EVARISTO MARÍN
En uno de esos días próximos al Año Nuevo de aquel año, nos reunimos para almorzar en “El Taurino”, para la época el más típico restaurante de comida española en Puerto La Cruz. Únicos invitados del poeta, escritor y copropietario de El Nacional, el fotógrafo Augusto Hernández y yo, disfrutamos en ese mediodía de una larga –y muy amena tertulia –oyendo de la propia voz de Miguel Otero el anecdotario de sus andanzas.
Entre sus muchas anécdotas, dos se me quedaron para siempre en el recuerdo. Conocida fue siempre su posición antifranquista. Eso no le quitaba, desde luego, su admiración por España y su predilección por los vinos y por los toros. Enemigo de Francisco Franco y adversario político de Pérez Jiménez y su dictadura militar, casi le clausuran El Nacional cuando la Junta de Gobierno anunció que se reanudaban las relaciones con España rotas por Betancourt en 1945 y a Miguel se le ocurrió, a propósito de aquél acontecimiento, publicar una foto de archivo en donde Franco y Adolfo Hitler se veían sonrientes en su tiempo de aliados tenebrosos durante la Guerra Mundial. El periódico de la familia Otero se vio en aprietos, por aquella foto. El amigo de Hitler, es ahora amigo de Pérez Jiménez, interpretaron aquello con lógica muy elemental, en las esferas del gobierno, y El Nacional estuvo suspendido de circulación, por dos días, gracias a una medida del gobernador del DF, Juan de Dios Celis Paredes.
Cierta vez, estando en Europa, continente por él muy frecuentado, en largas estancias por Italia y Francia, MOS pensó que podía burlar a la Guardia Civil, aún con el Generalísimo Franco en el poder, y se arriesgó a ir de Roma hasta Madrid, deseoso de asistir a una corrida con Luis Miguel Dominguín. No pudo lograr esta última aspiración.
La policía franquista era tan efectiva y tan represiva, que lo descubrió en un modesto hotel que había ocupado al azar y le obligó a salir de Madrid en el término de la distancia.
“Se va de una vez o queda preso. Usted es un confeso y manifiesto enemigo de España y de mi generalísimo”, le dijo uno de los oficiales de la Guardia Civil.
Sobre la marcha, tuvo que resignarse a buscar su maleta y bajo custodia policial hasta el aeropuerto, obligado a tomar, ese mismo día, el primer avión que estuvo disponible para viajar a Francia.
Lo otro que Miguel Otero Silva gustaba contar, entre amigos, eran sus andanzas, con Perucho Garroni –su fraternal amigo, caporal de la Mene Grande Oil Company– en los comienzos de El Tigre petrolero. “Las parrandas que tuvimos Perucho y yo siempre fueron de marca mayor”.
Regresado del exilio gomecista, luego de participar con Gustavo Machado y otros líderes comunistas, en la toma de Curazao, Miguel Otero también cayó en desgracia con el nuevo gobierno. Por esa razón, el General López Contreras lo envió confinado a Barcelona, por casi año y medio. Eso le permitía, escaparse, con alguna frecuencia, hasta El Tigre, en donde Perucho Garroni -como todos los jefes de la compañía norteamericana del petróleo- siempre disponía para sus huéspedes, whisky de las mejores marcas.
Cierta vez, los dos, Miguel y Perucho, se dirigían en una camioneta pick-up de la MGO, a bañarse en el río Caris, luego de una noche de mucho brindar, cuando les sorprendió en el camino un gran elefante.
Miguel, restregándose los ojos, dudoso de que fuese cierto lo que veía, exclamó, con gesto de verdadera y angustiosa preocupación. “Por favor, Perucho, para la camioneta. Ese ratón que yo cargo me tiene en el delirium tremens. Junto con el elefante estoy viendo una jirafa”, gritó, nervioso.
Perucho echó la camioneta hacia un lado de la arenosa carretera y ambos comenzaron a observar, perplejos, todo un desfile de jirafas, elefantes, leones y hasta tigres de Bengala. Cuando se convencieron de no estar viendo visiones, los dos soltaron la carcajada.
“Nos habíamos tropezado con una caravana del circo Razzore, que venía a pie hacia El Tigre, desde Ciudad Bolívar”.