SEBASTIÁN DE LA NUEZ –

Algunos venezolanos en España han comentado en estos días “como que me salí de Guatemala para irme a Guatepeor”, refiriéndose a la delicada situación que se ha producido a raíz del llamamiento de la Generalitat de Cataluña a una especie de referendo, el domingo pasado, para pronunciarse por el sí independentista. Trajo represión brutal —pero sin víctimas fatales, por suerte— y mucha alharaca mediática. Se sabe más o menos cómo ha comenzado esto, aunque, como suele suceder, no cómo terminará.

Temores hay por doquier y también ganas de sacar ganancia política a la metedura de pata de Rajoy enviando batallones de la Guardia Civil contra la población inerme catalana ese domingo primero de octubre. Las ganas más hipócritas, desde luego, las de Nicolás Maduro rasgándose las vestiduras.

Ayer sábado, en el barrio de Chamberí, varios madrileños paseaban envueltos en la bandera del Reino, ufanos y desafiantes. Los de la foto están en una esquina de la calle Ponzano, dos o tres manzanas en auge por su oferta gastronómica. En los balcones de toda la ciudad, aquí y allá, más banderas tendidas a la brisa. Hubo manifestaciones en la plaza de Colón. A cualquier camarero que uno le pregunte su opinión, encenderá sus motores y no parará a menos que uno pague y se vaya. Hay tema de discusión para rato, incluyendo la cursi pollina de Puigdemont.

En fin. Varias empresas importantes anuncian que cerrarán sus sedes de Barcelona o mudarán parte de sus operaciones a otra ciudad. Y algún venezolano no deja de establecer comparaciones: “Ahora los independentistas dirán que es guerra económica”.

Las comparaciones no faltan. En todo caso, cada madrileño, por patriotero que parezca, sabe muy bien que el diálogo es lo más adecuado; la sombra de la Guerra Civil sigue pesando demasiado en esta sociedad.


 

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