ROBERTO GIUSTI –
Parece mentira pero el “presidente bobo” o “maburro” (según el término popularizado en las redes sociales) que tan mal nos gobierna y al cual analistas, periodistas y estudiosos del fenómeno le asignaban una breve y descolorida pasantía por el poder, está cumpliendo, con no poco éxito, la dura tarea de convertir a los venezolanos en súbditos de la sujeción y el arrodillamiento.
La tesis según la cual el mal que padecemos tenía como sustancia única un nombre y apellido (Hugo Chávez), ha venido cayéndose a trompicones, con retrocesos avances y engañosas detenciones. De manera que nadie y mucho menos este rústico delfín, interlocutor de pajaritos y protagonista de otras experiencias místicas, calzaba en el molde que dejaba vacío el “gigante de américa”, el “comandante eterno”, “el líder invicto en el corazón del pueblo”.
LA SUSTITUCIÓN DEL INSUSTITUIBLE
Se suponía que habiendo sido el chavista un régimen personalista, con la muerte del caudillo, considerado un semidiós entre una multitud de ignaros pendientes solo del botín, se detenía el proceso de avance hacia la búsqueda de los objetivos del socialismo del siglo XXI.
La tarea fundamental de los herederos consistiría en conservar el poder, postergando las metas a largo plazo, y en esa nueva agenda, privados del estratega insustituible que era Chávez, el primer paso consistía en ganar las presidenciales del 2013.
Pues bien, terriblemente desprovisto de los atributos propios de un candidato eficiente, vacilante y tímido Nicolás le ganó a Capriles por un pelo, con la pequeña ayuda de las chicas del CNE y del extinto comandante desde la propia urna.
DE LA ERA CHÁVEZ A LA ERA MADURO
Comenzó así la era Maduro marcada por dos diferencias esenciales con la era Chávez. Aprender a gobernar con la mayoría en contra y hacerlo con una baja sustancial de los precios del petróleo. Pero ya Chávez había dejado abonado el terreno para sustituir el apoyo popular por el apoyo de armas con los militares debidamente cooptados.
En cuanto a la crisis económica, esta operó, en sustitución del socialismo del siglo XXI (caracterizado por el populismo distributivo de la abundancia), con el viejo modelo soviético, tropicalizado en filtros cubanos y cuya esencia radica en la opresión, pura y dura, desprovista de la máscara democrática y sin el bálsamo de los petrodólares, con el cual Chávez compraba la complicidad de los venezolanos y de paso unos cuantos presidentes de la región.
El pasado 15 de octubre se dio un paso crucial en el proceso del nuevo-viejo modelo, consistente en la demolición definitiva de los vestigios democráticos que aún perduraban. Luego de la brevísima ilusión creada por la victoria de las parlamentarias del 2015, Maduro, el presidente bobo, tan denostado por la oposición por su escasez mental, se consagró como el presidente de la destrucción y el caos. Elementos esenciales en toda revolución. Y en esas anda.
Por eso, esté donde esté, Chávez debería estar orgulloso de su delfín, pero conociendo su chillona vanidad, en el fondo debe sentir los celos de que su hijo político favorito se lleve las palmas por haber demostrado que no se debe ser muy inteligente para destruir un país.
Roberto Giusti, periodista venezolano. Escribe desde Oklahoma, EEUU.
La calificación de «bolsas» para la dirigencia opositora está sobradamente ganada con hechos