FABIOLA ZERPA Y ANDREW ROSATI – BLOOMBERG.COM –
En Caracas, la brecha entre los ricos y los pobres es cada vez más pequeña.
Durante la mayor parte del experimento socialista que lleva dos décadas de Venezuela, el este de la ciudad ha sido el epicentro del sentimiento antigubernamental. En la actualidad han estallado decenas de protestas en los barrios del oeste, los más pobres que otrora eran los bastiones ideológicos de Nicolás Maduro.
Los habitantes de sectores como La Candelaria, a pocas cuadras del Palacio Presidencial de Miraflores, levantan barricadas y gritan consignas contra el gobierno de Maduro, golpeando ollas y sartenes dentro de sus hogares. Están exigiendo un cambio de gobierno por la mala gestión del Ejecutivo y la propuesta del Presidente para reescribir la constitución.
“Todo el mundo protesta, sin diferencias, porque el hambre del estómago y el hambre de democracia se han unido”, dijo Carlos Julio Rojas, un activista de La Candelaria que ha sido amenazado por grupos paramilitares afectos al gobierno llamados colectivos. También aseguró que a las protestas de la oposición se han unido disidentes del gobierno, empleados públicos, amas de casa y desempleados.
Video de Bloomberg.com (Inglés)
La propagación de disturbios en la capital de la nación plantea una amenaza nueva y creciente a un régimen asediado. Los manifestantes antigubernamentales se han volcado a las calles de Caracas y de otras grandes ciudades durante tres meses denunciando a Maduro por destruir la economía y establecer lo que ellos llaman una dictadura. Al menos 85 personas han muerto en enfrentamientos casi diarios entre manifestantes y fuerzas de seguridad.
La última vez que los venezolanos salieron a protestar masivamente para exigir la destitución de Maduro fue en 2014, pero en aquella oportunidad el gobierno logró sobrevivir al tumulto. Ésta vez, la oposición ha obtenido un apoyo internacional significativo y dentro de la nación las divisiones dentro del partido oficialista y la agitación en los estratos más bajos de la población muestran que Maduro podría estar perdiendo elementos clave de la base ideológica que ha sostenido al socialismo frente al detrimento de la calidad de vida.
En medio de las protestas, el gobierno ha desplegado a sus colectivos para vigilar los movimientos de los líderes de la oposición. En otros casos allanan ilegalmente edificios, hostigando, amedrentando y amenazando a los habitantes para que desistan de protestar. La ira y la indignación ante las arbitrariedades y los abusos de poder, han superado al miedo y han convencido hasta a los más escépticos de salir a las calles.
Jean Carlos Gómez, un vendedor de mangos de 35 años en la vecindad obrera de La Vega, dijo que su casa ha estado sin gas durante siete meses y que su familia ha recurrido a la leña para cocinar.
“Aquí no hay banderas ni marchas”, dijo. “La gente protesta cuando no hay otras opciones. Es una locura.”
Las últimas protestas nocturnas que han tenido lugar en las últimas semanas han sido en el lado oeste y el centro de la ciudad, incluyendo La Vega, San Martín, Mamera, Caricuao y La Candelaria.
“Es una cólera ciega y hay que buscar la forma de canalizarla”, dijo Alejandro Velasco, un profesor de estudios latinoamericanos en la Universidad de Nueva York, que ha escrito sobre la situación de Venezuela. “El gobierno se ha jugado su última mano”.
Además de la espiral económica, los servicios son inestables en Caracas, particularmente en los barrios que rodean a la capital. Las tuberías de agua se secan durante días, la basura se descompone antes de ser recogida y las luces de las calles se apagan debido a una red eléctrica envejecida. Pero el punto de inflamación ha sido el fracaso del programa de distribución de alimentos del gobierno. Las entregas son esporádicas y los informes de corrupción son desenfrenados.
“Nos llega de sorpresa”, dijo Misleidy González, una madre de 21 años de dos hijos que limpia casas para vivir. Niños descalzos jugaban en el piso de cemento del rancho donde vive con su hermana y sobrina en las colinas de Mamera.
Hace años, el barrio contaba con abastos de alimentos del gobierno repletos de productos básicos subsidiados.
“Antes tenías que esperar horas, pero encontrabas algo”, dijo González. “El año pasado, incluso esperé en cola estando embarazada. Ahora no hay nada”.