas amarillas
y que el gallo en perfecto abanico pretencioso
la mire y que la esté mirando
con sus ojos de infierno cuando salte
y se quede en el filo de una cerca. Y si canta que cante.
EN LOS MERCADOS DE LAS ANSIAS
Es como escuchar la confesión de una época
entrar al torrente de los mercados callejeros
que son el presente imitando la belleza y la riqueza
del pasado y del futuro
las nuevas esclavitudes asiáticas
soplando el cuerno de la abundancia occidental
madre: he ahí tu suéter.
Suéter: levántate y anda
estampidas de ancianas y de ancianos,
de mujeres maduras y de muchachas telefoneadas
que meten sus manos en los tarantines de las rebajas
delicadas garras pescando salmones
Hago alusión a la viejísima Europa donde los ciudadanos
están cansados de lo que tienen y desean perderlo
como una virginidad que se quedó olvidada
en el himen de un vino
Claro que no estoy hablando de mi país
allá solo puedes comprar conciencias
allá los ancianos deambulan con la esperanza
de que no los asesinen bruscamente en la soledad del apartamento
o en la colectividad del autobús
allá dicen que lo más seguro es la muerte
pero la inseguridad también acaba con la vida todos los santos días
¿y por qué son santos?
Porque te crucifican, porque te arrodillan
porque te hacen ayunar y vomitar lo ayunado
porque tienes que poner las dos mejillas
porque cualquiera te encarcela y tortura
porque cualquiera te secuestra y te despelleja
y hay que agradecer que no te maten
«gracias porque solo violaron a la nena»
!ah! los santos días son santos
porque los demonios bailan y se burlan encima de los muertos
y los días son santos sepulcros porque no protestan:
mueren y los sepultan, mueren y los entierran,
mueren y amanecen con los brazos abiertos
esperando a la soldadesca de los clavos