VÍCTOR SUÁREZ –
Guardo en una covacha antibombas y antivirus (allí me esperan todos los tesoros que dejé en Caracas), los discos de vinil del Conjunto Folklórico y Experimental Nuevayorquino y del conjunto Libre, grabados entre 1975 y 1981. Guardo en memoria trashumante a todos sus integrantes, de a uno y en comandita, sobre todo al monina Andy González, en el bajo.
Andy falleció el 9 de abril en Nueva York, a los 69 años de edad.
Lo veías en escena y extrañaba su manera de querer, su manera de mirar. Su hermano Jerry era mucho más expresivo, con sombrero y espejuelos oscuros hasta el final de sus días en Madrid. Le vi en Nueva York, y no parecía líder. También en el Poliedro de Caracas, y tampoco. Mientras tocaba, Andy González no miraba su instrumento. Ni a su mano izquierda que trasteaba arriba, ni a la derecha que hacía resonar las tripas del gato. Husmeaba en derredor. Al conguero, para responderle. Al trombonista, para indicarle que le quedan dos. Al micro, para hacer el coro. Al timbalero le impulsaba: con una, Manny, con una.
En la soberbia interpretación del sonero Virgilio Martí en Se me olvidó que te olvidé, el bajo de Andy González entra como vértigo sostenido, un temblor de tierra que se te va acercando, que te persigue y no quieres que termine de llegar aunque ya te haya alcanzado.
“Ajá, y con ustedes, Andy González, con un mensaje musical…”. En la inmensa grabación de Imágenes latinas, luego del solo de trombón de Barry Rogers, lo vuelve a hacer: se dispara durante minuto y medio con su bajo checo centenario.
El personaje Johnny Carter (alusivo al atormentado saxofonista Charlie Parker), en el superlativo cuento El perseguidor de Julio Cortazar, es un tipo que no comprende cómo funciona el tiempo real. Lo percibe solo cuando toca, cuando improvisa, cuando se hunde en la música que ejecuta. Andy González, al contrario, se empeña en que sus colegas comprendan el tiempo musical, por cuanto ya ha comprendido el suyo. En un duelo con el conguero Cándido Camero (Conga Jam, 2004), Andy le mira fijamente, le encomia con sus gestos, le anima a seguir y le provoca; entonces le espera, puesto que ya sabe cuáles van a ser las respuestas del tumbador. En una sesión del conjunto Libre (Village Gate, octubre de 1989) en la que el invitado especial era el contrabajista Israel López, Cachao, tocan Chanchullo (una pieza que dicen Tito Puente transformó en Oye como va sin pedirle permiso al autor), Andy González hace de “segunda voz” con el bajo, y durante los 19 minutos del solo mira a los ojos y al arco de Cachao como si estuviera succionándole toda la riqueza de acentos, inflexiones y matices al maestro cubano.
Hace unos 35 o 40 años, un presidente de la C.A. Editora El Nacional (José Carta) comenzaba sus discursos con un tal “principio de la completitud”, enunciado a inicios del siglo XX por el filósofo austríaco Kurt Gödel: toda fórmula, que es válida en un sentido lógico, es demostrable. La sonoridad, el encuadre, la dotación, la plétora de La Perfecta de Eddie Palmieri, constituían una fórmula válida, lógica y demostrable para los creadores del Folklórico y Experimental Nuevayorquino y del conjunto Libre.
En El libro de la salsa (1978), el estimado amigo César Miguel Rondón señala que “además de (su) semejanza en la sonoridad, el Libre se encargó de reproducir una de las características básicas que hicieron de La Perfecta la primera influencia determinante en el mundo de la salsa: el trabajo de un ritmo pesado rematado siempre por un montuno feroz”. Lo cual no es dable confundir con plagio.
Pero el desarrollo de ese concepto en unidad no le trajo nunca buenos dividendos comerciales, aunque sí trascendentes. “Siempre hemos sido los rebeldes de la industria. Eso nos ha significado un tremendo sacrificio”, decía, sin amarguras.
Había pasado casi 50 años sin poder grabar un disco en plan de actor principal. Tanto en el GFyEdeNY como en Libre había compartido créditos con el timbalero Manny Oquendo. En Fort Apache Band, la agrupación con la que se dio a conocer en el underground del jazz, compartió con su hermano Jerry, ahora en la trompeta, la dirección.
A los 16 años de edad actuó en un primer disco (1967, En la cima, Monguito Santamaría). Centenares de participaciones después, en 2016 grabó por primera vez como solista, Entre colegas. La música suya, con sus propias cuerdas y la guitarra clásica, el cuatro puertorriqueño, la guitarra eléctrica y el tres cubano.
Para ese momento Andy González ya estaba minado por una grave dolencia renal, que le obligaba a dializarse constantemente. Estaba perdiendo la movilidad en las extremidades, pero nunca la mirada íntegra, la manera de querer sus propias raíces.
Víctor Suárez, periodista venezolano, residente en Madrid, España