El sacrificio del voto

El sacrificio del voto
Sillas permanecen vacías en el liceo Fermín Toro de Caracas. Foto publicada por Efectococuyo.com

 

ROBERTO GIUSTI –

A la hora de echar un vistazo a las repercusiones del domingo 20 de mayo quizás la más resaltantes sea aquella que toca a los electores venezolanos, quienes, finalmente, comprendieron que, por ahora, la salida electoral es un imposible. Es decir, pasan a la historia 60 años durante los cuales la vida política del país se resolvía por la vía electoral y se sacrifica así el hábito de país civilizado que parecía irreversible.

Por eso y a diferencia de todos los procesos anteriores, en esta oportunidad la expectativa, en los momentos previos al anuncio de los resultados, no radicaba en quién sería el candidato ganador (eso ya se sabía de antemano) sino en el número de quienes no votaron, algo que tampoco se sabría a ciencia cierta por cuanto todo dependía de las combinaciones que harían las chicas del CNE para encontrar unas cifras que parecieran reales y al mismo tiempo resultaran halagüeñas al ego del patrón.

Paradójicamente la decisión adoptada por una inmensa mayoría de votantes ausentes se impuso en un acto electoral que no definía sus resultados (evidentemente fraudulentos) por la cantidad de votos emitidos, sino por una abstención masiva que dejó al descubierto la debilidad de un régimen cuya sustentación depende ahora solo de las fuerzas armadas y el servicio secreto cubano .

¿Y AHORA QUÉ?

Pero costó años de fraude y de torneos electorales controlados por el chavismo convencer al elector venezolano sobre la necesidad de suprimir la ruta electoral para inducir el cambio político y lo hizo solo cuando comprendió que el chavismo (luego de amargas experiencias, la última de las cuales fue el desconocimiento de la Asamblea Nacional) nunca entregaría el poder luego de perderlo en unas elecciones. En otras palabras, era una necesidad prescindir del voto porque este había dejado de expresar la voluntad popular para convertirse en un instrumento de dominación y sometimiento del elector. De manera que el rescate de la democracia pasa por la liquidación de uno de sus valores fundamentales hasta tanto este no recupere su condición original de árbitro capaz de reflejar la realidad política y de ponerla al servicio del sistema democrático. Surgen entonces, a estas alturas, dos preguntas clave: ¿qué hacer? y ¿cómo hacerlo?

SOCIEDAD, RADICALES Y MODERADOS

Las respuestas son variadas y tantas como facciones militan en la oposición venezolana. En un extremo están aquellos que se decantan sin subterfugios por la violencia -la pólvora, dicen ellos-, en furibundos comentarios donde aparece un menú que va desde el paro nacional y la gente en la calle, hasta la intervención militar extranjera, pasando por el golpe de estado. Claro, se quejan ellos desde el exilio, que no haya a la vista nadie que asuma menuda tarea.

Luego están aquellos que piensan lo mismo pero sin decirle abiertamente. Presión diplomática, sanciones económicas, embargo petrolero, aislamiento del gobierno, protesta en la calle. Eso como un factor que precipite la acción de los militares, bien sean los criollos o los foráneos. Así, una vez Maduro fuera del poder, volverían las elecciones y el voto recuperará sus atributos originales.

Después aparecen quienes insisten en nuevas elecciones, esta vez a salvo de las trapisondas chavistas, como si Maduro, quien se siente ahora relegitimado, accediera graciosamente a un nuevo intento unitario de la oposición.

Finalmente nos encontramos con una sociedad atrapada entre una oposición dispersa y paralizada y un chavismo sin respuestas a la tragedia que vie el país. Sociedad que cansada de tanta frustración y miseria (tanto de la material como de la otra), libere a los demonios y caiga en la tentación de un nuevo 27 de febrero.

Roberto Giusti, periodista venezolano. Escribe desde Oklahoma, Estados Unidos.

 

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