MICHAEL SHIFTER – NYT –
Nadie debería preocuparse por la posibilidad de una acción militar estadounidense en América Latina. La idea es risible. Pero la reciente declaración del presidente Donald Trump acerca de una “posible opción militar” para lidiar con el régimen dictatorial del presidente Nicolás Maduro tiene consecuencias reales.
Esa fanfarronada podría afectar de manera adversa las relaciones de Estados Unidos con sus vecinos más cercanos y complicar aún más los esfuerzos para resolver la peor crisis del hemisferio.
A pesar de que la Casa Blanca había dicho que “todas las alternativas estaban sobre la mesa”, pareciera que la referencia explícita de Trump salió de la nada. El actual gobierno estadounidense ha expandido las sanciones dirigidas a altos funcionarios de Venezuela —entre los que se encuentra Maduro— que comenzaron durante la presidencia de Barack Obama.
Se dice que se sigue analizando la posibilidad de mayores sanciones económicas; incluso podrían interrumpirse las importaciones de petróleo. Como era de esperarse, el extraño comentario de Trump ha tenido una respuesta negativa casi universal, tanto en Estados Unidos como en América Latina.
El comentario recordó la época de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos realizó intervenciones militares en la región que a menudo tuvieron resultados poco felices y dejaron un mal sabor de boca. La última vez que Estados Unidos utilizó las fuerzas armadas en América Latina fue en Panamá, hace casi tres décadas. Trump no parece estar consciente de que la región —tanto como Estados Unidos— ha cambiado considerablemente desde entonces.
Además, ningún alto funcionario o figura política estadounidense —ya sea republicana o demócrata— ha respaldado o sugerido que acepta esa alternativa. De hecho, hace pocos días, H. R. McMaster, asesor de Seguridad Nacional, señaló que no esperaba que hubiera una intervención militar foránea en Venezuela.
Fue un momento bastante desafortunado para decir eso. Primero, los gobiernos de América Latina, cuya respuesta ante el dramático deterioro de Venezuela ha desilusionado por su lentitud y tibieza, hace poco tomaron la iniciativa y asumieron una postura más enérgica. Están redoblando la presión diplomática sobre Maduro para que respete las normas democráticas.
La semana pasada, el gobierno de Perú convocó una reunión especial de los ministros de relaciones exteriores del hemisferio. Doce de los gobiernos más grandes y más importantes firmaron una declaración notable porque mencionaba que había una “dictadura” en Venezuela y aceptaba trabajar de forma conjunta en acciones más concretas, entre ellas restricciones de envíos de armas a Venezuela y el bloqueo de cualquier nominación venezolana en organizaciones internacionales.
La ausencia de un representante de Estados Unidos en la cita de Lima refleja que mucha de la buena voluntad entre Washington y gran parte de América Latina se ha disipado.
Es fácil entender que el hecho de mencionar una posible intervención militar estadounidense en Venezuela no cayó bien entre los gobiernos de la región, que enfatizaron el principio de “no intervención” en el párrafo de apertura de la declaración. Es probable que el comentario de Trump genere un distanciamiento y una desconfianza mayor entre Estados Unidos y Latinoamérica, y complique las iniciativas para realizar acciones multilaterales en Venezuela.
El comentario de Trump se produjo dos días antes de que el vicepresidente Mike Pence visitara cuatro países de la región con el fin de promocionar los beneficios mutuos de una colaboración constructiva entre Estados Unidos y América Latina y realizar consultas sobre opciones para abordar la crisis venezolana. Sin embargo, el mandatario estadounidense ha debilitado ese esfuerzo.
El domingo, en Colombia, el vicepresidente Pence se refirió a “la tragedia de la tiranía en Venezuela” e intentó tranquilizar al presidente Juan Manuel Santos, un buen socio de Estados Unidos, explicándole la política del gobierno de Trump sobre Venezuela. Es probable que Pence pase más tiempo del que anticipaba controlando los daños causados por su jefe.
Tal vez lo más importante es que el comentario sobre una posible intervención militar puede resultar contraproducente en ese país, ya que podría darle al régimen de Maduro el salvavidas político que necesita y dividir aún más a la oposición.
Hugo Chávez, el carismático líder de la revolución bolivariana que asumió la presidencia en 1999 y murió en 2013, en repetidas ocasiones se refirió al “imperio” en sus ataques hacia Estados Unidos. Funcionó como una consigna muy efectiva, en especial después que la Casa Blanca de Bush apenas ocultó su júbilo por el efímero golpe de Estado en contra de Chávez en 2002.
Sin embargo, para Maduro, cuya presidencia está signada por una economía que colapsa y una gran represión, la mención del “imperio” ha perdido mucha fuerza entre los venezolanos. Cada vez menos personas creen que Estados Unidos es el culpable de la desgracia y la hambruna generalizadas en ese país.
Tal vez sin darse cuenta, Trump le ha dado credibilidad al argumento favorito de Chávez para perpetuarse en el poder. Como era de esperarse, Maduro, invocando el principio de soberanía nacional, pidió a los venezolanos prepararse “para defender la paz, con los tanques, aviones y misiles” y ordenó a las Fuerzas Armadas realizar ejercicios el 26 y 27 en todo el país.
La mención de una intervención militar también puso en aprietos a la oposición venezolana, justo cuando intentaba reagruparse después de la indignante toma de poder que instaló a la Asamblea Nacional Constituyente. Maduro, al igual que lo hizo Chávez antes que él, siempre ha acusado a la oposición de ser una marioneta de Washington. La oposición, que enfrenta una situación muy difícil y que ya estaba dividida por diferencias políticas y de personalidades, se podría fracturar aún más en la medida en que adopte una posición frente a la postura de Trump.
Si la fanfarronada ayuda a mitigar la profunda crisis humanitaria y de gobernabilidad de Venezuela, entonces Trump se merecerá el crédito por su gran intuición. Pero lo más probable es que suceda lo contrario. Más bien parece que el presidente de Estados Unidos ha enturbiado la política de su gobierno y le ha dado un regalo a Maduro desequilibrando a la oposición, alejando aún más a los aliados de la región y poniendo a su vicepresidente a recoger los platos rotos.
Y, al final, los venezolanos son los que sufrirán.
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