OMAR PINEDA
Es evidente que algunos de quienes han llevado a la cárcel a Luiz Inacio Lula da Silva no están en condiciones de lanzar la primera piedra en materia de honestidad. En Brasil nadie duda que el presidente Temer siga enredado en casos de tráfico de influencias y oscuros negocios que no ha sabido aclarar.
Ahora, esto no significa que Lula de Silva sea el hombre probo que nos vende el izquierdismo europeo, incapaz de figurar en la lista de los Chávez, los Correa, los Evo Morales o los Kirchner, esos embaucadores que hicieron de la presidencia el gran negocio de sus vidas. Al menos, de toda esa pandilla de “justicieros” y “revolucionarios”, Lula podría ser reconocido como el único que sacó a millones de personas de la pobreza y que su plan Hambre Cero ha sido quizás el mejor programa de asistencia social que ha tenido Brasil. Pero este éxito no lo salva ahora de su implicación en la maldita corrupción que ha hecho que la región haya perdido una década de estabilidad económica y de progreso.
Pienso esto en voz alta porque he leído en alguna prensa europea cierta indulgencia hacia el mismo Lula que durante años se hermanó con el destructor Hugo Chávez y hasta viajó a Caracas para apoyar sus tantas candidaturas, no se sabe a cuenta de qué. Por suerte percibo en la valentía con la que Lenin Moreno está revisando hoy la oscura gestión de Correa, un intento de retorno a la normalidad democrática que con estos miserables personajes se perdió y produjo agravó la descomposición moral en nuestros países. Perdónenme señores izquierdistas europeos pero Lula da Silva dejó de ser ya una referencia de honestidad. Él mismo lo decidió y sus adversarios hicieron su trabajo. Para muchos venezolanos en cambio ha sido suficiente recordar los “abrazos de hermano” que se daba con el corrupto mayor de la revolución bolivariana, tal y como todavía sigo sin entender los silencios y condescendencias del “bueno” de Pepe Mujica hacia el dictador Nicolás Maduro.