JOSÉ PULIDO –
Aunque no la conozcas y solo hayas visto su fotografía, basta con que la hayas leído, para que obtengas toda la configuración de una mujer que podría muy bien representar al sexo femenino en cualquier circunstancia; al sexo masculino en cualquier expresión; al reino vegetal en su permanente esperanza y mucho más que eso: ella podría representar todo lo que se ama de una ciudad.
Cuando Faitha Nahmens Larrazábal estaba recién graduada en periodismo, irrumpió como un huracán en la redacción de entrevistas y reportajes. Por sus observaciones, su apego a la verdad y el sabroso fluir de su escritura, se destacó de una vez y se mantuvo elevada en una cima de calidad hasta el día de hoy. Si el periodismo fuera una monarquía ella sería una reina.
En cada trabajo periodístico que se propuso, se comportó como quien busca conocimientos y los difunde, revelando los detalles importantes que se esconden en los enormes horizontes. Nada de secretos. Nada de intereses escondidos. Si el periodismo fuera una república ella sería la democracia.
Faitha Nahmens es una de las mejores entrevistadoras que hay. Investiga, profundiza y luego asume el acto de escribir con la misma pasión y dedicación de quien le proporciona estructura a una novela o a una sinfonía.
Si la energía que creó las montañas altas de Escocia es la misma que ha generado montañas como el Ávila, entonces Faitha es un hada, una aparición, un encanto. Para sus innumerables amigos ella constituye la fuente principal de un cariño que no cesa.
Su carisma, su gentileza, su amor por Caracas, son tan conocidos como el esplendor del Ávila. Ella forma parte del mejor paisaje humano que tiene el oficio comunicacional. A veces resulta difícil entender cómo puede poseer tanto coraje si su personalidad es como un aluvión de ternura, de generosidad. Recientemente ha publicado el libro titulado Franklin Brito, anatomía de la dignidad, que refleja su talento, su sensibilidad y también ese mencionado coraje. Esas páginas son un tribunal histórico donde se pone de manifiesto el momento desgraciado en que la justicia fue separada y anulada de cualquier proceso, del respeto a la vida y de todos los Derechos Humanos.
Y para escribir eso hay que tener dignidad y valor, porque se trata en todo caso de ponerse al lado de Franklin Brito, quien no es precisamente un cadáver amarrado a un caballo para asustar a sus verdugos: Franklin Brito es la piedra civil indestructible en el zapato militarizado, es el espíritu de la Constitución Nacional asesinada.
El libro circula, cualquiera puede leerlo. Es un acontecimiento y nunca dejará de serlo. Ni siquiera cuando todo parezca arropado por el olvido. Pero la entrevista con Faitha surge porque ella ha permanecido firme en su modo de hacer periodismo. Y eso también es un valor que debe ser reconocido.
LA ENTREVISTA
-¿Puedes hablar un poco de tu vida, tus estudios, tu familia?
-Me viene esta imagen amniótica u original, que mi vida es una sopa de letras, tiene temperatura que puede subir, espero que no, y ofrece como tabla de salvación las palabras. Son mi vocación y deleite. ¿Qué más de mí? He sido amada y mejor todavía, como dice Camus, he amado y amo: concuerdo con que no hacerlo es una tragedia. Creo en la posibilidad de cambio y en el vigor de los detalles. Más me motiva un beso oportuno que volar a Júpiter. De niña era soñadora y un poquito Harmoine, la de Harry Potter. Me desconcierta el chisme y toda cayapa y me produce coraje la posverdad. Adoro contar y oír. En la calle veo y escucho con curiosidad loca. De pequeña, me escondía detrás del sofá de casa para escuchar las conversaciones políticas que sostenían el tío Wolfgang con mi abuelo y Jorge Dáger o Ángel Zambrano, me descubrían a veces. Me gustan mis amigos, el cine, la pasión y la compasión, los árboles y el mango y su mensaje críptico que he compartido: man-go, el hombre se va. Escribir y leer, los dos tan imbricados. Tengo un hijo que adoro. He estado a punto de ir presa y tengo fe. Venezuela es mi casa y Caracas mi sala principal. Soy demócrata. Y sí, en desacuerdo con la entrañable Mafalda, amo la sopa.
-¿Cuándo comenzaste a sentir el destino de la escritura?
-En bachillerato hacía crónicas de episodios cotidianos o de las aventuras que vivíamos rebelándonos ante algún profesor pero las hacía desde el humor, creo que la ironía me divierte y la burla me descompone, intentaba tal vez hacer puentes con la palabra, mi obra de arquitectura favorita. Me gustan mucho el arte y la arquitectura. Y lamento los balcones cerrados en mi ciudad. Le temo al miedo. Digo: ¿y que sería del hombre en camiseta y de la eterna bicicleta y cómo hará Julieta? En bachillerato descubrí que escribir crea reacciones y, mejor, que me gustaba ver que la vida puede caber en el verbo. Estoy de acuerdo con quien dijo que existimos ¡para que todo sea escrito!
-¿Cómo te hiciste periodista?
-Me inscribí en la Católica y pasé años maravillosos con un grupo de amigos con los que hice la tesis, Merary Lander entre ellos, con quien trabajé en Exceso, es la madrina de mi hijo. Pero me hice periodista cuando sentí que podía contener el temblequeo de las rodillas y preguntar. Cuando me metí en líos. Cuando vi que lo que era una vocación era un oficio y había una cofradía con quienes compartir el asombro. Cuando vi la calle, la causa, el compromiso, el horror, el dolor, la belleza, las relaciones, los secretos moviéndose con su bamboleo sinuoso, el archipiélago que somos, el caos y las bombas, los prejuicios, las máculas bajo las alfombras y descubrí que podía ponerle título a todo como si fuera la pescadora y la verdad el anzuelo.
-¿Cuál ha sido tu peor momento?
-Recuerdo varias situaciones difíciles. Cuando en una concentración en la Andrés Bello, tras una batería de lacrimógenas, de pronto volteé y no había nadie a mi alrededor, solo humo y gritos lejanos. Hasta que vi a unos cuanto metros a un sacerdote rezando de rodillas. Yo no podía respirar y el cura se aproximó y me ayudó. No estamos solos, me dijo, Dios nos acompaña. Me volvió a pasar, quedar asfixiada, en otra marcha y me rescató mi amiga María Elena Azpúrua. También fue duro cuando fui demandada por un artículo que escribí en Exceso. Se supone que incurrí en injuria y difamación agravadas. Pasamos cuatro años en ese lío yendo a tribunales cuando por ley si no había sentencia el juicio debía caducar en año y medio. Salieron librados antes que yo Blanca Ibáñez y su lío de la compra de los jeeps y Juan Barreto pese a su pelea feroz contra el muchacho que llegó a su fiesta acompañado con su exnovia y se armó la gorda. En una de esas, en la comparecencia llamada audiencia del reo, inicié un proceso de aborto, me dolía el vientre, Ben Amí Fihman me dijo que estaba sin color. Lo más duro, sin embargo, puede ser esta incertidumbre y ser testigo de este penar compartido con el preso político, con el que come en la basura, con el venezolano que se va, con el que tiene miedo.
-¿Cuál ha sido tu mejor momento?
-Mi mejor momento, el nacimiento de mi hijo. Es una alegría haber trabajado por veinte años en Exceso, en ese laboratorio de ideas, pasión y vino. También me produce satisfacción que sea realidad virtual el libro Franklin Brito, anatomía de la dignidad que escribí sobre su dramático, injusto e insólito proceso jurídico, político y existencial. Aunque lo registrado es muy muy terrible intento la memoria. Añado lo bueno que vendrá, aguardo ese momento.
-¿Has llorado mucho en este tiempo?
-Dicen que la sinusitis son lágrimas que no han manado; tengo sinusitis. Soy llorona, pero me las apaño con discreción. En contrapartida, tengo horario para la tranquilidad y la esperanza: cada mañana. Despierto pensando que un día nuevo es una oportunidad y un privilegio; las guacamayas ayudan. Esta vida, con el horror y sus posibilidades, es la que tengo a mano.
-¿Qué echas de menos? ¿qué añoras?
-Con el confinamiento añoro ver la ciudad y la vida urbana, los amigos en un café, los espacios culturales de la ronda dominical, palpar la piel de los amores. Extraño a mi hijo a quien no veo desde que se fue hace seis años, echo en falta un pasaporte y una visa para esa visita fundamental. Confinamiento aparte, extraño, más que una época, las manifestaciones y ocurrencias que nos sacuden para mejorarnos, el plan ahora es más ambicioso y titánico, no provocar o debatir sino conquistar la libertad. Seremos pioneros del cambio y la toma de consciencia. Aunque esta pausa para pensar pueda ser un ejercicio seductor, estamos viviendo el invierno que ensimisma a otros por tres meses exactos; en este caso, nosotros no sabemos cuándo vendrá la primavera, la caraqueña. La democracia que es lo que más añoro.
-¿Desde cuándo te sentiste que escribir era tu destino?
-Mi tío Wolfgang, Wolfgang Larrazábal, me escribía cartas desde Ottawa cuando era embajador en Canadá y yo las recibía emocionada, me contaba con gracia sus peripecias oficiales, de los conciertos, de las recepciones, de su viaje al Polo Norte, y yo le contestaba a sabiendas de que aquello era un puente poderoso, ese del que te hablé. Descubrí que quería vivir así, dentro de la palabra. Luego leyendo libros, y leyendo en mi adolescencia novelas de aventuras, en una la protagonista era publicista, en otra era periodista y sentía que con ambas me identificaba. De niña veía encantada Hechizada por ella y por lo que hacía el marido publicista: lemas. Después quise, lápiz y papel en mano, asumir el registro de los hechos como memoria, como riesgo, como debate.
-Tú y la crónica ¿cómo es la relación entre las dos?
-La crónica es una forma golosa de beberse el panorama. Puedes servirte de lo tanto y además levantar piedras y ver más allá. Es un género que disfruto hacer, como el reportaje, su hermano. Y sin duda, el perfil. Intentar meterme en la cabeza de otro y conocer otra manera de pensar y procesar emociones. Es fascinante. Verme en ese espejo me nutre. Me gustan los streaptease que pueden dar las neuronas.
-En definitiva ¿qué marca tu búsqueda en la escritura? ¿en qué etapa encuentras la máxima satisfacción?
-Cada etapa de la escritura es un mundo, hasta que llegas a la siguiente y entonces ves que sumas eslabones. Investigar es fascinante, confirmar o, mejor todavía, sorprenderte: me encanta ese desafío conmigo misma de aproximarme a otros y replantearme los esquemas y poner en la mirilla lo estereotipos. Luego escribir es otra cosa. Cuando escribes te apropias del barro hasta ver completa la mancha de las letras sobre el fondo blanco. Siempre estás buscando entender, eso no es solo una etapa es un punto de mira.
-Qué significa en ti, periodista, escritora, ser del país que hoy parece agonizar
-Soy venezolana para bien y para mal, escribir en Venezuela ahora mismo es escribir de Venezuela. Es un ejercicio de paciencia, de riesgo, de tenacidad por la noticia esquiva y por la belleza que se esconde más. Es doloroso y sorprendente. Es también puente en la fractura. La costura necesaria puede tener un discurso. El periodismo nos cuenta del destrozo y con esa verdad abofeteándonos sabemos que tenemos que insistir con el hilo y la aguja. El país es muchos, pero podríamos construir uno común.
-¿Qué es lo que más amas en la vida?
-A mi hijo, a mi país, el arte, comer rico (los postres de mi hermano Alberto, un chef secreto), los besos en la boca y, claro, la palabra. También amo los viajes y valerme de la imaginación para alzar vuelo. Veo la teleserie El Mentalista y me imagino en su cabeza, y veo el programa del querido flautista Luis Julio Toro y voy con él en la moto por Mérida, y oigo música y me transporto a un lugar conocido o no, a un recuerdo y a una emoción sin tiempo ni lugar que es deliciosa abstracción pura. Hay unas canciones de Sting que me llevan a los sótanos de las torres de El Silencio, rarísimo, así como las canciones de Navidad me llevan a un espacio de alegría infinita eternamente infantil. Amo el vino y el jugo de naranja. Oír una carcajada.
-¿Qué haces cuando te desanimas?
-Lloro, leo, como queso o cambur. Toco cuatro. Si es muy grave hablo con alguien querido que seguro estará haciendo esfuerzos para sostenerse y probablemente con la pésima señal de casa no nos oigamos bien lo que me descompondrá más. El abatimiento es tan común.
-¿Has avanzado con lentitud o con prisa? ¿con dolor o alegremente?
-Qué bella pregunta. Creo que soy lenta. El periodista y pana Marcos Salas decía: “ta-lentosa la niña”, ja. Creo que me gusta lo que se macera. Seducen las palabras dichas con urgencia, pero sin duda las pensadas eso parece lo antagónico a tener pasión, que la tengo, pero es así, disfruto el camino, soy distraída y paciente, aunque taquicárdica. No tan lenta para enamorarme, por cierto, para olvidar sí. Solo he sido rápida para aprender a tocar cuatro: con un manual en tres días tenía la mano suelta tocando los distintos géneros y un montón de pisadas aprendidas. Tengo muchísimos libros pendientes, y siento que el futuro, el imaginado, parece inasible, pero creo que veremos los cambios, los produciremos y creo que tendré tiempo de alcanzar lo anhelado.
-¿Qué es lo que nombras con más insistencia cuando escribes?
-Venezuela es el sujeto y mi predicamento. Lo que más escribo es sobre la lucha, somos los Atlas sosteniendo nuestro mundo, eso me admira. Escribo sobre la devoción y la tenacidad. La unidad también es un tópico, no la uniformidad. Caracas es un leit motiv siempre. La democracia otro. La belleza que también está en el ojo del que mira. La esperanza. Y lo desconocido. El periodismo es descubrir, tienen que haber asuntos insospechados.
-Este tiempo ¿lo has visto bien? ¿lo has podido atrapar con tus palabras?
-Es difícil, es un tiempo que revela otros tiempos, es un juego de espejos y es espejismo, vivimos una realidad de bajorrelieves, de disparidades, de inconexión. El filósofo Manuel Briceño Guerrero decía que no hemos internalizado aun las culturas que conforman nuestra identidad por lo que a veces somos el retrechero que consiguió su libertad, pero tiene resentimientos, el gozón que asimiló las delicias del mestizaje, el mandamás que dice que esto es así y punto, el tímido que fue ridiculizado por el autoritario, de ahí la llamada desesperanza aprendida. No sé si solo alineándonos matemáticamente un día como planetas de una misma galaxia conseguiremos sortear este horror y vencernos en paz, es difícil ese punto cúspide. Pero creo que igual lograremos sortear este trago amargo, venenoso, y salir airosos. Hemos aprendido muchísimo de lo que somos como conjunto y en lo particular quisiera que el periodismo metiera el hombro dando pistas para romper esquemas mañosos, resabios empozados y distancias, no sé si viviremos poéticamente como recomendaba Armando Rojas Guardia pero ojalá consigamos librarnos de esta acre telaraña. Así que intento entender esto para disfrutar el título que viene: Venezuela logró su libertad.
José Pulido, poeta y periodista venezolano. Reside en Génova, ciudad de Italia.