ELIZABETH ARAUJO
Radicada en Viena, Anabel Rodríguez es parte de la diáspora que insiste en mantener la conexión cultural con la Venezuela que abandonó y a la que aspira volver. Autora del filme “Congo Mirador. Érase una vez en Venezuela”, afirma que en su película ha querido exponer la influencia del mensaje político en un “pueblo de aguas”, una comunidad remota zuliana. Este largometraje ha sido preseleccionado a los Oscar 2021 y será proyectado el lunes 18 de enero en el Institut français de Madrid, a las 20:00h y el miércoles 20, a las 19h30, en el Institut français en Barcelona

Una mujer se levanta de la silla y se asoma a la ventana. Su mirada arropa la vasta superficie de agua que conforma el lago de Maracaibo, que es territorio de su existencia y que Anabel Rodríguez ha querido plasmar en Congo Mirador. Érase una vez en Venezuela, la película a través del cual esta cineasta intenta establecer una conexión con las raíces del país del cual emigró y con el que sueña con volver. Preseleccionada en la categoría de documentales internacionales en los Oscar 2021, Congo Mirador narra las vicisitudes de los habitantes de ese pueblo, que son las mismas que atraviesan los venezolanos en este tiempo histórico que les ha tocado vivir. Congo Mirador es una experiencia humana, artística y cinematográfica; y si hay antropología en el proceso se trata más de la consecuencia del vínculo de nuestro equipo de filmación, constituido por personas que llevan una forma de vida urbana y se relacionaron con la gente de un pueblo de cultura pesquera, en una zona remota del Zulia», explica Anabel Rodríguez para quien lo primero que le llamó la atención de Congo Mirador fue el parecido que guarda con su propia familia en Villa de San Luis de Cura, de donde son sus padres, y en realidad, toda su familia. El hecho de que la gente del pueblo estaba en el mismo proceso de polarización política, no sólo en Villa de Cura, sino en otras familias de todo el país y de que también se están sintiendo la misma opresión que han vivido en todo este proceso político, como consecuencia de un gobierno que ha tomado el control hasta de los insumos básicos como es la comida.

«Esas fueron las características que llamaron mi atención, porque hay en este pueblo, así como en las zonas rurales de cualquier país de Latinoamérica una conexión cultural con las raíces que nosotros bellamente llamamos querencia, y eso queríamos también contactarlo, registrarlo y expresarlo”.

De conversación fluida, apasionada, con cierto matiz emocional, y cargada de anécdotas con las cuales podría montar otra película, en esta entrevista realizada a caballo entre Skype y correo electrónico, Anabel Rodríguez cuenta que salió de Venezuela en 1998, a través de una beca de Fundayacucho para estudiar cine en Londres, donde conoció las experiencias de sobrevivencia y que la impulsó, para desarrollar una sucesión de situaciones en la que el hilo conductor es un proceso de aprendizaje de maestros y de la vida misma. «Yo vengo del teatro venezolano, y los maestros que me iniciaron en las artes son Horacio Peterson, luego, el Taller Experimental de Teatro que fue el útero en el que construí una visión de la vida, del arte y de qué actitud asumir si uno quiere realmente ser un médium o un artista. Carlos Sánchez Torrealba, Guillermo Díaz Yuma, María Fernanda Ferro y Ludwig Pineda fueron entre otros esa base, ese vasto bosque del que busqué aprender. Ellos, amorosamente, desde el Taller de formación, han consolidado a generaciones, y yo fui parte de esto”

“¿Qué cómo entré al cine? Lo hice de manos de maestros como Franco de Peña y Rafael Marziano, y rodé mi primer corto en 16 mm “…y de noche se llama Jimmy Coffles”. Leonardo Henríquez, Diego Rísquez y Karina Franco me dieron mis primeros trabajos y así conocí el mundo maravilloso de la edición cinematográfica desde una moviola a la que llamamos «Esmeralda». Eso, y una beca de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho concedida como premio «Carlos Eduardo Frías» de la extinta agencia ANDA, a mi tesis de grado evaluada por Marcelino Bisbal, me ayudaron a optar para estudiar en una escuela de cine. Así terminé en Londres con dos trabajos, viviendo en una casa semi okupa, y un puesto en la London Film School. Allí rodamos muchos cortometrajes, pero al mismo tiempo compartía mi tiempo en el pub o bar en el que trabajé como bartender durante siete años. Esa experiencia despertó en mí muchas ganas de conocer a la gente, de contar sus historias, me sacó muchos prejuicios de la cabeza. Fue así como me quedé en esta suerte de adicción que es el cine».

Con la ansiedad y la esperanza mezcladas en sus expectativas diarias de emigrante, y sin los beneficios de la beca, más las ganas de hacer lo que en Venezuela le resulta difícil, Anabel Rodríguez, se trasladó de Londres a Viena, y es en Austria donde permanece desde hace ocho años. Subraya que la historia de su condición de migrante es la de casi todos los que conforman la diáspora. «Migré además porque el miedo que producen la criminalidad y las carencias de las cosas básicas que ya entonces se asomaban fueron insoportables para Sepp Brudermann, en aquel entonces mi esposo y quien fue el productor de la película. En verdad no sabía que se extendería tanto tiempo, siempre con el pensamiento de volver, del cuidado a mi hijo de 10 años, del apoyo a mis padres que permanecen en el país. Sin dudas, es esa separación de la familia lo más duro de mi situación de emigrante. Esa es la pérdida más importante. Y siempre tengo el sueño de volver y continuar con mis emprendimientos desde Venezuela. De hecho, un buen porcentaje de los primos en mi familia viven como migrantes en Colombia, Argentina, España. Unos pasando más trabajo que otros, pero en general, cada uno en búsqueda de una forma de vida, que es lo primero y fundamental para sobrevivir. Yo me sumo a la convicción de que el venezolano es muy «echao pa lante», en especial las mujeres».

CONGO MIRADOR, CUANDO LA POLÍTICA HACE AGUAS
Una vez hace no mucho tiempo, el pueblo venezolano de Congo Mirador, ubicado a poca distancia de lago Maracaibo, fue un lugar próspero, repleto de pescadores y poetas. En los últimos años ha decaído y se ha desintegrado, pudriéndose entre la polución y la negligencia: una pequeña pero profética reflexión sobre el estado actual de Venezuela. En el centro de la lucha del pueblo por su supervivencia se hallan dos líderes femeninas: la señora Tamara, la coordinadora chavista, y Natalie, la profesora y opositora a las prácticas de soborno e intimidación aprobadas por el estado. A medida que se acercan las elecciones nacionales, el miedo entre la comunidad se extiende más allá de la división partisana de la política del país: las casas de los habitantes del pueblo se están cayendo a pedazos, dejando así a familias sin ningún tipo de sustento para poder sobrevivir. Ni aquí, ni en ningún otro lugar.

EL CINE COMO EXPERIENCIA DE VIDA
«Érase una vez en Venezuela es una experiencia humana, artística y cinematográfica. La antropología en el proceso es más bien consecuencia de nuestra relación como equipo de filmación, constituido por personas que llevan una forma de vida urbana con la gente de un pueblo en una zona remota zuliana y de cultura pesquera. Lo que primero que me llamó la atención de Congo Mirador es el parecido que tiene con la gente de mi propia familia en Villa de San Luis de Cura, de donde son mis padres, y en realidad, toda mi familia. El hecho de que la gente del pueblo estaba en el mismo proceso de polarización como no sólo en Villa de Cura, sino en las familias de todo el país y de que también se estaba viviendo las mismas opresiones que hemos vivido en todo el país a consecuencia de un gobierno que ha tomado el control hasta sobre los insumos básicos como la comida, esas fueron las características que llamaron mi atención. También, hay en este pueblo, así como en las zonas rurales del país y Latinoamérica, una conexión cultural con las raíces que nosotros bellamente llamamos querencia y eso queríamos también contactarlo, registrarlo y expresarlo.

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La película, que fue presentada en el reconocido Festival Sundance y luego en el Festival de Málaga, retrata el drama de un «pueblo de aguas» olvidado en el Lago de Maracaibo, justo en los días previos a unas elecciones.  A la pregunta de si se trata de una indagación antropológica acerca de un lugar que incluso en Venezuela resulta desconocido, Rodríguez explica que en Congo Mirador. Érase una vez en Venezuela quiso manifestar la influencia de la propaganda política en esa comunidad remota y viviéndolo me di cuenta de que el uso de esa propaganda y del control sobre la comida han sido base para la imposición de un sistema político que busca controlar la voluntad de todo un país.

Podría decirse que la idea de realizar esta película empieza por la curiosidad de su expareja por conocer el fenómeno del relámpago de Catatumbo, y ambos se fueron al sitio desde donde les aseguraron era el lugar más propicio para observarlo. Pero, subraya que fue el pueblo Congo Mirador lo que más le atrajo, y fue así como surgió la idea de convertir las vivencias de un pueblo olvidado, con sus frustraciones y esperanzas, en tema de una película. «Desde un inicio la intuición me indicó que esta situación de Congo Mirador era efectivamente un reflejo de mi propia historia, sociológicamente hablando, de la historia familiar, permeada por la política. Entonces quisimos contar ese estado de cosas en el Congo Mirador, dentro de esa clave de ser un reflejo de Venezuela. Quise ver también cómo se manifestaba la influencia de la propaganda política en esa comunidad remota y viviéndolo me di cuenta de que el uso de esa propaganda y el control sobre la comida han sido base de un sistema político que busca controlar la voluntad del país. Por comentar un detalle: en el Congo Mirador hay una antena de Movistar. Por eso el celular se ha convertido en el puente con el mundo más codiciado. Estando allí, el momento en el que la gente realmente se movilizó para hacer algo en común fue cuando intentaron sacar esta antena y ponerla en Ologás, el último pueblo de agua sobreviviente en la zona. Allí se armó la sampablera para evitar que sacaran la antena, al ingeniero de Movistar lo retuvieron y todo en la casa donde estaba la antena. Mas, la verdad es que, ahora que la película existe y es el cuento, que es, deseo que Erase una vez en Venezuela genere en el espectador preguntas que a la gente se le mueva esa querencia y desde allí nos sensibilicemos hacia nosotros mismos como sociedad y nos veamos desde el amor».

-¿Era inevitable que en un pueblo con tales características y en medio de una  polarización política, debido a la proximidad de las elecciones, fuese imposible eludir una toma de posición, su compromiso de cineasta?
-Desde luego, yo considero que la historia que logramos contar es profundamente política, y antes que nada, humana. Más bien humanista. Mas, sí me esfuerzo en seguir el pensamiento que hay en los versos de nuestro poeta mayor, Rafael Cadenas: “Tengo ojos, no puntos de vista”. Pues, quería observar la realidad como un todo, y me interesaba entender la naturaleza de alma de nosotros como seres humanos. Y desde esa actitud al aproximarme a la realidad quise orientar la mirada para ver cómo funciona el ejercicio del poder en un ámbito pequeñísimo, como es Congo Mirador, y cómo, al ponerlo en relación con quienes sí realmente tienen el poder económico, político y comunicacional, se revela lo vulnerable que somos todos como sociedad civil frente a esta élite. De manera que el problema central, la raíz del problema, un problema que nos está matando literalmente, está en la actitud de esa élite que detenta ese poder total sobre la sociedad, no en el ciudadano. Por razones más emocionales, mi compromiso total es con las historias íntimas de nosotros como humanos, y en particular las historias que me mueven a pensar son las que nos ocurren a los venezolanos en este tiempo histórico de devastación y que en mi opinión, es un tiempo de oscurantismo.

-De acuerdo con las críticas recibidas este debut suyo en documental largo apunta al visto bueno para una cineasta deseosa de abordar el cine de ficción. ¿Es así o sigue siendo el documental el mejor género en el que se siente más a gusto?
-Aún no he leído alguna crítica o reseña que indique esta sugerencia de que quiera hacer cine de ficción. Mas, realmente mi intención es buscar profundizar en el camino que hemos iniciado como equipo. Creo mucho y fundamentalmente en el equipo artístico que se ha formado a raíz de esta experiencia, en la que cada miembro es un cineasta con aportes a la narrativa y a la cinematografía. Esta película, su autoría de hecho, es producto de una colaboración permanente entre los miembros del equipo. Me gustó mucho que durante este proceso trabajamos con cineastas cuyo foco está en la dramaturgia, como Marianela Maldonado, también el productor/ editor Sepp Brudermann, ambos como escritores de esta película, con ellos sostuve un diálogo permanente durante el proceso de grabación, y en estas conversaciones nuestro centro de gravedad fue siempre la historia que buscábamos contar. Esa colaboración con Marianela y Sepp, por ejemplo, es algo que quisiera cultivar y en lo que quiero profundizar en las próximas oportunidades.

EL COMPROMISO DE UNA CINEASTA
-¿En tanto que venezolana sufre usted el drama de su país o trata de tomar distancia para no «contaminar» su labor creativa?
-He aprendido a vivir con el dolor de la devastación venezolana que en concreto, es una devastación personal, familiar, colectiva. Mi forma de canalizar ese dolor es buscar contar esas historias. Lucho por tener la oportunidad de poder seguirlas contando y eso amerita una gran perseverancia, pensamiento estratégico para conseguir aliados y lograr financiar estas historias. Los cineastas venezolanos somos en realidad parias, estando dentro o fuera del país. Entonces lograr hacer estas películas es una hazaña de hazañas que creo toma la mayor cantidad de energía. Así que uno también forma parte del drama del país y estamos luchando por continuar existiendo como cineastas.

Rodríguez señala que, políticamente hablando, observa con preocupación una tendencia de la desestabilización de la democracia. El ejercicio de la libertad creo que va a ser un reto central para los ciudadanos del mundo, pues si no lo ejercemos con fuerza, nos toman, controlan y dejamos de ser quienes llevamos nuestras propias vidas. En Venezuela creo que hemos pasado por la experiencia y es un ejemplo de cómo podría tornarse el totalitarismo. Busco vernos a la humanidad con fe en nosotros y nuestras capacidades y naturaleza. Veo con emoción eso que luce como una contradicción de la humanidad y que se manifiesta por un lado con un desarrollo tecnológico que va a gran velocidad; y por otro, una tendencia que va más a lo básico, al cultivo de la tierra, a las comunidades (comunas), políticamente algo así como el ideal anarquista. En esos caminos veo infinitas posibilidades del desarrollo de las narrativas, del desarrollo filosófico de la humanidad. Y todo ello enmarcado en el hecho del calentamiento global que está allí como una fuerza muy envolvente y que nos pone en contacto directo con nuestra mortalidad. Yo espero que esta combinación nos lleve a un rápido desarrollo espiritual, ético.

Elizabeth Araujo es periodista venezolana, reside en Barcelona, España

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