ATANASIO ALEGRE –

Decía Tocqueville que se podía ser norteamericano en un solo día, mientras que para ser latinoamericano se necesitaba haber nacido allí. Quien legal o ilegalmente llegue a Estados Unidos sabe inmediatamente que la ley es una para todos. En el caso de Latinoamérica, la permanencia o no en sus territorios más que de la firmeza de la ley depende de algo que podía pertenecer al campo de lo fabulable.

En Teoría del barroco y lo real maravilloso –una obra en espera del merecido reconocimiento de pieza maestra-, se pregunta Alexis Márquez Rodríguez qué es lo real maravilloso y qué tan maravilloso ha sido lo real a partir de las fabulaciones latinoamericanas de interpretar la vida. Y como quiera que el barroco no soporta el vacío, es justamente la fábula uno de los elementos de los que suele echarse mano como un componente para definir al individuo. “Los escritores hijos del Caribe, como Carpentier probó con creces, somos hijos dóciles de la exageración,” ha escrito Sergio Ramírez, Premio Princesa de Asturias 2017. La imprecisión que tanto contribuye a la formación de lo fabuloso actúa como un contrapeso de la exageración. Que una cosa sea mejor que la otra, es decir, que el sometimiento obligatorio a la ley o fluctuar a merced de la imaginación sea la manera de estar en su mundo es un asunto discutible, ya que una u otra postura tiene sus ventajas. En la vieja literatura griega se acudía a la fabula –acudió de manera señalada el tal Esopo, sobre el que hay dudas si realmente existió- para explicar e inducir determinadas conductas. Una de ellas, una de las más conocidas por cierto, fue la de la cigarra y la hormiga. “Cantando la cigarra pasó el verano entero sin hacer provisiones allá para el invierno”… O sea que cuando llegó la época de la escasez, la cigarra se encontró con las manos vacías y bien abastada la hormiga.

¿Una imagen de lo que está sucediendo en Venezuela?

A comienzos de la década del 2000, un editorialista del diario Le Monde explicaba que carecía de todo sentido que un litro de agua costara más que uno de gasolina y que nadie debía extrañarse si un día el barril de petróleo llegara a cotizarse a 50 dólares. No fue a cincuenta sino casi al triple el precio que iba a conseguir pocos años después con las consecuencias que ello supuso, tanto para consumidores como para exportadores.

Hubo entonces –entre los exportadores, claro- quien tomó medidas para cuando concluyera la bonanza de los precios y el crudo volviera a descender. Ni Venezuela ni Rusia lo hicieron, es decir, quienes gobernaban en plan de comandita esos dos países, y la que fue en algún momento la crisis de los consumidores, se trasladó a los productores.

La crisis económica. El invierno de la cigarra, en otras palabras. Y las consecuencias en el caso venezolano, (no así en Rusia por otras razones) están a la vista: hambruna, miseria y caos.

El 13 de diciembre de 1923 Sir John Maynard Keynes pronunció una conferencia en el Club Liberal National, la cual comenzaba con las siguientes palabras:

Quiero advertir a los caballeros de la “city” y de las altas finanzas que si no escuchan a tiempo la voz de la razón, sus días pueden estar contados. Hablo ante la gran ciudad igual que Jonás ante Nínive (…) Profetizo que a menos que abracen la sabiduría, el sistema sobre el que viven se pondrá tan enfermo que se verán inundados por cosas insoportables que odiarán mucho más que los remedios suaves y limitados que se les ofrece ahora para mejorar el aseo de sus conciencias.

A Keynes se le venera como uno de los economistas más importantes, pero su especialidad era la ética que había profesado en Cambridge con su maestro, el filósofo George Edward Moore. Ambos habían llegado a la conclusión de que para definir y, por tanto, distinguir, lo bueno de lo que no lo es, había que echar mano de la que definieron como la exigencia estimativa. O sea que lo bueno exige que se adopte ante ello una actitud favorable, o lo que es lo mismo una actitud de aceptación o pro.

Keynes llegó a la filosofía por el camino de las matemáticas y derivó hacia la economía mediante una fusión de estas con la ética. Fue la manera de juntar dos cosas que nadie se había atrevido a relacionar hasta ese momento: la ética, algo que podía provenir de la subjetividad, con algo que, necesariamente, lo era: las matemáticas. Dicho en otras palabras, los productos de la imaginación con los de la razón, las moralejas de las costumbres, que solían tener un buen espejo en las fábulas, con los postulados inapelables de la razón.

La conferencia a que hago alusión tenía como trasfondo advertir sobre el peligro de que la depresión económica que se estaba produciendo en Europa en aquel momento se debía a la insistencia e inflexibilidad de los franceses de cobrar las deudas de guerra a los alemanes, algo que podía generar un conflicto todavía mayor que el de la primera guerra mundial, como así fue.

No es la única, pero esa de la imprevisión es una de las consecuencias de las grandes crisis por las que pasan los pueblos. Incluidos aquellos que son tan dados a la fábula y a echar mano del refranero cuando ya no hay remedio, como ha sido y sigue siendo el caso español. En el caso venezolano, ni siquiera para eso queda ya ánimo.

Atanasio Alegre, narrador y académico de la lengua hispano-venezolano. Escribe desde Madrid.

 

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