Los venezolanos enfrentan la desnutrición, la enfermedad y la inseguridad sin que nada indique el final de su particular purgatorio
“Si no te mata el chingo, lo hace el sin nariz”, reza un dicho popular venezolano. Traduce en que, a veces, no hay escapatoria de los males. Luisa Luzardo, una maestra jubilada de 67 años residente en Caracas, entona la frase casi a diario.
“Yo soy una vieja y vivo con mi pensión, que es poca y apenas alcanza para comer. Y vivo mal porque si no es la falta de comida, es la de medicinas o que todo se pone muy caro”, cuenta. La mujer cada día hace una fila para comprar algún alimento, especialmente pan pues “la harina de maíz para las arepas ya casi no se ve”.
La realidad de Luzardo no es particular. En Venezuela el desabastecimiento de alimentos supera el 60 por ciento en promedio y puede llegar al 80 por ciento en determinados rubros. Los productos regulados por el gobierno se venden a precios controlados pero con restricciones, en puntos específicos y tras hacer largas colas. En el mercado negro aparecen con mayor facilidad pero por cuatro veces el precio.
Según la Confederación de Asociaciones de Productores Agropecuarios, la demanda interna de productos como maíz blanco y amarillo, arroz, café y azúcar debe ser atendida en casi 70 por ciento con importaciones, cuando hasta hace algunos años el aporte nacional superaba el 65 por ciento del consumo.
Pero la baja en los ingresos petroleros y la poca disponibilidad de dólares del Estado han hecho que las importaciones se hayan reducido 85 por ciento en los últimos tres años, de acuerdo con informaciones extraoficiales.
Por eso hablar de desnutrición se hace cada vez más cotidiano, especialmente en poblaciones vulnerables. Incluso el presidente Nicolás Maduro lo escuchó el 16 de marzo de boca de Yohandry Smith, madre de 25 años, quien tuvo la oportunidad de decirle al mandatario, en transmisión televisada, que sus cuatro hijos tienen problemas por desnutrición. Sucedió durante una visita de Maduro al refugio donde Smith sobrevive hace cuatro años.
El mal pone en riesgo a 15 por ciento de la población infantil venezolana, según datos manejados por Cáritas de Venezuela. Según el diputado opositor Carlos Paparoni, en lo que va de 2017 ya se han contabilizado 27 niños que han muerto de hambre. Por eso, la Asamblea Nacional declaró el 14 de marzo al país en crisis humanitaria por hambre.
El estómago de Cruz Salcedo cruje. Tiene 10 años y su dieta se ha reducido a yuca, caldos y algunos vegetales. “Cuando puedo y consigo le doy algo de pollo”, dice su madre Claudia, quien se dedica a limpiar hogares “aunque también el trabajo ha bajado porque cada vez menos gente tiene con qué pagar. Yo trabajaba en casas toda la semana, ahora donde iba dos veces me piden que vaya una sola para ahorrar ellos también”.
El niño dejó de asistir a la escuela. Está débil y distraído, y pasa algunos días junto a su madre pidiendo colaboración en las calles para comer. “Yo tengo más de 90 alumnos bajo mi dirección y a veces falta la mitad de ellos”, cuenta la directora de una escuela en Los Teques, que pide reservar su identidad.
Canas con hambre
Los ancianos, la otra comunidad más vulnerable, no escapan. Rosa Blanco tiene 78 años y ha visto cómo se cuerpo se deteriora por la edad y por la obligada ‘dieta de Maduro’. Asegura que ha perdido más de diez kilos. Su caso aparece en las estadísticas de la asociación civil Convite, que evaluó durante cinco meses a 300 ancianos del estado Miranda y determinó que un 74 por ciento de ellos pierde 1,3 kilogramos cada mes debido a una alimentación deficiente.
La Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) elaborada por tres principales universidades –Católica Andrés Bello, Central de Venezuela y Simón Bolívar– halló que en 2016 un 32,5 por ciento de los venezolanos (9,6 millones) comieron dos o menos veces al día, mientras que en 2015 esa cifra ‘solo’ alcanzó 11,3 por ciento. Aumentó más del doble.
Entretanto, el gobierno habla de “guerra económica” –que ya se extiende por dos años– y pone el acento en problemas de distribución y supuestas mafias de contrabando. El ministro de Producción Agrícola y Tierras, Wilmar Castro Soteldo, declaró el 31 de enero que el problema principal no es la falta de producción.
Pero los sectores empresariales refutan la tesis y aseguran que la falta de materia prima y de insumos aguas arriba han secado el caño, producto del control de cambio vigente en el país hace 14 años. La Cámara Venezolana de la Industria de Alimentos ha culpado de la caída en la producción, la mayor de la historia, a la falta de liquidez. Empresas Polar, la más grande productora de alimentos en Venezuela, contabilizó 33 suspensiones de sus líneas de producción entre 2015 y 2016, por ejemplo.
A ello habría que sumar los efectos del control de precios que obliga a vender por debajo de los costos y el fracaso de las empresas estatales –incluidas diez centrales azucareras de las cuales solo tres están operativas.
Enfermarse sale caro
Pero no tener qué comer no es el único problema. El “sin nariz” está en los hospitales, donde la crisis de salud desinfla hasta las almas más esperanzadas en recuperarse.
Maduro ha insistido en que Venezuela cuenta con uno de los mejores sistemas de salud del mundo, quizá solo superado por el cubano. Pero enfermarse puede ser toda una condena. Es el caso de Eugenio Ramírez, quien ingresó al Hospital General del Oeste Doctor José Gregorio Hernández de Caracas para ser operado de la vesícula. A pesar de que la salud es ‘gratuita’, por ley, el paciente ha tenido que pagar de su bolsillo los exámenes de sangre, placas y medicamentos pues el centro no los puede proveer.
Su esposa trata de llevarle comida a diario para su convalecencia, que se ha alargado porque le han surgido escaras que no han sido debidamente tratadas porque ni la institución ni los familiares han encontrado las medicinas. “El hospital no garantiza nada. Los médicos están pendientes de uno pero sé que ellos están sobrepasados”, dice Ramírez.
Uno de los residentes del lugar pide ocultar su nombre pero confirma que no cuentan con suficiente personal, pues las condiciones de trabajo son “casi inhumanas” y los salarios “muy pobres”.
La red de Médicos por la Salud, que incluye a galenos del sector público, realiza una Encuesta Nacional de Hospitales cada mes con sus colegas sobre el estado de los hospitales. En febrero, se registró que 97% de los centros presentan fallas de laboratorio, mientras que la escasez de medicamentos se ubica en 78 por ciento. Según la Federación Farmacéutica de Venezuela, el desabastecimiento de remedios supera el 85 por ciento en las droguerías de todo el país.
Danny Golindano, coordinador de la red Médicos por la Salud, explicó que todos los hospitales del país presentan fallas intermitentes y otras persistentes. “Cuando hablamos de fallas intermitentes son por ejemplo, que un laboratorio un día tenga reactivos y al siguiente no, que un día funcionen todos los quirófanos y luego algunos salen de operatividad”.
Durante febrero, el hospital El Algodonal de la capital, por ejemplo, dejó de realizar cirugías pues durante dos semanas no tuvo agua. En el Hospital Central de Maracay, que registra la mayor mortalidad infantil del país, las incubadoras han generado infecciones por falta de esterilización al no contar con las sustancias de limpieza adecuadas.
Pero el Estado no admite tal precariedad. El Ministerio de Salud dejó de publicar el Boletín Epidemiológico en noviembre de 2014, y la Memoria y Cuenta 2016 no se ha hecho pública, por lo que se desconocen cifras oficiales en materia sanitaria y solo queda fiarse de registros extraoficiales. Es cierto. Los venezolanos están “entre el chingo y el sin nariz”.
Publicado en www.Semana.com