JOSÉ PULIDO –
Da la impresión de que en el pasado las personas se enamoraban apenas comenzaban a caminar. Y eran tan intensos esos amores que algunos se convirtieron en obras de arte o en leyenda.
Ahí tienen a Dante, quien a los nueve años conoció a una niña de su misma edad. La llamó Beatriz. Desde ese momento se enamoró de ella hasta el final de sus días. Pero el Dante jamás habló con Beatriz.
En Verona, el muchacho Romeo miró por primera vez a la adolescente Julieta y exclamó: “¡Ah, cómo enseña a brillar a las antorchas!”. Ellos hablaron y se amaron brevemente. Shakespeare sacó a relucir la magia de sus palabras y los convirtió en símbolo amoroso.
En Verona también nació Emilio Salgari, quien confesó en sus memorias haberse enamorado de una niña a quien nunca pudo decirle ni un piropo. Pero al final de sus días la recordó:
“Si a la edad de doce años no me hubiese enamorado de una seductora inglesita, acaso no habría escrito la vida del más encarnizado enemigo de Inglaterra: Sandokán… Y no habría escrito la historia de los piratas de Malasia”
UN DESTINO
Tal vez hoy no sería tan famoso si hubiera usado en los libros su nombre completo: Emilio Carlo Giuseppe María Salgari Gradara.
Hoy en día lo recuerdan como Salgari, a secas, aunque en el pasado se molestaba mucho porque todos sus paisanos lo llamaban Sálgari. Así, con acento en la primera A. Resultaba casi imposible que pronunciaran bien su apellido.
Emilio Salgari nació en Verona el 21 de agosto de 1862. Su padre era Luigi Salgari y su madre Luigia Gradara. Dicen que era de baja estatura.
Su gran talento para la escritura no le interesó a los críticos de la época y tampoco a él, quien desde el principio escribía para vivir las vidas de sus personajes y luego porque se vio forzado a mantener a una familia numerosa y dos vicios que le fue imponiendo el oficio: fumar y beber.
Muchos escritores nacidos en el siglo veinte han coincidido en señalar que sus primeras lecturas en la infancia o la adolescencia fueron novelas de Emilio Salgari. Inclusive, Fernando Savater, iniciando el prólogo que escribió para las memorias de Salgari, escribió:
“Siempre he sentido gran admiración por quienes proclaman que su afición a la lectura se despertó a los siete años, cuando una tía les regaló el día de su santo La montaña mágica. Confieso que mi vocación tiene orígenes más modestos: me convirtieron en lector los relatos de aventuras y muy especialmente las novelas de Emilio Salgari…”
Gabriel García Márquez, Salvador Garmendia, Jorge Semprún, Gustavo Martín Garzo y tantos otros autores, han confesado que sus primeras emociones como lectores las experimentaron en la infancia leyendo las novelas de aventuras que escribía Emilio Salgari.
El Gabo leyó Las mil y una noches y luego a Emilio Salgari a los ocho años de edad. Juan Rulfo leyó las aventuras de Emilio Salgari, entre otros autores, cuando tuvo en su casa la biblioteca de un sacerdote que escondió allí sus libros. Eso ocurrió durante la cristiada. “Era un cura muy raro porque no tenía casi libros religiosos”, declaró Rulfo en una ocasión.
SU PRIMERA INFLUENCIA
A todas estas, sería lógico preguntar ¿y qué libros conmovieron al niño Emilio Salgari? Él ya ha respondido en sus memorias esa interrogante:
“Mi madre descendía de una familia de bravísimos marinos dálmatas, que habían combatido por una noble causa en Dinamarca. Mi madre decía también que en mis facciones reconocía las de un heroico antepasado, que había realizado verdaderos milagros de valor. Y acaso la buena señora, inconscientemente, pensase que yo sería la reencarnación del aventurero marino dálmata, y en las largas noches de invierno me hablaba de las grandes hazañas de mi abuelo, de sus viajes, de su entusiasmo por la liberación de los oprimidos; y entre tanto me miraba con afligida ternura. En medio de la sencillez de sus narraciones, ella poseía el arte de hacer brillar la nota de valor y de audacia”.
Su madre constituyó la primera influencia literaria que impresionó a Salgari. Ella era una narradora oral con gran poder descriptivo:
“Mi imaginación quedaba fuertemente impresionada por aquellos cuentos ingenuos y pintorescos; como lanzado por invisible mano sobre el vasto mundo, yo atravesaba montes y océanos, descubría nuevas tierras, tomaba parte en los más portentosos sucesos, en las más lejanas comarcas… Me abstraía de toda realidad cotidiana, no existían las paredes de nuestra casa…”
El mar era una pasión incontrolable para él. Hizo en Verona sus estudios elementales pero luego se inscribió en el Instituto Técnico Náutico Paolo Sarpi de Venecia, en 1878, con la intención de graduarse como capitán de cabotaje. Estuvo tres años en esa institución pero abandonó los estudios. De todas maneras Salgari se sentía capitán. “Soy el capitán Salgari”, decía al presentarse.
En una ocasión, el periodista Giuseppe Biasoli comentó “Sálgari no es ningún capitán de barco”, una doble afrenta: llamarlo embustero y con acento en la A. Salgari lo retó a duelo y se enfrentaron con espadas en 1885. Salgari había practicado esgrima durante mucho tiempo. Evidentemente, ninguno de los dos falleció en aquel lance.
Al parecer, el único viaje por mar que hizo Emilio Salgari fue en el año 1880, en el barco Italia Una, de Venecia a Brindisi, por el mar Adriático.
Salgari, por cierto, dijo en sus memorias:
“El mar ejercía sobre mi espíritu una verdadera fascinación. No imaginaba la posibilidad de otra vida que la del hombre que se confía a las ondas del océano, para ser llevado por el destino y por el huracán hacia inauditas empresas en tierras desconocidas, donde todos los instintos ancestrales pueden encontrar su desahogo, donde se goza la embriaguez de la lucha contra los indómitos elementos de la naturaleza y donde la voluntad y el arrojo son las únicas virtudes necesarias.”
LOS PRIMEROS TRABAJOS
En 1883 Emilio Salgari comenzó a escribir en el periódico La Nuova Arena, de Verona. En 1887 murió su madre y en 1889 se suicidó su padre. En su trabajo como cronista conoció a la actriz Ida Peruzzi con quien se casó en 1892 y comenzó a publicar sus libros en la editorial Treves, la más importante de Milán. En esa etapa nació su hija Fátima.
Entonces decidió mudarse a Turín donde escribía para dos publicaciones. Allí nació su hijo Nadir en 1894 y debido a sus éxitos literarios la reina Margarita Teresa de Saboya lo felicitó y posteriormente, el 3 de marzo de 1897, lo nombró caballero. Ella protegía la actividad cultural. El pueblo italiano la admiraba. Su nombre completo era Margherita María Teresa Giovanna di Savoia. Era tan popularmente querida que la pizza Margarita fue llamada así para homenajearla y recordarla.
A finales de 1897 se fue a Génova, donde nació su segundo hijo varón, Romero, y se hizo gran amigo de uno de sus mejores y principales ilustradores: el talentoso genovés Giuseppe Gamba.
Vivió en lo que ahora es Sanpierdarena o Sampierdarena y antes se llamaba San Pier d’Arena. Ahí estuvo viviendo con su familia hasta 1899, en el número 49 de Vía Vittorio Emanuele.
Había dejado Turín porque su editor de Génova, el judío berlinés Antonio Donath, quería tenerlo cerca y acaparado. Donath le pagaba más que los otros editores.
El cronista y escritor Fabrizio Calzia dijo que Salgari jamás pisó la mayoría de los lugares lejanos y exóticos que mencionó en sus novelas, pero su existencia fue una aventura difícil y terrible aunque apenas se movió entre Verona, Turín y Génova.
En 1898 la gente comenzó a ver a un distinguido caballero que paseaba por el puerto. Era un hombre de 36 años de edad, muy elegante, de mediana estatura, quien se acercaba a los marineros y los invitaba a beber para que le contaran sobre sus viajes. Lo llamaban comandante o profesor. Los marineros aceptaban hablar con él porque sus hijos decían “Él es Emilio Salgari, todo lo que le cuentes aparecerá en sus libros”
Así conoció las leyendas y narraciones orales que abundaban sobre Giuseppe Bavastro, un navegante genovés que luchaba a favor de la Francia napoleónica. Dicen que Salgari lo convirtió en el Corsario Negro.
CADA VEZ MÁS DIFÍCIL
Salgari era muy famoso pero el dinero lo ganaban sus editores. Su esposa comenzó a enfermarse y la situación se le hizo cada vez más difícil. Los gastos médicos que exigía la enfermedad de su esposa Ida Peruzzi eran insostenibles. Ella enloquecía paulatinamente. Se había cambiado el nombre de Ida por Aída. Aun soñaba con el teatro.
Para colmo de males, una tormenta marina derribó parte de la casa de Sanpierdarena y se llevó su colección de enciclopedias y de otros libros que eran en realidad los territorios que recorría para escribir sus aventuras.
Los cronistas italianos comentan que Salgari se fumaba cien cigarrillos al día y bebía marsala, un vino seco y fuerte. Entre escribir y liar cigarrillos se le pasaban las horas. Pagar el vino y el tabaco era un gasto que le causaba más angustia de la que ya tenía. Tratando de mejorar su situación económica regresó a Verona y firmó compromisos con la editorial Bemporad con la cual publicó 19 novelas entre 1907 y 1911.
Sus hijos Fátima y Nadir habían muerto prematuramente, a causa de enfermedades. Su padre se había suicidado y ya en Turín tuvo que ingresar a su esposa en un manicomio porque carecía de recursos económicos para pagarle atención médica en la casa. Posteriormente, sus hijos varones Omar y Romero también se suicidarían.
Para poder obtener un dinero extra y escaparse un poco de la voracidad de sus editores, publicó varios libros con seudónimos: E. Bertolini, Capitán Guido Altieri, Romero S. y Guido Landucci.
Cerca de un final que intuía, decidió escribir sus memorias para explicar su vida, su pasión por la escritura y el mar y también para dejar constancia del terrible drama de un autor que vendía miles de ejemplares de sus novelas y sin embargo solo ganaban dinero sus editores. Y la crítica no lo consideraba un escritor notable.
En Verona, su ciudad natal, algunos se burlaban y lo llamaban “El tigre de la magnesia” haciendo alusión a Sandokan, el tigre de la Malasia.
Una mañana amaneció con la idea de que se iba a quedar ciego y decidió suicidarse. Se lanzó sobre la punta de una espada pero fracasó. Luego, cuando no podía abandonar el cigarrillo y el vino y mucho menos dejar de escribir a juro para sobrevivir, se internó en el bosque de Turín y se abrió el vientre, la garganta y una de las muñecas. Escenificó una especie de harakiri usando su navaja de afeitar. El 25 de abril de 1911 encontraron su cadáver, tal como lo había escrito en una carta. Murió a los 49 años de edad.
Su hijo Omar declaró que había dejado trece cartas relacionadas con su decisión de quitarse la vida. En una carta dirigida a sus editores les dijo:
«A ustedes que se han enriquecido arrancándome la piel a tiras, manteniéndome a mí y a mi familia en una continuada miseria o algo peor, en compensación de las ganancias que le he proporcionado sólo les pido que paguen los gastos de mi entierro».
Escribió ochenta y dos novelas que han sido leídas con placer y devoción en el mundo entero. Su imaginación, tan fértil como la de Julio Verne, fue usada como si se tratara de un trabajo de obrero, como la línea de producción de una fábrica.
Posteriormente se llegó a comentar en la prensa italiana, que un editor había hecho un seguro de vida a Emilio Salgari en favor de la editorial. El editor cobró 50 mil liras. Lo que apenas se podía ganar Salgari escribiendo durante diez años.
El sepelio de Emilio Salgari fue acompañado nada menos que por veinte mil personas. Todos esos dolientes pronunciaron bien y con mucho fervor el apellido Salgari.
Él escribió las aventuras de Sandokan, el tigre de la Malasia, el jefe de los piratas que poblaban la isla de Mompracem. Él creó al impetuoso Corsario Negro y regaló emociones a la gente que nada tenía. Escribía porque deseaba vivir la vida de sus personajes y eso fue lo que transmitió a los lectores. Cada lector, alguna vez, subió a un barco y se lanzó al abordaje de otra embarcación.
Se ha dicho que Salgari convirtió al primer rajá blanco, el inglés James Brooke, en el villano de las historias de Sandokán. Y al parecer, Josep Conrad también se inspiró en James Brooke para escribir su extraordinaria novela Lord Jim.
James Brooke, el Rajá de Sarawack en Borneo, fue el exterminador verdadero de los piratas de la Malasia. En él se inspiró Emilio Salgari para odiar a Inglaterra. James Brooke borró del mapa a los piratas que se hacían fuertes en la isla de Mompracem. Es decir, acabó con los piratas que pululaban generando emociones en las novelas de Emilio Salgari.
Este James Brooke nombró sucesor a su sobrino Charles. Y lo curioso del asunto es que Margherita, lady Brooke, la esposa del Rajá Charles, estaba viviendo con sus hijos Harry, Charles y Bertram, en Bogliasco, el mismo año en que Salgari residía en Sanpierdarena. Eran vecinos y jamás lo supieron.
José Pulido, poeta y periodista venezolano. Escribe desde Génova, ciudad de Italia.