ABEL IBARRA –
“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas (…) y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los necios”.
Umberto Eco
Los mensajes que circulan con fruición en formato twitter por la realidad virtual resultan tan fallidos como el gorjeo de un pájaro bobo en el bosque ruidoso de las comunicaciones cotidianas. Esos textos, escritos a manera de chispazos verbales, crean una ilusión de intercambio porque, dentro de la urgencia personal de emisores y receptores, no sobra tiempo para que cada uno se preste debida atención y, al final, ambos quedan con sus balbuceos en la misma soledad que intentaron paliar cuando comenzaron a presionar las teclas ilusorias.
Y no se trata de la limitación de los exiguos ciento sesenta y ¿cuatro? caracteres que permite la pantalla del teléfono celular (los telegramas resultan más efectivos con similar limitación), sino de un imperativo que proviene de lo que Jakobson llamó función fática (ojo, no fáctica) del lenguaje. Según el eminente lingüista son cinco las funciones del instrumento con el cual nos servimos los humanos para comunicarnos con nuestros semejantes, pero, en este caso nos importa, además de la mencionada, una que pone énfasis en la fuerza comunicativa del lenguaje mismo, la “función poética”.
La función fática, sin perdón alguno del cultismo, es la que permite establecer el contacto que, entre los que tenemos sangre latina en las venas, suele ser profuso, exagerado, hiperbólico. “Epa” dice el que llega, “aquí” responde el segundo, “¿Y qué más?” reincide el primero, para ir alternando con frases como “en esta esquina”, “y yo en la otra”, ad infinitum, según los arrestos creativos de los interlocutores, hasta que comienza la comunicación propiamente dicha con una que otra información que pueda ser de interés para ambos.
La función poética, por su parte, se refiere al esfuerzo que realiza el emisor para darle a la palabra su mayor potencia expresiva a fin de que el mensaje logre más efectividad en el emisor. Cuando el publicista de la campaña electoral de Eisenhower elaboró el slogan “I like Ike”, puso justamente el énfasis en el aspecto fonético de su idioma para excitar la mente de los potenciales electores con elocuencia sin par, de la misma manera como el creativo de un banco llamó abiertamente al público para que depositaran urgentemente su dinero en esa entidad con la frase “Ahorra o nunca”.
Lamentablemente, y a pesar de todo el adelanto tecnológico que supone la invención del Twitter, sus alcances son muy limitados y, si acaso, llegan a cumplir la función del contacto, la del “¿qué onda?” y otras frases por el estilo que sólo atinan a dejar constancia de la propia existencia individual (lo que es bastante en un mundo de solitarios) pero, la comunicación propiamente dicha, queda excluida de este esfuerzo poco exigente.
Así, los electrones por donde viajan los gorjeos del twitter se van quedando poco a poco mudos de vacuidad, mientras la palabra de los poetas dicha con la potencia de “pasan días iguales persiguiéndose” o “Yo, Walt Whtman, un cosmos”, quedará grabada para siempre en la mente y los corazones de quien diga los versos prodigiosos y de quien los escuche con atención. O, en las páginas rumorosas de los libros.