VALERIA SACCONE/ El Confidencial
Más de 4 millones de ciudadanos de Venezuela, un 13% de la población del país, ha cruzado a países vecinos o lo ha intentado. La ONU ya los considera oficialmente refugiados
“Es muy doloroso tener que decidir quién de tu familia come y quién no. En mi casa éramos mi mamá, mi hija y yo. Llegó un momento en el que si las tres desayunábamos, una no almorzaba para que pudiésemos cenar decentemente”. Marifer Vargas llegó hace seis meses a Brasil desde Maracay, una ciudad próxima a Caracas. Cruzó la frontera por tierra, por el Estado de Roraima, donde en la actualidad se hacinan más de 40.000 venezolanos que huyen del hambre y la inseguridad que reina en su país. Pero a diferencia de ellos, Marifer, que en su país era profesora de historia y geografía, tenía un objetivo claro. Iba a reunirse con su esposo Carlos Escalona, residente en São Paulo, la capital económica de Brasil.
Carlos es un periodista venezolano que trabajaba en un canal de televisión pública de Maracay como gerente. En los presupuestos millonarios que administraba notó que las cuentas no cuadraban: algunos gastos resultaban muy inflados. Cuando pidió explicaciones a sus superiores, fue invitado a participar de un esquema de sobornos para dejar las cosas como estaban. Carlos se negó y desde aquel momento comenzó a ser perseguido. Primero retuvieron su salario durante ocho meses. Un día fue secuestrado mientras volvía a su casa en coche. “Comenzaron a torturarme, me dieron muchos golpes. Me di cuenta de que no eran criminales comunes porque empezaron a hablarme de mi trabajo. Decían que me iban a matar, que iban a matarnos a todos”, recuerda.
La vida de este periodista se convirtió de un día para otro en un infierno. “Comencé a vivir con miedo, no confiaba en nadie. Estaba traumatizado, nunca dormía dos noches en el mismo lugar, no me sentía seguro en ningún lado”, cuenta. Por todas estas razones, decidió abandonar el país. Escogió Brasil, un país en el que solía pasar las vacaciones y que conocía bastante bien. “Entonces venía en circunstancias totalmente diferentes, viajaba para disfrutar. Con la emoción de las vacaciones, siempre piensas que te gustaría vivir un tiempo en Brasil. Nunca creí que mi llegada a este país sería tan rápida y tan traumática”, añade.
La historia de Carlos y Marifer parece la de millares de refugiados venezolanos que buscan amparo en los países vecinos, sobre todo Colombia, que hasta la fecha ha recibido a más de 650.000 migrantes. Sin embargo, esta familia de clase media ha conseguido levantar la cabeza en un tiempo relativamente breve. Carlos ha obtenido un visado como solicitante de asilo político y Marifer un visado temporal por razones humanitarias. Ambos tienen permiso de trabajo y han comenzado poco a poco a rehacer su vida a miles de kilómetros de su tierra.
“Yo doy clase de español en la Misión Paz, la iglesia católica que nos acogió cuando llegué junto a mi hija. Carlos trabaja como ayudante de cocina en un hotel. Además, estamos montando nuestro negocio: vamos a vender comida venezolana a domicilio, adaptada al gusto brasileño”, cuenta Marifer con entusiasmo.
La experiencia de esta pareja está lejos de ser paradigmática. Decenas de millares de venezolanos esperan en la ciudad de Paracaima, cerca de la frontera entre los dos países, a que alguien les ayude a alcanzar el sueño de un futuro mejor. La mayoría salen con sus maletas a cuesta por una razón tan sencilla como dramática: no consiguen sobrevivir en un país doblado por la falta de alimentos y medicamentos. Muchos reconocen que conseguían comer solo una vez por día, con suerte. En muchos casos no tienen ni el dinero para costear el autobús hasta Boa Vista, la capital de Roraíma, donde el Gobierno de Brasil, ONGs y miembros de las iglesias católicas y evangélicas les ofrecen algo de sustento.
Para algunos analistas, el impacto causado por el éxodo masivo de venezolanos está generando la mayor crisis económica y humanitaria del continente latinoamericano. Hasta la fecha, cerca de cuatro millones de venezolanos, según una encuesta realizada por Consultores 21, han intentado buscar refugio en los países vecinos. Se trata del 13% de la población de Venezuela. Cabe destacar que no hay datos oficiales ni registro del flujo migratorio que sale de este país.
¿IGUAL QUE SIRIA?
Los venezolanos huyen de una situación límite. La inflación en 2017 se situó en el 2.400% y el FMI calcula que puede alcanzar un asombroso 13.000%. En el mismo periodo, la economía se contrajo un 14%, la mortalidad infantil subió un 30% y el 67% de la población perdió 11 kilos de peso en un año, según datos de la Encuesta sobre Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi). Ante esta situación, marcharse se convierte en muchas ocasiones la única alternativa. Colombia es el destino preferido por los migrantes venezolanos, seguido por Chile, Panamá, Ecuador, Perú, Brasil, Argentina y Estados Unidos.
Mientras, ya hay quien compara la diáspora venezolana con la crisis humanitaria de los refugiados sirios en Europa. Es el caso del dirigente opositor venezolano Carlos Vecchio. “Es la crisis de refugiados más importante de este continente y se está convirtiendo en una de las más importantes del mundo junto a la de Siria», dijo recientemente. Se calcula que cerca de cinco millones de sirios abandonaron su país por causa de la guerra.
Para Tamara Taraciuk Broner, abogada senior de Human Rights Watch (HRW) en Venezuela, se trata de dos crisis muy distintas. “Es como comparar peras con manzanas. Lo que tienen en común es que políticas abusivas, que son responsabilidad de las autoridades, están expulsando a sus ciudadanos. No se trata, en ninguno de los casos, de personas que buscan salir para conseguir un futuro mejor sino, en su gran mayoría, de personas que genuinamente sienten que no pueden permanecer allí, en el caso venezolano, ya sea por motivos políticos, por la inseguridad, o por la severa escasez de comida y medicamentos”, dice a El Confidencial esta abogada que sigue de cerca el fenómeno de la emigración venezolana.
Por lo pronto, este mes la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) ha calificado oficialmente a los migrantes venezolanos como refugiados. “El ACNUR insta a los Estados receptores y/o a los que ya acogen a los venezolanos para que les permitan el acceso a su territorio y a que continúen adoptando respuestas adecuadas y pragmáticas orientadas a la protección y basadas en las buenas prácticas existentes en la región”, puede leerse en un reciente documento.
Colombia es el país latinoamericano más afectado por esta crisis migratoria, ya que recibe a diario cerca de 37.000 venezolanos. El 20 de marzo, la administración de Donald Trump anunció un paquete de ayudas humanitarias por valor de 2,5 millones de dólares (dos millones de euros) para hacer frente a la emergencia.
Según Mark Green, director de la Agencia para la Cooperación Estadounidense (USAID), estos fondos serán usados para proporcionar “asistencia alimentaria y de emergencia sanitaria para los venezolanos vulnerables y las comunidades colombianas que los reciben”. La ayuda de EEUU se suma a los 2,4 millones de dólares (1,95 millones de euros) anunciados por la Unión Europea este mes.
En Colombia, donde se celebran elecciones presidenciales el próximo 27 de mayo, el tema migratorio ya se ha convertido en un asunto político. La candidata Marta Lucía Ramírez, que aspira a liderar la coalición de derechas, pidió el 5 de marzo que los países latinoamericanos asuman “cuotas” de acogida de venezolanos, en un movimiento que recuerda al debate europeo sobre los refugiados sirios
EMPIEZA EL RECHAZO
Entre los países de la región que han recibido a más refugiados venezolanos hay que citar también a Chile. De los 164.866 migrantes que ingresaron en 2017, unos 72.600 lograron un permiso de residencia. El presidente Sebastián Piñera ha asegurado que Chile seguirá recibiendo a los venezolanos por una “deuda de solidaridad” contraída durante la dictadura de Pinochet, cuando miles de chilenos tuvieron que emigrar.
Ecuador es otro de los destinos preferidos por los migrantes de Venezuela. Sin embargo, la situación en este país andino es bastante diferente. De los 350.500 venezolanos que llegaron en el último año, unos 279.500 optaron por salir rumbo a Perú o Chile. Esto demuestra que para muchos migrantes, Ecuador es un país de paso.
“Hasta la fecha, los Gobiernos de la región han adoptado generalmente una actitud de bienvenida a los migrantes venezolanos, en su mayoría facilitando su llegada, la obtención de papeles para quedarse y trabajar, etc. Ha habido excepciones, pero por lo general los Gobiernos entienden que los migrantes venezolanos son víctimas del régimen de Maduro y los han amparado. Es difícil prever qué va a ocurrir a medida que siga aumentando el flujo migratorio. Obviamente ello plantea nuevos desafíos, pero sería muy preocupante y una regresión que esta política de apertura cambie”, señala Tamara Taraciuk de HRW.
A pesar de tener una de las políticas migratorias más generosas con los hermanos latinos de la región, Brasil empieza a sentir en su piel las consecuencias de este impacto migratorio sin precedentes. El pasado 20 de marzo, en la ciudad de Mucajaí, a 40 kilómetros de Boa Vista, se registró un alarmante episodio de xenofobia. Cerca de 300 personas invadieron una escuela que servía como abrigo para una 50 familias venezolanas, expulsaron a los inmigrantes del local y destruyeron sus enseres. Fue la respuesta a la muerte de un hombre brasileño de 49 años, agredido por venezolanos durante una pelea en un bar.
Gustavo da Frota Simões, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal de Roraima, critica la cobertura que hacen los medios brasileños de la crisis migratoria, que tacha de prejuiciosa. “Los diarios locales tratan el caso de la migración con ojos de quien no entiende el asunto y tiene connotaciones de xenofobia. El migrante o el ‘venezuelano’ [‘venezolano’, en portugués] es siempre autor del crimen, causante del aumento de prostitución, drogas, enfermedades y todos los males. La impresión es que, antes de la llegada en mayor número de los migrantes, Roraima era una potencia mundial”, afirma.
El presidente brasileño Michel Temer ha lanzado un plan de “interiorización” para que los migrantes venezolanos sean transferidos a otras regiones del país, en un intento de aliviar la presión migratoria sobre el Estado de Roraima. Los 40.000 venezolanos instalados en Boa Vista representan el 10% de la población total de esta ciudad.
SIN INTENCIÓN DE QUEDARSE
Amazonas y São Paulo son los dos principales destinos sugeridos por el Gobierno brasileño. En las próximas semanas, un primer contingente de 300 venezolanos debe llegar a São Paulo, tras acabar la cuarentena. Los migrantes son vacunados en la frontera contra la fiebre amarilla y el sarampión y deben esperar a estar inmunizados antes de poder ser trasladados.
“El problema es que muchos no quieren ir a São Paulo. La mayoría no desea instalarse en nuestro país de forma permanente. Aunque son refugiados, viven una situación de migración económica. Trabajan de manera informal en Brasil y mandan remesas a sus familiares. En realidad quieren regresar a Venezuela lo antes posible. Por eso prefieren quedarse cerca de la frontera”, explica el Padre Marcelo Maróstica, director de Cáritas en São Paulo.
“Muchos huyen de la devastadora crisis humanitaria que enfrentan en Venezuela, pero también hay perseguidos políticos y víctimas de la represión estatal. El común denominador es qu
e ninguno elige irse del país, todos se sienten expulsados. La otra cosa es que la gran mayoría quiere volver a su país, pero a un país democrático, donde no pasen hambre, ni terminen presos por oponerse al Gobierno. Esa sensación de desarraigo es común a todos los exiliados venezolanos, ya sean exiliados políticos o no”, explica Tamara Taraciuk.
En la megalópolis brasileña donde viven 12 millones de almas, el Padre Paolo Parise también trabaja con refugiados en la mencionada Misión Paz, una iglesia católica por la que cada año pasa cerca de un millar de migrantes. “Es muy importante que el Gobierno federal envíe a São Paulo solo aquellas personas que realmente quieren instalarse aquí. Otra cosa que estamos pidiendo es que no sean acogidos en abrigos para sintechos. No se trata de discriminar a este colectivo, pero hay que entender que los refugiados venezolanos, así como los haitianos en su momento, tienen otras necesidades y otro perfil”, explica este cura italiano, afincado en Brasil desde hace 10 años.
El Padre Paolo cuenta con orgullo que hace activamente lobby político junto al grupo de juristas que trabaja en su Iglesia para conseguir una ley de extranjería más adecuada a las necesidades de los refugiados. Precisamente fue Misión Paz la institución que acogió a Marifer y a su hija Miranda cuando llegaron de Venezuela. “Para mí ha sido un orgullo ver cómo la familia se reunía y cómo salían adelante, poco a poco. Recuerdo cuando Marifer me mandó por Whatsapp la foto de las llaves de su apartamento.
Fue muy emocionante. Es importante que ayudemos a estos migrantes desde el respecto y la dignidad, tratándolos como seres humanos que están pasando por un momento difícil y no como pobrecitos que necesitan caridad. Pasado un tiempo, lo que surge es una hermosa amistad”, subraya este cura. “A nosotros nos ha ido bien. Hay gente que tiene historias más garrafales. Pero creo que es posible lograr cosas, si te esfuerzas. Migrar es un asunto de actitud. Si te enfocas en lo malo, en que no vas a conseguir papeles o trabajo, en todos los obstáculos, nunca vas a avanzar. También es importante aprender a dejarse ayudar y a ser humildes. No se trata de bajar la cabeza y decir pobre de mí. Es saber aceptar la ayuda porque eres refugiado y aquí no tienes a nadie”, añade Marifer.
Publicado originalmente en www.elconfidencial.com