Corresponsales en tierra calienteSEBASTIÁN DE LA NUEZ –
Francia Natera formó parte de la primera promoción de Periodismo que estudió en la UCV junto a Miguel Otero Silva, Reyes Baena, María Teresa Castillo, Lucila Velásquez y muchos más. Estuvo cerca de Pablo Neruda, entrevistó en La Habana a Fulgencio Batista justo antes de caer y a Gabriela Mistral en Nueva York. Tiempos dorados, pero Sebastian de la Nuezcon tormentas; por esas esquizofrenias de la vida, el sanguinario Pedro Estrada la trató —en la única ocasión en que la tuvo enfrente— con cortesía. Cercana al partido Acción Democrática, hizo buena parte de su carrera en el diario El Nacional pero uno de sus últimos trabajos fue en La Casona junto al presidente Carlos Andrés Pérez (sobre esa experiencia dice: «No era el trabajo que me gustaba»). Le encantaba el reporterismo, nunca temió preguntar y repreguntar el por qué de los hechos. Una periodista de verdad, estuvo en el sitio preciso en momentos históricos de la segunda mitad del siglo XX venezolano. Vivió para contarlo. Su figura merece seguimiento por parte de las nuevas generaciones. Lo siguiente es su testimonio contado en primera persona: una rica peripecia profesional y vital. Se grabó hace siete años en un apartamento de la caraqueña urbanización La Castellana, perteneciente a una amiga con quien pasaba unos días. Con sus facultades disminuidas, ya tenía dificultades incluso para caminar. Ha permanecido inédito, este relato, hasta ahora. Francia Natera falleció en diciembre de 2012.

***

Comencé en El Nacional siendo corresponsal en Ciudad Bolívar, porque soy guayanesa. Vino la gran inundación del Orinoco, que fue justamente en el año 1943, cuando se fundó El Nacional, y allí estaba yo.

Antonio Arráiz vino a mi casa, porque yo estaba conectada con la gente de El Nacional de Caracas, y me dijo que había que buscar un corresponsal para Ciudad Bolívar que cubriera la zona de Guayana. Me preguntó “¿a quién se te ocurre?” y yo le dije que conocía a dos o tres periodistas. Pero Ciudad Bolívar en esa época era una ciudad casi sin vida, solo se leía El Luchador, que no era un buen periódico. Mi familia tenía El Bolivarense, era de mi tío Brígido Natera y yo tenía un primo a quien le gustaba mucho el periodismo, era abogado pero le gustaba el periodismo: Eleazar Alcalá. Él y yo fundamos un periodiquito, de corta vida como todos los periódicos del interior, que se llamaba ABC, fíjate qué original, copiándonos del ABC de España. Nosotros íbamos a Upata, donde había una imprenta pequeñita. Hicimos cuatro o cinco números, nadie nos daba publicidad. La publicidad como tal no existía en Venezuela, vino con ARS. Aquí quien levanta la publicidad en Venezuela es Carlos Eduardo Frías, con su célebre “Permítanos pensar por usted”.

El periodiquito no duró mucho pero algo aprendí. Además, veía El Nacional y me lo comía desde la primera página hasta la última. Y leía casi todos los periódicos de Caracas que llegaban a Ciudad Bolívar, muchos retrasados. Me gustaba el periodismo, sin estudiar ni nada. Ya había hecho el bachillerato. Entonces vino Antonio Arráiz, le presenté a uno y a otro. Su hermana Elba, que era amiga mía, le dijo que yo estaba en Ciudad Bolívar y que me buscara. Entonces, cuando él se iba, le pregunto:

—Antonio, entonces, ¿qué has decidido?
Y me contesta:
—La corresponsal vas a ser tú.

Con la inundación del Orinoco fue para Ciudad Bolívar el general Medina, presidente de la República. Todo el mundo estaba allá viendo aquello porque la inundación, esa vez, fue gravísima. A nosotros no nos afectaba porque vivíamos en la punta de la ciudad, en la catedral, pues, la parte alta. Comencé a mandar mis notas a Caracas pero, sabes, como corresponsal regional es poco lo que uno puede hacer porque en ese pueblo no pasaba nada. Pero me aprovechaba más bien de la gente que llegaba de Caracas y daba las noticias. Me fogueé un poquito.

Me impresioné mucho cuando vi por primera vez El Nacional porque era un periódico distinto, y aunque parezca mentira, una de las cosas que llamaba la atención era que no tenía pases de página. Porque, me acuerdo, en El Universal una noticia empezaba en la pagina 1 y terminaba en la 7. Y esa fue una innovación de El Nacional. Además, comenzamos a leer a Andrés Eloy Blanco, a saber de otras figuras que no se leían en El Universal, que era un periódico muy reaccionario, de derecha, que no es el periódico de ahora.

Francia Natera, pionera
Foto/ Archivo El Nacional

Llegué a Caracas en marzo de 1945. Yo soñaba, y desgraciadamente no seguí soñando, porque tenía un proyecto a escondidas de mi abuela y de algunas personas de mi familia… Porque yo decía “me voy a Caracas, conquisto Caracas y de allí sigo para Estados Unidos porque voy a ser una periodista internacional”. Pero me casé. Iban a fundar la revista Life en español y yo era la candidata. Pero ya estaba casada y con un hijo en los brazos. Entonces ahí se me acabaron los sueños. Me casé con Gustavo Jaén, que también era periodista. ¡Se me cortaron mis sueños! Pero empecé a viajar mucho y a conocer periódicos de otras partes del mundo, y a otros periodistas. Por ejemplo, a Oriana Fallaci; tuve locuras con ella. Lo que ella escribía me lo leía para aprender cómo lo hacía. Al poco tiempo de haber llegado a Caracas hablé con Miguel Otero (Silva) para ver si podía trabajar en El Nacional y él me abrió las puertas inmediatamente.

Empecé trabajando con Miguel Otero directamente, hacíamos una columna. Él lo hizo también para que yo me fogueara en la ciudad. La columna gustó mucho: él me mandaba para la calle a recoger las noticias que no iban a salir en primera página. Yo llegaba en la tarde con mi quincallita de noticias; aprendí mucho con Miguel, siempre lo he dicho, fue mi maestro. Un día me pasaron a Información General como reportero, y siempre dije que el único premio que quería era el de mejor reportero[1] de El Nacional, y me lo dieron: me lo dieron con la información de la muerte del general Isaías Medina Angarita.

Yo era el reportero que vivía más cerca de su casa en el Country Club, entonces me llamó mi jefe de información a las 6:00 de la mañana para avisarme que se había muerto el general Medina[2], que me fuera directamente para allá. Vi todo lo que pasó con Medina: lo vi en pijamas, vi cuando el enfermero sacó la silla de ruedas y la cerró y la metió en un clóset, presencié la entrevista de Irma Felizola de Medina con Laureano Vallenilla cuando este le fue a decir que [las autoridades gubernamentales] querían hacerle honores y llevarlo al Congreso, y ella le dijo que no. Yo estaba con el Gordo Pérez, mi compañero, mi fotógrafo, una maravilla, ese hombre era un gran periodista. Lo que no veía uno lo veía él. Llegué al periódico como a las 8:00 de la noche cargada de información y me senté en aquella máquina a escribir como loca. Y [José] Moradell venía y me sacaba las cuartillas por la mitad y me decía “apúrate, Francia, que vamos a cerrar”, y eran las 12:00 de la noche y yo volaba en aquella máquina. No sabía qué había allí. Cuando llegué a la casa le dije a Gustavo que estaba nerviosa porque la noticia del día siguiente estaba en mis manos, era una gran responsabilidad.

Lo cierto es que cuando llegué el otro día a El Nacional como a las 11:00 de la mañana, Miguel y todo el mundo me felicitaron porque teníamos la mejor información de ese día. Y allí me dieron el premio. No mejor reportera, porque yo era la única, sino de mejor reportero. No me podía molestar porque el mejor reportero es el mejor reportero de toda la planta de reporteros de un periódico que tenía a los mejores periodistas del país. El Premio Nacional de Periodismo nunca me interesó.

***

Tengo 87 años, para que ustedes lo sepan. Nací en 1923. Y creo que lo único que me queda es la cabeza. Miguel Otero era una persona a quien todos admiraban mucho como periodista, y además era un jefe increíble. ¡Tantas cosas aprendí de Miguel que pudiera escribir un libro, un texto para los estudiantes! Me decía:

─Francia, escribe claro, tú no eres poeta, eres periodista y los periodistas tienen que escribir claro, decir exactamente qué es lo que quieren decir. Olvídate de las florituras, usa el español que la gente va a leer en la calle.

Después, la manera en que trataba a la gente: Miguel trataba a su personal que era una maravilla. Si uno cometía un error y ya el periódico estaba hecho, decía:

─No reclamen, ya el periódico está en la calle, el reclamo es en la Secretaría de Redacción antes de que el periódico salga a la calle. Después de que el periódico está en la calle no hay reclamos. Si me confundes a mí con Brigitte Bardot, después que está en la calle no se puede hacer nada.

Además, ¡era un hombre tan inteligente, y amaba tanto el periodismo…! Realmente fue poeta y novelista, tiene varias novelas buenas, pero sobre todo era un gran periodista.

En los días en que se hablaba de golpe a Gallegos me dice Miguel, porque acuérdate que El Nacional estaba en Puerto Escondido, “vete por el Congreso, por esos lados, y ve qué captas en el ambiente”. Fui y me metí en las oficinas de Ramón Velásquez, que trabajaba en la Corporación Venezolana de Fomento. Y me metí en su oficina porque Ramón siempre lo ha sabido todo. En esa época, cuando era reportero como yo, estaba tan informado como hoy que tiene 95 años. Ramón me dijo cómo iba a ser el golpe. Yo pasé por la Policía, que en esa época estaba frente al Congreso, por la iglesia San Francisco, y estaba acuartelada arriba. Entonces llego a El Nacional y le cuento a Miguel todo lo que había visto y todo lo que me había dicho Ramón Velásquez (pero no le dije que había sido él, sino que lo había averiguado en otra parte, por mi cuenta). Entonces Miguel se puso irritadísimo y me dijo:

─Bueno, ¿pero tú también te vas a meter a golpista?

Le dije que había hecho lo que él me había pedido, salir a buscar información, a ver qué era lo que estaba pasando, y que lo que estaba pasando era que Pérez Jiménez iba a dar un golpe y que posiblemente iba a ser al día siguiente.

Ese día había salido la entrevista que Miguel le había hecho a Gallegos, y este, quien había sido su maestro, le había dicho: “Miguel, un presidente no se pone pantuflas para correr”, porque lo había recibido en pantuflas. Yo creo que Gallegos no sabía nada del golpe. Acuérdate que él tampoco supo nada del golpe contra Medina, se lo dijeron después de que el golpe ya estaba dado, porque él era antigolpista. Miguel era el hombre que quedaba ante el país como el que garantizaba que no habría golpe. ¡Y le vengo a decir yo que sí habría golpe! Bueno, me perdí de El Nacional por unos días. Porque cuando salió lo que yo sabía, lo que yo tenía y lo que me contó Ramón Velásquez, tenía miedo, porque efectivamente dieron el golpe al día siguiente. Miguel estaba muy molesto porque con lo que yo había traído de la calle estaba negando la entrevista de él de ese día. Gallegos era un intelectual, y no ha debido nunca meterse allí. Para Gallegos, Carlos Delgado Chalbaud era como su hijo. Isaac Pardo le fue a decir:

─Mire, maestro, Delgado Chalbaud está metido en el golpe.

Y él no lo quería creer, decía que no era verdad. Para poder fundar la Seguridad Nacional tuvieron que matar a Carlos Delgado. Quién lo mató, nadie sabe. Bueno, sí sabemos quién lo mató pero de dónde salió la orden, eso nadie lo sabe. Porque Pérez Jiménez se murió negándolo. Pero, ¿a quién le convenía la muerte de Carlos Delgado? A la Junta. A los dos de la Junta.

Para los de El Nacional y para todos los periódicos en general fue muy duro. Los de El Universal se cuidaban mucho; no los periodistas sino sus dueños. Pero El Nacional estaba abiertamente contra la dictadura. A nosotros nos llevaban todos los días a un compañero. Imagínate que el día en que se llevaron a Chepino Gerbasi fue el mismo día en que pusieron preso a Ramón Velásquez y y a Luis Miquilena, que los llevaron a la cárcel de Ciudad Bolívar, y yo que soy de allá te digo que aquella era la cárcel más espantosa, porque con aquel calor… El Partido Comunista había organizado una cosa maravillosa: nosotros sabíamos todo de la Seguridad Nacional porque ellos tenían un correo increíble; entonces, cuando comenzaron a torturar a Chepino, enseguida lo supimos.

Por cierto, yo había estado en La Habana, porque me había mandado el periódico a hacerle una entrevista a Gabriela Mistral, y entrevisté a Batista también. Entonces fue alguien de Acción Democrática, creo que Braulio Jatar Dotti, y me dijo que si yo podría o me atrevía a traer una correspondencia, que Rómulo me mandaba a decir, porque Rómulo siempre fue mi amigo. Por supuesto dije que sí. Pero al día siguiente fue otro enviado de Acción Democrática y me dijo: “Mira, Francia, no vamos a mandar las cartas contigo porque es obvio que te van a registrar en lo que llegues; es poner esa correspondencia en peligro y ponerte a ti en peligro. Hemos resuelto que no vamos a mandar nada”. A mí se me quitó un peso de encima porque estaba dispuesta a traer mis cartas aunque nunca fui muy valiente… más bien miedosona. Cuando estaban torturando a Chepino le preguntaban si yo había traído unas cartas de La Habana, entonces él me mandó un papelito que nunca recibí, donde me decía que procurara salir del país. Pero estaba tan nerviosa que mi marido, una noche en que pegué brincos en la cama, me dijo:

—Mañana voy a hablar con Andrés Boulton porque te vas del país, alquilamos esta casa y te vas del país.

De todas formas llegué para la caída de Pérez Jiménez, y Chepino apareció en mi casa el mismo día en que lo soltaron. Me dijo:

—Cuando leí en El Nacional que te habías ido del país, que te habías ido a España por un año, yo me dije “Francia recibió mi papelito».

Pero nunca lo recibí.

La entrevista a Gabriela Mistral quedó bellísima. Miguel siempre decía que esa era la mejor entrevista que yo había hecho. Salió en la cuarta pagina no sé por qué, con llamado en primera. Fue muy bello ese encuentro. Ella estaba en la casa de la poetisa cubana Dulce María Loynaz y nos dijo que ella no conocía La Habana. Entonces el Gordo (Pérez, fotógrafo) y yo le preguntamos si iría con nosotros a conocerla, y nos la hemos robado de la casa de Dulce María. Ella era una mujer sumamente dulce, y muy maestra de escuela… Me trató siempre como “la chiquita”, debe ser porque yo estaba joven y siempre me daba consejos. Me dijo una cosa muy hermosa:

—Ocúpate de lo que hace tu pueblo. Venezuela tiene muchas costas, ustedes deben tener muchos pescadores: ¿qué hacen los pescadores, cómo viven…? ¿Por qué no te ocupas de eso?

Era una mujer humilde y siempre se interesaba por el trabajo de los demás. Hay muchas cosas de las que ya no me acuerdo… conocimos La Habana en el carro que nos alquiló El Nacional, y le pregunté si conocía Caracas. Me dijo que Gallegos le había dicho que había un camino muy alto que no era bueno para su corazón (porque todavía no se había construido la autopista). Hablaba un lenguaje hermosísimo. Era una india, muy parecida a Neruda.

Francia Natera, pionera del periodismo venezolano

Me acuerdo de cuando vino Galo Plaza, el presidente de Ecuador. Leí en un periódico americano que era un hombre sumamente apuesto y buenmozo, el día en que llegó publiqué una nota que era prácticamente una declaración de amor… claro, me estaba copiando del periódico norteamericano. Total que cuando llego a la rueda de prensa (el embajador de Ecuador era amigo mío, en esa época todo el mundo se conocía y todos eran amigos) veo que Galo Plaza le hace señas al embajador, y este me mandó un recado y me dijo que no me fuera para presentarme a Galo Plaza, pero me dio pena y me fui a escondidas del embajador, porque era demasiado. Era un hombre muy alto, y efectivamente muy buenmozo. La rueda de prensa se hizo en una casita en El Paraíso, donde era la embajada.

Una vez fui a entrevistar al embajador de Paraguay, porque estaban en la décima conferencia de Caracas. Me dice que es almirante. Entonces le pregunto si ellos tienen una flota muy grande porque no tienen mar y me contestó: “Señorita, no sea ignorante, no tenemos mar pero tenemos un río muy grande”. Entonces, al título de la nota le puse “Almirante de agua dulce”. ¿Y es que podía ponerle un título que no fuera ese? Después, el embajador de Nicaragua me dijo que ese hombre se había ido de Caracas por mi culpa, porque había quedado avergonzado por esa entrevista.

Así también me pasó con la esposa de Somoza cuando vino a la embajada de Nicaragua en Caracas. Venía de visitar a Perón en Argentina. Era una señora gordita, con unos tacones altísimos, un vestido de satén moaré, con tules y cosas, un corsage de orquídeas, una cadena con una cruz enorme que le había regalado Perón, según me dijo ella, sortijas en todos los dedos, pulseras… Describí en la nota la lista de joyas. Me dijo que me iba a enseñar la foto de una sobrina que era igualita a Evita y que al parecer se la llevaban a Perón para que éste no se sintiera tan mal por su muerte. Estaba Pedro Estrada ahí, visitando a Somoza. Entonces yo le pregunto: “Señora, ¿ustedes pueden votar?, ¿las mujeres pueden votar en su país?”, y Somoza me quita la palabra para decirme que sí, que las mujeres sí pueden votar, y dice ella: “Mentira, Tachito, mentira, que todos los años nos lo ofrecen pero nada”. Aquello fue tan espantoso, que a las seis de la mañana llamó Margot Boulton a mi casa para preguntar si yo estaba presa. Yo no inventé nada. El Nacional le dedicó una página completa.

Uno no inventa nada, eso es lo que uno ve, lo que a uno le pasa. Cuando murió Zoila Castro, la viuda de Cipriano Castro, eso lo tenían súper escondido, nadie sabía que ella estaba aquí. Salimos el Gordo y yo a una casa, creo que en Los Palos Grandes, yo vestida de negro, para que pareciera una señora más que iba a dar el pésame… Entonces el Gordo saca su cámara y toma aquella foto, porque la urna estaba destapada, y cuando descubrieron que éramos periodistas nos echaron de la casa como a unos perros. Pero el único periódico que sacó una foto con la vieja en la urna fuimos nosotros, y eso fue una gran satisfacción.

Mira lo que me pasó con Perón. A mí me dieron la entrevista, me fui al Hotel Tamanaco y pasé toda la noche medio adormitada en una silla. Como a las diez de la mañana me mandaron de relevo de El Nacional a Federico Pacheco. Me fui para mi casa, que quedaba cerquita en Las Mercedes, y a los diez minutos llegó Perón y me perdí de hacer esa entrevista. Yo soñaba con hacerla. Después, en Buenos Aires, traté de entrevistar a Isabelita pero la situación estaba muy complicada, ya estaban metiendo presa a la gente. Tanto así que me llevé un susto estando allá: soy muy amiga de un pintor argentino llamado Pérez Félix, un gran pintor, y él me dijo que la mejor pizzería de la ciudad estaba en la calle Maipo, que era la calle de los cines. Cuando Gustavo y yo llegamos, esa calle estaba full de gente. Nos sentamos y pedimos nuestra pizza. En eso llega un pelotón de soldados, sacaron a dos mesoneros: fue horrible. A todas estas estábamos apuntados por metralletas. Yo quería encender un cigarrillo y no encontraba el encendedor. Un señor que estaba sentado en la mesa de al lado se ofreció y el militar se lo prohibió. Se acercó a nosotros y nos pidió los pasaportes, y yo había dejado el mío en el hotel. Gustavo le dice que soy su esposa y que se notaba a leguas que yo no era argentina, que si quería íbamos al hotel a buscar los papeles. Finalmente se fueron, y cuando nos fuimos caminando al hotel no había una sola persona en las calles. Hay que ver el miedo que la gente tenía. Me habían dicho que me comunicara con López Rega, que él podía conseguirme la entrevista, pero no pude, ella estaba casi presa.

No pude conocer a Oriana Fallaci. Estuve en el balcón donde ella estuvo en la Plaza de Las Tres Culturas, donde no la mataron de casualidad. Yo me aprendí ese reportaje de memoria, es una verdadera obra maestra.

A (Arístides) Bastidas lo metí yo en El Nacional porque Miguel Otero no quería saber nada de la gente de Últimas Noticias. Pero se lo metí por los ojos. Había un pique con Kotepa Delgado, además, los estilos eran muy distintos. Últimas Noticias se inventaba unas maravillas: un perro con tres cabezas, un cochino con cinco patas. A mí me confesó Oscar Yánez que ellos tenían un cliché que lo llamaban “el borraíto” (un cliché fotográfico que estaba borroso) y lo utilizaban siempre que no tenían una foto para publicar con las notas porque el archivo era muy precario.

Un día llegó Miguel a mi casa en Las Mercedes con Cuto Lamache y me pidió Áspero, de Antonio Arráiz. Gustavo le dijo que estaba en la biblioteca. Fueron juntos a buscarlo y me quedé con Cuto, y pusimos tango, la canción que dice “Caminito, amigo, yo también me voy”. Miguel lo oyó y le dijo a Cuto que llamara a El Nacional porque quería que esa fuera la mancheta del día siguiente. Y así fue. Eso fue cuando el boicot a El Nacional.

Fui a Connecticut, adonde se había ido Antonio Arráiz, muy cerca de la casa de Paul Newman, y se negó rotundamente a recibirme. No quería saber nada de Venezuela. El se casó con la niñera de sus hijos. Imagínate, yo que trabajé con él y tuve tanta relación con él.

Entrevisté a [Fulgencio] Batista: fue la entrevista de la medianoche, porque me recibió a las doce de la noche en el palacio presidencial. Me dijo: “Le voy a dar una primicia, yo no me vuelvo a lanzar de candidato”. Pero yo no sabía que Fidel estaba casi a las puertas de La Habana. Fue muy agradable la entrevista. Batista era un hombre muy simpático. Durante la entrevista se dio cuenta que tenía las trenzas de los zapatos desamarradas y se agachó a amarrárselas. El Gordo fue a tomarle una foto y él le dijo: “No, Gordo, a un presidente no se le retrata así”, y no dejó que le hiciera esa foto.

***

Teníamos un amigo en la Seguridad Nacional y un día nos dijo que a Gustavo le habían puesto un seguranal [es decir, un agente de la SN para seguirle los pasos], y que tuviéramos cuidado. Entonces nos la pasábamos viendo para atrás, pero nunca veíamos a nadie. Nos encontramos un día a Carlos Jaén y le dijo a Gustavo que tenía a un hombre atrás que lo tenía loco.

Uno siempre tiene curiosidad de saber por qué.

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Conocí mucho a Neruda. Más de un palo me eché con él. Aprendió a tomar aquí en Venezuela. Creo que fue Luis Pastori con quien aprendió a beber. Siempre andábamos juntos, también con José Ramón Medina y Miguel Otero. Neruda, adonde quiera que iba, llegaba con sus frutillas y su botella de vino a preparar vino con frutillas al estilo chileno. Lo conocí en Francia cuando era embajador de Chile y la mayor parte de sus invitados eran venezolanos. Allá iban Mercedes Pardo, Alejandro Otero, Soto; además compartíamos las mismas preocupaciones por las dictaduras latinoamericanas. Ellos eran unos comunistas sui géneris: ricos, exquisitos, pero como reacción de lo que pasó con Gómez, acuérdate que todos ellos vivieron el horror de Gómez. Hubo como un desquite.

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Te cuento mi primer viaje a Nueva York: Aeropostal quería que yo hiciera un reportaje sobre el mantenimiento que tenían allá sus aviones. Me fui para allá y Carlos Dorante había quedado en ir a buscarme al hotel. Llegué, dejé las cosas en la habitación y bajé corriendo al bar del hotel. Pedí un cigarrillo, no sabía fumar, y un martini. Los mesoneros tuvieron que llevarme a la habitación por la rasca que agarré. No volví a tomar martinis más nunca en mi vida. Hice una columna que se llamaba “New York, New York”. Yo procuraba ayudar a los venezolanos que estaban allá, a mandar noticias de lo que hacían en Nueva York. Sobre todo artistas y escritores.

De la décima conferencia de Caracas nos sacaron a Jorge Humberto Cárdenas (que era uno de los fotógrafos), a Héctor Mujica, a Carlos Dorante y a mí. Carlos tenía fama de que era cobardón. Total que pasamos juntos al interrogatorio con Ulises Ortega y éste lo primero que dijo fue:

—Porque quiero que sepas que te has metido en un resbaladero de mierda.

Y Dorante le responde:

—Mire, señor Ortega, yo le voy agradecer, Francia es una compañera a la que queremos y respetamos, no vuelva a decir malas palabras delante de ella.

A Héctor lo torturaron bárbaramente ese día, le pegaron en las manos para que no escribiera más. Porque dijeron que los periodistas de El Nacional éramos los que dejábamos papeles contra Pérez Jiménez sobre el escritorio de los senadores. Me dejaron en un cuarto oscuro hasta las 7 de la noche, y de allí me pasaron donde [Pedro] Estrada y él me preguntó que a dónde quería yo que me mandaran y yo pensaba que me iba a mandar a Ciudad Bolívar. Me preguntó de nuevo:

—Ajá, entonces, ¿quieres que te mande a tu casa o al periódico?


(1) No usa el término en femenino, sino en masculino siempre.

(2) El expresidente Isaías Medina Angarita murió el 15 de septiembre de 1953.

Publicado originalmente en el portal hableconmigo.com el 27 de abril de 2018, bajo el título “Uno siempre tiene curiosidad de saber por qué

1 COMENTARIO

  1. Excelente entrevista a Francia Natera. Pero hay tantas cosas que se pueden recordar de esta maravillosa persona y extraordinaria periodista. Fue mi primera colega amiga, cuando llegue a Caracas, en 1959.
    Tenía el don de la amistad. Le llegaba al entrevistado casi mágicamente. Así lograba la respuesta que buscaba.
    Siempre la admiré y respete como profesional y amiga.

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