JOSÉ ALBERTO OLIVAR –

Una nueva iniciativa de Diálogo aparece en el complejo tablero político venezolano. Y no es la primera vez que esta controvertida carta es empleada por el gobierno chavista para desarmar la estrategia política de los principales factores de oposición. Hasta ahora el resultado tangible de tales conversaciones, ha sido ganar tiempo a favor del gobierno y volver en el corto plazo a las tropelías de siempre. Revisemos brevemente desde cuándo comenzó a ensayarse esta vil treta.

La primera vez que Chávez, asomó la posibilidad de conversar con sus adversarios, ocurrió con motivo a la convocatoria  de la Asamblea Nacional Constituyente en 1999. En aquella ocasión, la polémica giró en torno a las bases que regirían la elección de los diputados constituyentistas, pues estas habían sido formuladas discrecionalmente por el presidente Chávez, sin previa consulta con el resto de los poderes públicos y otros sectores de la vida nacional.

Esa primera manifestación de ejercicio absolutista del poder, concitó la reacción de algunas individualidades que interpusieron catorce recursos de nulidad al decreto que convocaba al referéndum consultivo constituyente, de los cuales uno fue declarado con lugar por  la Corte Suprema de Justicia y obligó a la reformulación de las bases comiciales propuestas por el Ejecutivo Nacional. Chávez aparentó acatar la decisión judicial y aceptó «dialogar» para recoger la opinión de diversos sectores del país, pero en realidad,  no fue más que una táctica de repliegue para finalmente imponer su criterio, es decir, establecer un mecanismo de selección de los constituyentistas en la que los partidos AD y COPEI no tuviesen la posibilidad de alcanzar escaños suficientes para controlar los debates y decisiones de la futura Asamblea Nacional Constituyente.

La jugada funcionó a la perfección y los resultados se tradujeron en una mayoría abrumadora para los candidatos auspiciados por Chávez. En adelante, la fórmula del «diálogo», sería una y otra vez aplicada para alcanzar los objetivos estratégicos del chavismo. Otro ejemplo de esta desnaturalización del poder de la palabra en términos de racionalidad política, quedó de manifiesto a finales de agosto de ese mismo año 1999.

Ya instalada la flamante Asamblea Nacional Constituyente, sus primeros actos se orientaron a neutralizar el funcionamiento de los Poderes Públicos adversos a los planes hegemónicos de Chávez. De manera que pronto fueron publicados en Gaceta Oficial sendos decretos que ordenaban la reorganización del Poder Judicial y la regulación de las funciones del Poder Legislativo. Este último, suspendía de hecho las actividades del Congreso de la República, cuyos diputados y senadores habían sido electos por voluntad popular el 8 de noviembre de 1998, un mes antes de las elecciones presidenciales que dieron el triunfo a Hugo Chávez.

Así las cosas, la idea de un inminente cierre del Congreso, comenzó a gravitar en la opinión pública. Frente a la actitud de  los representantes del Poder Legislativo de exigir respeto a su investidura, una «reunión conciliadora»  fue llevada a cabo en la sede de la Conferencia Episcopal venezolana, en la que los representantes de la Iglesia trataron de actuar como mediadores entre las posturas encontradas  de los constituyentistas y los partidos políticos que hacían vida en el Congreso. Pero todo resultó una farsa, la orden de cierre del Congreso fue dada y grupos violentos del chavismo, apoyados por efectivos militares apostados a los alrededores del recinto parlamentario, la hicieron cumplir. Fue la primera vez en que los prelados eclesiásticos resultaron burlados en su buena fe y utilizados como cebo para los fines malévolos del chavismo.

La falacia del Diálogo, conciliación, mediación o como mejor le parezca adjetivar al régimen, ha tenido desde sus inicios una carga de frustración abrumadora para los factores que en uno y otro momento han representado a la oposición política.

He ahí la prueba fehaciente de lo que entienden por «Diálogo» los personeros del régimen chavista, tal vez la mentira más descarada e impúdica que se hayan atrevido a tremolar. Quizá lo más perturbador de todo esto, ha sido la postura de un sector de la dirigencia opositora, torpe y a ratos colaboracionista que en todos estos episodios se ha prestado para hacerle el juego al chavismo, lavarle el rostro y ofrecerle una nueva oportunidad para seguir enquistados en el poder.

José Alberto Olivar es doctor en Historia. Escribe desde Caracas.

 

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