SEBASTIÁN DE LA NUEZ –
En España, el drama de la Guerra Civil (1936-1939) sigue presente y eso puede verificarse en los libros que se editan, en las leyes que se hacen (pero luego no se cumplen, por lo visto) e incluso en la polémica vigente en torno a lugares emblemáticos del franquismo como el Valle de los Caídos. El trauma y sus vestigios adopta formas diversas: en un sitio rural, aunque cerca de Madrid, hay un museo particular que nació de la recolección de pedazos de metralla
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Este museo sin nombre propio lo ha levantado Gregorio, un hombre sencillo de 72 años. Desde que tuvo seis conoció la metralla enquistada en las piedras y en los campos de la tierra donde creció. Su marco de referencia infantil fue ese, el escenario silente, reseco y herido tras la batalla de Jarama que sufrió en carne viva la generación de sus padres. No tuvo cochecitos a escala para jugar sino pedacitos de plomo para construirse sus propios juguetes.
La de Jarama fue una las más cruentas batallas de las que se tenga noticia en la España partida en dos mitades: durante febrero de 1937 murieron allí, entre franquistas sublevados y republicanos que a sangre y fuego impedían el paso hacia Madrid, unos 17 mil combatientes, aun cuando los historiadores no se ponen de acuerdo sobre cifras definitivas.
Este año se han cumplido 80 de aquella horrenda escabechina.
El museólogo por cuenta propia, Gregorio (Goyo) Salcedo por su nombre y apellido, no tiene mayores estudios, nunca los tuvo; pero ha acumulado y encaminado una firme vocación por la memoria histórica. Es escultor, aprendió solo: desde chico arrancó aquí y allá la metralla y con esos pedazos de matanza fraguó figuras sombrías. Figuras hoy expuestas en su museo (en las fotos, desde figuras humanas a sombreros, vasijas, botas). Se empezó a interesar en esto desde los 6 o 7 años de edad, cuando marchaba junto a su padre y hermano a buscar balines y trocitos de metal para venderlos. Con eso se podía recolectar algo de dinero para comprar pan. “Esas vivencia quedan en uno, y cuando eres mayor te preguntas cómo pudo ocurrir algo así, de tal violencia”, dice.
Con exactitud, el museo está en el anexo de un restaurant donde acuden las familias en días domingo y fiestas de guardar a comer buena carne y buen chorizo. Es Morata de Tajuña, pueblo de la Alcarria a unos treinta minutos en autobús de Madrid. Su centro es un racimo de casitas desparramado por calles estrechas, frías y de escasos viandantes; algunas edificaciones llevan a cuestas una longevidad de siglos. Se salvaron de los bombardeos.
No así el entorno; ese entorno de Morata de Tajuña reseco pero bueno para olivares y viñedos, cantiles y descansaderos. El suelo, a trechos de un pálido verde. Cerca corren dando vida los ríos Tajuña y, el más importante, Jarama. Nadie diría hoy que Morata de Tajuña fue escenario de una batalla de esta envergadura; pero lo fue. Y las autoridades municipales no han valorado el significado histórico de estos parajes. Gregorio actúa solo, sin apoyos. Apenas el de la dueña del restaurant, Pilar de nombre.
LOS OBJETOS DE LA GUERRA
Hebillas de uniformes de caballería e infantería, máscaras antigás, cañones, obuses, sobres y cartas de uno y otro bando, fotos enmarcadas. Cosas que ha recopilado. Lo más original, esas esculturas construidas con metralla: residuos de la devastación. Es un local amplio y con varias estancias el que le cedió Pilar.
¿Cómo lo hizo Goyo? ¿De dónde saca tanta paciencia?
Cuenta a quien esto escribe que, durante los bombardeos, la metralla que saltaba quedaba incrustada en los olivos, sobre la tierra o dentro de ella. A veces los fragmentos los encontraba a simple vista; en otras ocasiones aparecieron al arar la tierra. Goyo habla en presente pues todavía se producen hallazgos.
Y sí, sí ha habido algunos periódicos que se han ocupado de su obra, como aquel que publicó este titular: “Un museo de la Guerra Civil en la puerta trasera de un mesón”.
Sus amigos de las brigadas internacionales de Irlanda le dieron una placa en agradecimiento a sus esfuerzos por conservar la memoria de la batalla. Hay que recordar la presencia de voluntarios irlandeses mandados por Eoin O’Duffy, admirador de Benito Mussolini en sus buenos tiempos. Combatieron a favor de los franquistas, los irlandeses. Fue la de Jarama, dice Goyo, la primera batalla “moderna” ocurrida antes de la Segunda Guerra Mundial.
Goyo nació en 1944. Lo que recuerda como traumático es la hambruna de la posguerra aunque ya en su niñez había pasado lo peor, y sin embargo:
“Aquí hubo hambre hasta los años sesenta (…). Mis padres eran personas humildes, nacidas aquí, empleados del ayuntamiento de Morata. Todos pasaban necesidades”.
El museo de Goyo lleva una vida de unos quince años, sin subsidio de ninguna clase.
¿Habrá alguna lección encerrada en esta historia de Goyo y su museo para los venezolanos, que están viviendo hoy su propia y cruenta Batalla de Jarama?
Sebastián de la Nuez, periodista venezolano. Escribe desde Madrid.