CARMEN VIRGINIA CARRILLO –
La escritora venezolana Cristina Falcón Maldonado (1963) partió hacia Italia hace ya casi tres décadas. Actualmente vive en Cuenca, España. Su escritura tiene dos vertientes: la poesía y la literatura infantil. Ha publicado tres poemarios: Premura sagrada (1986), Memoria errante (2009) y Borrar el paisaje (2014) y varios libros para niños, entre los que destaca el cuento Letras en los cordeles (2012), que ha sido traducido a varios idiomas.
El libro que nos ocupa, Memoria errante (2009), está dividido en cinco partes. “Hubo de irse”, “Deriva”, “Regresos”, “Fronteras” y “Destinos”. Estos títulos configuran una bitácora de lectura que traslada al lector del espacio nativo del hablante, al lugar de residencia. A lo largo del recorrido geográfico, con sus idas y venidas, Falcón habla de migración, de la memoria, de la infancia y de la casa materna.
Desde su condición de extranjera, Falcón encuentra en la palabra poética un espacio para interpretar esas diferencias que, a ratos, se hacen insostenible. Experiencia hecha palabra, poema, obra.
Lejanas latitudes
corro en la memoria
llueven sobre la palabra
me borran.
…
De qué nos han valido
los viajes de ida y vuelta
si no somos dueños de bitácora
si el destino no se deja
si nos deja
más que esta pesadumbre
errática.
La voz poética oscila entre el presente de la extranjera y el pasado en Trujillo, Venezuela. El espacio añorado está representado en oposición al país de acogida. La no pertenencia, el sentirse forastero, diferente, otro, es el resultado de una situación de extrañamiento que genera la separación del espacio nativo, de lo conocido, del lugar de los afectos.
Toda exclusión implica la posible pérdida de la identidad. Lengua, tradiciones, costumbres, se ven amenazadas por la necesidad de asimilarse a la cultura del otro. En el poema VII dice Falcón:
No menciones
la memoria
porque en ella pueden encontrar
ese reflejo
al que han decidido tirarle una piedra.
El deseo de preservar la herencia familiar la obliga a recurrir a la memoria, para, a través de ella, mantener lazos perdurables con la raíz de su existencia: sus creencias, su familia, su tierra:
XXXIII
Vengo de la memoria
allí tengo mi zaguán
mi taza de peltre
mi vacío asomado desde el poyo de la ventana.
Vengo de no estar.
Voy amueblando estancias
sorteando esperpentos
sacudiendo semillas de anís estrellado
flores de malabar
sortijas de tierra
del barro que soy
Sacudo sortijas
en tierra de nada
de nadie.
La extranjería, vista como condición fundamental e inevitable del yo lírico, está representada a partir de la traslación espacio-temporal: del microcosmos familiar cerrado, íntimo, protector del pasado, al espacio abierto, amenazante, del presente:
XVII
Siempre hubo errancia
desde que comencé a perderme por el solar
mucho mundo más allá de las tapias
mucho como para quedarse.
No se te vaya a ocurrir
después de todo
necesitar nombres
querer dormir
viendo bajar la neblina
oyendo a café dulce
abrazando una espalda frágil.
Nos hacemos gusanos
a los que ya no les crecen esperanzas.
En los versos, una sucesión de eventos y memorias permiten al yo lírico “desandar las rutas”:
XXI
Voy a marcar rumbo
aunque el faro del sur
no me asista.
Desandar las rutas.
Voy a izar velas en la caliza
a volver
con el bajel a cuestas porque no soy de mar
soy esta especie
de tierra
por todo lo ajeno.
La memoria espacial permite retomar el hilo de su existencia, volver a sus raíces, al paisaje nativo, a la casa materna:
La memoria no existe
no es nada
si no tiene que ver
con un corredor
con una esquina
un abrazo.
Te falta el aire
y das las gracias
porque después de todo
y del tiempo
tienes que morderte
esa llaga en la boca
al que firma la condena y la constancia
de lo que seguimos siendo.
La rememoración de la infancia se formula desde una percepción sensorial. Ese tiempo feliz en que las certezas cobijan el desamparo:
Cuando los nombres no nos pertenecen
es mejor cerrar los ojos
volver
a espacios conocidos
respirar la fruta de la infancia
dejar que suene
la voz
que ya no espera ser articulada.
La infancia es representada como la edad de la añoranza. Plagada de lugares, aromas y sonidos que se van perdiendo en los laberintos de la memoria y que el poema invoca en un intento de perpetuar una verdad que amenaza con diluirse en el olvido.
Nacer y morir.
Regresar
por las calles de la infancia
cada día.
Mis calles llevan
fechas
que asigna la memoria
nombrarlas
volver calle arriba y calle abajo
se convierte
en el sustento.
Aquellos lugares que se perciben como privilegiados y se convierten en espacios de escritura. Los recuerdos se organizan a partir de los espacios físicos en los que sucedieron. Estamos frente a una escritura autobiográfica cargada de melancolía.
Voy por la casa
nadie parece darse cuenta
de que voy
inclinada hacia adelante
por el peso de la piedra.
Voy por la casa
Como un eco sin retorno.
Busco mi libro
mi lápiz
pronuncio mis habladurías
me visto para la ocasión
le salgo al día como un trasnocho.
Voy por la calle
como por la casa
como por la vida.
En los poemas de Cristina Falcón, la extranjería es representada desde el desamparo que produce la pérdida del espacio originario y de la casa familiar. La infancia se nos muestra como la etapa privilegiada de la existencia, años de protección bajo el cobijo materno. En cambio, el presente como extranjera es descripto como una experiencia dolorosa cuyo único consuelo pareciera ser la escritura.
La poetisa parte de acontecimientos autobiográficos para articular una identidad problemática. La nostalgia es el sentimiento predominante en la escritura de quien intenta recuperar el pasado a través de la memoria.
Carmen Virginia Carrillo, venezolana, crítica literaria. Escribe desde Barcelona, España.