En 2016, se duplicó la cantidad de migrantes venezolanos que llegaron a Argentina, país que ahora figura entre sus diez primeros destinos.
El principal es Estados Unidos. Siguen España, Portugal e Italia, a los que suelen mudarse los hijos de emigrantes de estos países europeos que llegaron a Venezuela a mitad del siglo pasado. De allí en adelante, Argentina aparece en el noveno lugar preferido, junto a países como Colombia, Canadá, Francia, México y Panamá, según datos del “Observatorio de la diáspora venezolana”, coordinado por el sociólogo Tomás Páez.
En un reportaje del diario La Nación, de Buenos Aires, se señala que un promedio de 30 venezolanos por día se radicaron en Argentina en 2016. Fueron, en total, 11.298 los inmigrantes provenientes de Venezuela. Ese pico de migrantes hizo duplicar en apenas un año el tamaño de la comunidad venezolana en el país: pasó de 13.049 registrados hasta 2015 a 24.347 al cierre del año pasado, según el reporte histórico sobre residencias temporarias de la Dirección Nacional de Migraciones (DNM). Argentina comienza a figurar así en la lista de los principales destinos escogidos por los venezolanos para escapar de la crisis económica y social que enfrenta el país caribeño.
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Aunque sigue siendo menor que otras comunidades de extranjeros -los paraguayos, bolivianos, chilenos y peruanos se cuentan por cientos de miles-, el grupo de venezolanos no ha parado de crecer desde 2009. La DNM reportó en 2015 que fue, incluso, el que más creció porcentualmente: 120%. El pico del año pasado fue todavía mayor: creció un 140% en comparación con 2015. ¿Pero por qué mudarse a la Argentina?
RAZONES PARA ELEGIR
El punto clave, explican a La Nación varios inmigrantes venezolanos, se relaciona con la facilidad para lograr residenciarse. Según establecen las normas del Mercado Común del Sur (Mercosur), el venezolano puede tramitar su residencia en la Argentina en menos de un mes. Este acuerdo le autoriza a vivir en el país por al menos dos años y le permite trabajar legalmente. Aunque Venezuela fue suspendida el año pasado del bloque regional, estos beneficios migratorios no se vieron afectados.
El diario bonaerense buscó testimonios de venezolanos en Argentina.
Alberto Castillo, que viajó en mayo del año pasado, al mes de llegar ya estaba trabajando legalmente en un restaurante y preparando el papeleo para comenzar a estudiar un postgrado en la Universidad de Buenos Aires. «Que puedas comenzar a trabajar legalmente en un país que no es el tuyo al mes de haber llegado, es algo que no sucede en todos lados. Y si tienes trabajo, comenzar desde cero es posible», dice Castillo.
Carolina Buitrago, una comunicadora de 27 años, también caraqueña, repite la explicación de Castillo pero agrega otro punto importante. El estricto control cambiario que rige en Venezuela impide que el ciudadano común envíe dinero a sus familiares en el exterior. El gobierno venezolano solo autoriza la compra de un cupo limitado de divisas para quien salga del país con la excusa de un viaje turístico. Es un cupo que varía dependiendo de cada país. Hasta 2015, el monto autorizado para los que viajaban a Argentina era de 1.500 dólares. Nás de doble si se compara con Colombia, Panamá o Estados Unidos, destinos a los que sólo se le autoriza un máximo de 700 dólares. «Este dinero es lo único con lo que cuentas cuando te vas. Intentas rendirlo al máximo hasta que consigues trabajo», explica Buitrago. «Y mejor 1.500 dólares que 700 si vas a comenzar toda tu vida de nuevo», agrega.
Pero cada vez son menos los que pueden comprar divisas para emigrar. También cada vez menos aerolíneas vuelan desde Venezuela y un pasaje puede llegar a costar hasta 10 salarios mínimos (unos 572 dólares a tasa oficial). Sin embargo, nada frena la ola migratoria. «Tenía que buscar una manera de salir de Venezuela como fuera», cuenta David Torres, quien hizo un viaje de seis días hasta Argentina.
Torres primero cruzó por tierra toda Venezuela para llegar hasta Manaos, Brasil. Esta primera fase del viaje duró dos días. En Manaos tomó un vuelo hasta San Pablo. Y ya en San Pablo, luego de esperar otro día más, fue que pudo tomar el avión definitivo hasta Buenos Aires. Ya tiene un año en Argentina. Insiste: «Había que salir como fuera».
Reportaje completo en La Nación