EZIONGEBER ÁLVAREZ

Aunque no entienda muy bien el concepto, resulta que en muchas partes del mundo está entrando con fuerza el otoño. Nosotros en Cumaná, nunca lo conocimos. Simplemente pasábamos del palo de agua arrechísimo al calorón insoportable en un santiamén. Como todos, incluíamos eso tan raro en nuestros fraseos habituales, tal cual aquello del «galán de otoño», de honda tradición venezolana. Igual, contábamos con el famoso «pinto en verano, pinto en otoño…» Así, por escrito, no sabe a nada. Pero si le agregas la musiquita de Pinturas Pinco-Pittsburgh, es otra cosa.

Estas jodederas, antológicas y propias de un pueblo lindo, ingenuo y puntilloso, era la picaresca que necesitábamos para orinarnos de la risa por cualquier zoquetada. Igual, con el pasar de los años, aprendimos, leyendo la revista Cosmopolitan de la pure, que existía en otras latitudes eso de la Colección Primavera-Verano. O la de Otoño-Invierno. Coño… Nosotros por toda moda, usábamos pantalones largos para impedir que los zancudos nos devoraran y listo. De resto, chores cortos y zapatos tipo tenis a los que desde siempre hemos llamado guachicones. Y nada hay en esta vida, como el discurrir de una tarde con los panas sin mucho protocolo. Cataco asao con casabe, limón, una birra y varios tobos full de ostras. Un frascoeron, un cuatrico y varios tures. Una esquina con su poste y parelones. Cosas, como la del señor del Ministerio de Sanidad que llegaba a mi casa todos los años a vacunar a los perros contra el mal de rabia. Claro, era el mismo señor del Ministerio de Sanidad que tuvo que vacunarnos, porque agarramos un perro de la calle que presuntamente tenía mal de rabia:

– Que me des el perro, chico. Hay que sacrificarlo.

– ¿Y por qué coño, nojoda? ¿Y cómo sabe usted que Blaky tiene rabia?

– Para saber eso, hay que sacrificarlo.

– Qué arrecho. Quiere decir que nos vacunará nosécuántas ampolletas de combiótico en la barriga y va a matar a mi perro, pero no está seguro.

-.mijitico, estudia Derecho, estudia.

Bueno, eso hice. Estudié leyes. Mucho antes de la Uni, recién llegaítos a Cumaná, mi papá, que era gerente del Banco Unión, nos llevó a conocer el Bowling. Adentro, las canchas espejeantes y todo bien bonito. Del techo pendía un letrerito rectangular agarrado con dos cadenitas, que reconocía la hazaña perpetua del Toto Hernández porque un día en pleno campeonato metió 12 strikes seguidos que son 300 puntos. Admirable. El letrero permaneció allí por todo el tiempo que viví en Cumaná. Esa tarde del bowling, conocimos también, al señor Alfonso Puig, amigo de mi viejo y cliente del banco. Ellos por allá, toma que te toma, mientras que mi hermano Leo y yo, nos hacíamos panas de los hijos de este señor Alfonso, es decir, de Tatión y de El Negro. Todo iba machete, pero justo cuando nos enteraban de una información muy valiosa relacionada con esa cosa extraña que llamaban cangrejera, se prendió una discusión entre el señor Alfonso y mi viejo, todo producto de los tragos. Los cuatro chamos, que mirábamos a nuestros padres diciéndose de todo menos bonito, lógicamente nos pusimos rísperos. Ahora Tatión nos veía con la cara malévola de Bud Spencer, Leo tenía mediíto al Negro y todos veían la bola de bowling que yo tenía en las manos. ¡Ja! Les ganaba de calle. «Vaina e’ pelao, pero ya, todo tranquilo», anunció Gregorio, el mesonero. Pasada la tempestad, de vuelta a las serias cuitas de Tatión desde la altura de sus 12 años de edad:

-Señores, señores. Recuerden el Caso de la Pepita Asesina. Hay cangrejeras mortales. A un señor de Caigüire Arriba, le mocharon el pipe de cuajo y murió desangrao.

Vercia: de cuajo. La imagen de la Pepita Asesina me perseguió por muchos años. Supongo que los recuerdos se hacen más llevaderos y no me queda otra cosa que seguir bogando mar adentro en mi memoria. Todos encuentran maravilloso ese asunto de hacer el amor en la playa. Y el mar allá, a lo lejos, testimoniando la eterna adoración que se prometen los amantes. Pero si es a rin pelao, deteneos. No hagáis tal. Llevaos un petate. La arena no es amigable para esos menesteres y os lo hará saber. No me trates de convencer, que yo he probao. Te habría recomendado más bien el Automotel. Era cómodo, limpio y estaba ubicado en el quinto carajo. Es extraño, pero ese era el sitio donde todos nos conseguíamos pretendiendo no conocernos. Un juego tonto, porque allí unos y otros refocilábamos por igual en medio de una casi inexistente precaución.

Cuando el Betamax llegó a Cumaná, causó un furor inusitado. Su éxito era solamente comparable al auge que tomó el KP-9000, aquel reproductor de la Pioneer. El VHS amenazaba con llegar el año próximo pero mientras tanto, las sesiones de «Behind the Green Door» en casa de Raúl Salmerón. Najada. Tendrías que conocer a nuestro Raúl, un amigo del carajo. Sus historias siempre se anunciaban así: «Coño, Chino…, chamo, tú sabes que una vez…» Y por ahí se espepitaba. Lo mismo sabía de historia, que de letras, que tocar cuatro. Sus cuentos eran de órdago, pero yo quería ver en acción y cuanto antes, el prodigio de una peli en formato Betamax, que de paso, se trataba de mi primera porno. Coño, qué impresión:

– Echa patrás, párate y vuelve a echar patrás. Ajá. Irga, ahí.

– Chino, despégate. Hay que hacer la vaca pala gavera de cerveza. Date, toma el billete, que estén frías.

-No. Anda tú. Ajá. Pon la vaina, marico.

Para sacarme de la tórrida escena in comento, Raúl empezó a contarme la historia de la llegada de Amyas Preston a Cumaná. De las bases que aún se ven en el mar de lo que alguna vez fue la fortaleza erigida por Jácome Castellón. Por último, a torcer por el asunto aquel de la composición química de la arena en la playa:

– Coño, Chino…chamo, ¿tú sabes de qué está hecha la arena?

– Nojoda, Raúl…

– Hay roca pulverizada, es cierto. Pero además, se ha demostrado la presencia de restos de dinosaurios y toda suerte de bichos. De manera que cuando tú vas a la playa, estás parado sobre millones de millones de millones de siglos, de historia y de evolución. ¿Qué te parece?

– Nojoda, Raúl…

Eziongeber Álvarez, narrador venezolano. Reside en Caracas.

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