VÍCTOR SUÁREZ –
El cantautor panameño Rubén Blades y su conjunto Son del Solar lanzaron hace 26 años el disco Caminando, en el que fue incluido el surco Prohibido olvidar, que el lunes 17 de julio de 2017 volvió a sonar en Madrid, pero transportado a Venezuela.
Las canciones van y vienen. Las letras buenas también refluyen. 42 años antes, en 1975, Blades le había entregado al cantante boricua Ismael Miranda la letra de Cipriano Armenteros, que se convirtió en gran hit continental y en alborada de lo que algunos críticos de entonces llamaron «Salsa narrativa». En Caminando reaparece Cipriano en la voz de su autor, pero ya el éxito se lo había llevado el impenitente «Niño bonito de Puerto Rico».
Prohibido olvidar es una de esas canciones que nunca fenecen, ni en el botín del bailador ni en el anal siemprevivo de la cultura popular latinoamericana. Y si las circunstancias imperantes en alguna latitud lo ameritan, pues con mejor razón resurgen.
Blades se la había dedicado a su patria, que en esos momentos estaba en pleno proceso de reconstrucción luego de aquella invasión norteamericana que en una «operación quirúrgica» aprehendió al dictador Manuel Antonio Noriega el 20 de diciembre de 1989. El General MAN, arropado con falsas banderas nacionalistas y escudado en sus macheteros paramilitares, había martirizado a Panamá entre 1983 y 1989, pero al inicio de su carrera militar había sido un aliado de EEUU y una vez en el poder se hizo capo de la droga. Blades, en esa canción, liriza lo que sucedía bajo el régimen de Noriega, pero no menciona para nada lo que estaba sucediendo a partir de la invasión y la vuelta a la civilidad en Panamá.
La canción trasciende el tiempo y la anécdota porque de las dictaduras ningún país se encuentra exento. Blades, que en algún momento justificaba andanzas y quehaceres de Hugo Chávez, hace poco tiempo logró deshacer amarras. Al igual que Willie Colón, el músico que lo llevó a la cima, Blades comenzó a dudar y luego a cuestionar y más tarde a enfrentarse con el sucedáneo Nicolás Maduro.
En mayo pasado Maduro respondió a sus cuestionamientos a la revolución bolivariana. «Has olvidado tus raíces, ahora Pablo Pueblo soy yo, eres un Pablo Rico», se permitió decir el sátrapa en cadena nacional de televisión.
Blades le replicó:
«Usted se apropia del título de mi canción y se auto titula Pablo Pueblo. Me permito corregirlo: Pablo Pueblo jamás reprimiría a su gente; Pablo Pueblo no divide a su pueblo; Pablo Pueblo administra lo poco que tiene con responsabilidad; Pablo Pueblo no le roba el futuro a su propia gente, desconociendo el mandato de su Constitución.
«¿Qué quiere decir al llamarme “Pablo Rico”? El asunto no es determinar quién es rico o no; el asunto es determinar si esa riqueza se obtuvo en base a la infelicidad de otros, o de forma deshonesta. Pablo Pueblo jamás vivió en el palacio en el que vive usted, ni existió rodeado de lujos, ni actuó como un emperador, como lo hace usted… ¿con el dinero suyo?»
He allí, en bruto, un Prohibido olvidar a Nicolás, una segunda parte que quizá Maduro no merecería. Sería como aquel Vuelve Cipriano que con ínfima suerte comercial le escribió Blades a Ismael Miranda en 1977.
Pero el lunes 17 de julio, pocas horas después de la clamorosa jornada de la Consulta Popular en Puerta del Sol y en plaza Colón, en el Real Jardín Botánico de la Universidad Complutense de Madrid, los venezolanos metían bulla con sus banderas en alto y sus coros efervescentes. Estaban conectados emocionalmente. La diáspora tampoco olvida. Entre los latinos presentes, eran mayoría, coteja la reseña del diario El País. En la tarima cantaba Rubén con la orquesta del istmeño Roberto Delgado.
Blades, desde sus inicios, ancló en el gusto del venezolano corriente. Le aplaudimos y bailamos muchísimas veces, desde los tiempos de Ban ban quere, con la orquesta del conguero Ray Barretto, a sus 26 años y con el cinto del pantalón por encima del maruto. En 1982 el cronista de la salsa César Miguel Rondón se aventuró a dramatizar su hit Ligia Elena, la cándida niña de la sociedad (Alba Roversi) que se había fugado con un trompetista de la vecindad (Guillermo Dávila), y logró colocarla como una de las telenovelas de mayor audiencia en la historia de la televisión venezolana.
A Pedro Navaja lo conocieron desde chiquito los estudiantes de la UCV. En 1970 fue montada por primera vez en Venezuela la Ópera de tres centavos, de Bertolt Brecht, por el Teatro Universitario, bajo la dirección de Hertman Lejter, y en el Aula Magna sonó durante quince noches Mackie the Knife is back in town, compuesta por Kurt Weill. De manera que cuando Blades le dio a Pedro viraje tan espectacular en 1978, muchos también viramos y nos rendimos al culto. Ay, Dios.
Ahora, quien aplaude, corea y agradece es la diáspora juvenil venezolana. Allá resuena un eco que reverbera.
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Prohibido olvidar ya tiene hijos criollos. Treinta y tres músicos venezolanos y un puñado de talentosos técnicos, bajo la producción general del trombonista Jhosir Córdova, montaron en abril de este año Prohibido olvidar Venezuela. La revista Billboard tituló así: «… is a smoking and inherently poignant version of Blades´ song against political repression«.