JOSÉ PULIDO –
Cada palabra es una memoria. No solo contiene lo que significa, lo que nombra. También refleja su origen, el tiempo en que surgió como lenguaje. Con lo que una sola palabra atesora en sus misteriosas entrañas, se puede generar una biblioteca. Cada palabra es mnemotecnia, es como un chip.
Pongamos como ejemplo la palabra “agua”. Apenas se menciona, surgen el río, la piscina, el pez, el vaso, el mar, el barco, Caronte, la ducha, Heráclito, la lluvia y hasta resuena la palabra “Sahara” porque todo desierto es una frustrada relación con el agua. Es interminable todo lo que se desprende de la palabra “agua”. Coloquen ahora al lado de “agua” cualquier otro término y tendrán una reacción que podría convertirse en poesía, en música o en una mala noticia.
Sintetizo lo que don Ramón del Valle Inclán escribió: “Son las palabras espejos mágicos donde se evocan todas las imágenes del mundo. Matrices cristalinas, en ellas se aprisiona el recuerdo de lo que otros vieron y nosotros ya no podemos ver, por nuestra limitación mortal… Toda palabra encierra un oculto poder cabalístico… El pensamiento toma su forma en las palabras como el agua en la vasija” .
Imaginen ahora lo que ocurre cuando el poeta escribe un poema, elabora una estructura punzante y bella levantada con palabras; una torre sonora destinada a permanecer en el tiempo como un objeto indestructible. Hablo de un objeto capaz de penetrar en la mente y en los sentimientos. Algo que desata un proceso y cambia la interioridad del ser humano. Y después de realizar tal prodigio, el poema surge con más fuerza porque seguirá siendo nombrado, sentido y meditado.
Esta introducción la he planteado para hablar de un poeta genovés, de un poeta italiano que escribe y canta su poesía rescatando las palabras del uso torpe, del uso indolente, del uso anestesiado.
LOS POETAS ITALIANOS
En octubre del año pasado, en uno de esos días en que trataba de acostumbrarme a los vientos fríos de la Liguria, comencé a buscar poetas italianos de este tiempo, a los trovadores del presente.
Quería saber de sus existencias, ponerme al día con lo que están escribiendo y proponiendo. Mi fascinación por la poesía italiana es como la de todos: le hace una visita reposada a Virgilio y al Dante Alighieri, pasando por Ariosto, Petrarca y Bocaccio. Luego toca las puertas de Leopardi, D’ Annunzio, Ungaretti, Montale, Salvatore Quasimodo, Pier Paolo Pasolini, Mario Luzi, Pavese, Alda Merini, Dacia Maraini, María Luisa Spaziani y culmina su andanza en el terreno de esa maravilla intrínsecamente poética que ha sido el neorrealismo italiano en el cine. Aunque Fellini está ubicado un poco al borde del neorrealismo es el cineasta que me parece más poeta.
Es bien sabido que en Italia la poesía es tradición y es una fuente inagotable de voces, pero es arduo el camino que impone la escasez de traducciones al español. Sin negar que leer poesía en italiano es un placer para quien habla castellano: se descubre todo lo que nos emparenta.
En esa búsqueda encontré muchos poetas italianos actuales, de interesantes temas y de voces contundentes, pero además me topé con un poema que terminó siendo un buen tropiezo porque me condujo a un poemario de pocas páginas y mucha resonancia.
A veces aliento la mala costumbre de leer apenas el inicio de algo y si no me atrapa, si no lo siento, si no lo disfruto sigo de largo. Me ocurrió con este poema: leí apresurado el encabezamiento y pasé de manera mecánica a la hoja siguiente. Pero tuve que retornar ipso facto al poema porque esa primera línea me había enganchado con ferocidad de arpón:
“Quién sabe qué habrá en el piso de arriba”
Así comienza el poeta Claudio Pozzani su poema titulado El infierno de arriba. L’inferno di sopra. A continuación lo leí completo y con gran detenimiento porque cada verso imprime una sensación de misterio con actos normales, cotidianos:
Quién sabe qué habrá en el piso de arriba
arados de sillas y rebotes de gritos
mientras velos de cortinas me ocultan el sol
en este salón donde la nada me asalta
Intenté golpear el techo con la escoba
he ido muchas veces a tocar la puerta
pero sólo sonidos oscuros de dudosa coherencia
han sido la respuesta a mis intentos
Parecen plegarias con ataques de risas
y silbidos, sonajeros y agitados suspiros
voces multiplicadas como si hubiese una multitud
molestos zumbidos de radio interferencias
Qué diablos tengo sobre la cabeza
una caja mágica que contiene el infierno
una puerta de la que nunca sale nadie
Un techo me separa de un mundo que no conozco
Y las noches son largas si el miedo te persigue
si las voces de arriba te excavan dentro
si un extraño presentimiento me lleva a pensar
que si cierro los ojos ahora nunca más los reabriré
La traducción fue realizada por Argelia Rondón y el poema forma parte de un libro de Claudio Pozzani, editado en italiano-español por Liberodiscrivere edizioni bajo el título Vomité el alma.
Después de ese descubrimiento conocí a Claudio Pozzani y no me sorprendió que fuera el creador del Festival Internacional de Poesía de Génova y que ya hubiera pasado 24 años persistiendo en esa tarea tan hermosa y tan cuesta arriba.
También conocí a la narradora y poeta que lo respalda en ese quehacer generoso para la poesía: Bárbara Garassino. Tienen una sede pequeña en las afueras del Palacio Ducal, una institución denominada Stanza della Poesía. Allí se realizan durante todo el año recitales, conferencias, actividades diversas. Sin descanso. Y con mucho optimismo.
(La poesía es una sola pero se ha derramado toda por el mundo, como un collar de perlas cuyo hilo se ha roto; se ha regado como los mirlos, como las palomas. Y una vez al año todas esas voces variadas se dan cita en esta ciudad, que es completamente poética, que es una metáfora y un laberinto hermoso, y alguna vez la gente percibirá que esta reunión es un fenómeno natural, como un arco iris o como un sismo. Y que la función primordial de esta reunión de almas en Génova, es seguir manteniendo los sagrados valores del lenguaje que ha sido tan esencial para la vida como el agua y el aire).
Claudio escribe y reescribe su poesía con intensa pasión y ese mismo estilo lo convierte en un oficio amoroso para mantener en un primer plano de atención mundial el Festival Internacional de Poesía, donde han confluido varios ganadores del Premio Nobel y otros que también son voces protagónicas de la poesía.
Él vive la doble angustia de buscar el poema que su alma le exige y al mismo tiempo luchar sin tregua para que se mantenga ese evento de 24 años, que hace de Génova una ciudad muy afinada y elevada en el plano cultural.
En ninguna parte del mundo es fácil mantener un encuentro de poetas con el público. A veces, leer poesía es como clamar en el desierto.
Es una labor de largo aliento conseguir que una generación acoja la lectura de poesía como un hábito. Pozzani ha dedicado su juventud a esa tarea. Como todo genovés, tiene voluntad para atravesar océanos y tempestades. Eso es lo que hace todos los días.
LEYENDO POESÍA
Cuando Claudio Pozzani sube a un escenario se siente la enorme suavidad de su presencia. Su gentileza es como una fuerza totalmente civilizada. El momento en que llega hasta el micrófono, muestra su altura pasional, como si agitara las nubes y un poderoso trueno estremeciera al auditorio. Son sus palabras, es su poesía. He ahí un poeta original que sentado en una oficina, podría parecer, engañosamente, un gerente de algo.
Tanto amor por la poesía y tanto trabajo por difundir la poesía, ponen en su rostro la marca del cansancio que distingue a quienes permanecen horas tras horas realizando una tarea gigantesca. Pero Claudio Pozzani no es solo un incansable difusor y creador de poesía.
Él es, básicamente, una rebeldía. La ubicación apartada de un alma que canta su poesía buscando nuevas entradas y nuevas salidas, buscando puertas expandidas en la libertad más amplia, transparente y sin lastres que pueda anhelar un ser humano. Valga el hermoso lugar común: Claudio Pozzani es un Quijote peleando con molinos. Y ejecuta esa lucha armado con la pura alegría que le otorga su talento.
La poesía y las matemáticas parecen dos polos opuestos. La poesía tiene su hábitat en lo indefinible de la altura y del abismo, en lo impreciso, mientras que las matemáticas se apegan a lo exacto. Sin embargo la poesía alcanza armonías sublimes y lo mismo ocurre con las matemáticas. Y ambas sirven para llegar a la verdad o a lo más cercano que se conozca como verdad.
Ese poeta rebelde llamado Claudio Pozzani contiene la precisión y la vigencia atemporal de las matemáticas en su poesía.
“Están cayendo cuerdas del cielo” dice al inicio otro poema suyo y ese verso de cinco palabras encierra tanto significado, multiplica tanto lo que se siente y lo que se podría decir, que el lector se toma su tiempo para continuar hacia la segunda línea si es un verdadero lector de poesía.
Para Pozzani las dificultades son nudos. La incomprensión es un nudo. La incomunicación es un nudo.
“Están cayendo cuerdas del cielo
Y gélidas cadenas danzan a tu alrededor
Es un mundo de nudos
Que se derriten en la oscuridad”
CITANDO A VALERY
A esta altura es necesario citar a Paul Valery, porque él ya esbozó varios puntos de vista que sirven para el caso:
“Observemos que la poesía sería imposible si estuviera sujeta al régimen de la línea recta. Nos enseñan: ¡digan que llueve si quieren decir que llueve! Pero el objeto de un poeta no es nunca ni puede serlo el enseñamos que llueve. No es necesario un poeta para persuadimos de coger nuestro paraguas”.
Pozzani es de un escribir explosivo pero acucioso a la vez. Es rebelde y atrevido, experimentador y cultor de emociones, pero su poesía es el resultado de un hondo proceso sentimental y de disciplina en el lenguaje poético.
Hay que volver a Valery, porque su opinión se aplica con certeza al arte y oficio de Claudio Pozzani:
“… la experiencia lo mismo que la reflexión, nos demuestran que los poemas cuya compleja perfección y afortunado desarrollo impondrían con mayor fuerza a sus maravillados lectores la idea de milagro, del golpe de suerte, de realización sobrehumana , son también obras maestras de trabajo, son, además, monumentos de inteligencia y de trabajo continuado, productos de la voluntad y del análisis, que exigen cualidades demasiado múltiples para poder reducirse a las de un aparato registrador de entusiasmos o de éxtasis”.
Claudio desarrolla sus poemas y crea estructuras que soportan el paso del tiempo y del sentir, como toda poesía propiamente dicha, y esas estructuras se sostienen con versos que funcionan como plataformas basadas en un asombro diamantífero, indestructible:
“Hasta mi espejo se ha convertido en muro”
Sí: definitivamente Claudio Pozzani es un rebelde que desafía todo lugar común, que junto a los poemas plenos de misterio y de frases tan originales como cautivadoras, escribe unos poemas que en el escenario de los recitales retumban como una danza de belleza y coraje:
“Soy el apóstol excluido de la última Cena
Soy el garibaldino que llegó demasiado tarde al malecón de Quarto
Soy el Mesías de una religión en la cual nadie cree
Soy el excluido, el outsider, el maldito que no cede”
Cuando da inicio a la lectura de su poema Soy lanza al ruedo una suerte de desafío y mantiene a quien escucha en una especie de oleaje sentimental; y quien lee a solas el poema también se ve atrapado en medio de una tormenta de imágenes y de ideas.
John Ashbery dijo:
“Con la poesía ocurre como con la música. Intento expresar verbalmente algo que sólo se puede comunicar de modo no verbal”.
Claudio Pozzani entrega en cada poema su cuerpo y su espíritu. Y todo para escuchar la canción que eso produce en unas palabras que se desploman en ritmo de granizo o con fulgor de meteoros. Lo nocturno barítono, el oro soprano. A veces caen como lo que son: poemas inquietantes:
“Soy el miedo de la hierba que está a punto de ser cortada”
José Pulido, poeta y periodista venezolano. Escribe desde Génova, ciudad de Italia.